Recordemos: estamos en la parte más elevada de la Mesa Central, en un valle rodeado de montañas a 2 mil 240 metros sobre el nivel del mar, una cuenca cerrada. La transformación de este territorio probablemente no tenga parangón en la historia humana. Cuando llegaron los españoles en 1519 y el paso montañoso les permitió ver el centro del imperio mexica lo que vieron fue un gran lago, en cuyas riberas destacaban 10 ciudades a manera de puertos: Chalco, Xochimilco, Iztapalapa, Chimalhuacán, Texcoco, Zumpango, Cuautitlán, Azcapotzalco, Tacuba y Coyoacán. Y sobre el agua México Tenochtitlán, una de las maravillas urbanísticas del mundo antiguo.
Construida sobre chinampas, la ciudad fue protegida de las inundaciones por un gran albarradón edificado por Nezahualcóyotl en 1449. Un muro de 16 kilómetros de largo que servía, además, para separar las aguas dulces donde estaba la ciudad, de las salobres del lago de Texcoco. Así comienza la valiosa investigación de Jorge Legorreta El agua y la Ciudad de México: de Tenochtitlán a la megalópolis del siglo XXI.
Mientras que la grandeza de las civilizaciones prehispánicas estaba fundamentada en el profundo conocimiento del agua, a partir del siglo XVI la nueva cultura de ultramar empezó la errónea tarea de desaparecer el agua de la cuenca de México. Para vencer a los indígenas había que suprimir el agua, que los españoles no fueron capaces de entender ni dominar. Los canales fueron convertidos en drenajes y el agua de los lagos en depósitos de basura. La destrucción de las obras hidráulicas prehispánicas fue el inicio del azote número uno de esta ciudad por cientos de años: las inundaciones.
Después del albarradón de Nezahualcóyotl, se construyó un segundo en 1499, a cargo de Ahuízotl y un tercero en 1555, ya bajo los mandatos del virrey Don Luis de Velasco: el albarradón de San Lázaro. Estos contenían el agua, pero había que drenarla.
El tajo de Nochistongo y el túnel de Huehuetoca, las obras más importantes de toda América durante la colonia, fueron concebidas por Francisco Gudiel. El plan era desviar el río Cuautitlán por medio de un canal, tajo abierto o acequia, el cual atravesaría las montañas. Enrico Martínez, cincuenta años después incorporaría un túnel para conducir el agua de la cuenca por 300 kilómetros hasta el golfo de México.
Toda esta historia ocurre mientras estamos bajo la lluvia.