Despierto y me sirvo un café exprés. Ya dije que si no es expreso, no tomo. Recojo el periódico, la búsqueda inútil del presente. Montaigne dijo que el presente no existe, se trata sólo de la unión del pasado y del futuro.
Le doy un sorbo al café y al mismo tiempo veo una cucaracha. En mis tiempos las cucarachas eran pequeñas, pero una mutación las ha transformado en seres monstruosos y veloces. Mi hipótesis es que estos insectos han proliferado entre los innumerables restoranes de la ciudad, se alimentan de las sobras de bifes, tortas y tacos al pastor. Por esa carga calórica y proteínica han modificado su estructura genética. Bien visto, los mexicanos también han cambiado la hélice de Watson y Crick comiendo papas fritas, churrumáis, pizzas hawaianas. El resultado: un país de gordos con cucarachas gigantes.
Por alguna razón desconocida esta visión de un insecto de proporciones monstruosas me llevó a la desproporción exactamente a las 2:30 de la tarde, la hora sagrada: vaso corto, hielo, vodka Grey Goose y un acompañamiento de Pellegrino, única agua mineral que se consigue en la tienda.
De pronto recuerdo sin venir a cuento, ya nada viene a cuento, que un día el “no” se volvió en parte de mi lenguaje y de mi conciencia, de mi vida: “no”. Cuando hablo, mi muletilla es “no”. Negar, dice mi analista, una palabra clave y secreta.
Cuando mi hermano se estaba muriendo me preguntó:
–¿Me muero? –dejaba ya este mundo.
Le contesté:
–No.
¿Debí decirle que sí? ¿Cuánta verdad soportan los hombres y las mujeres? Sí: te estás muriendo; sí eres invulnerable; sí, nada te hará daño nunca. Negar cumple una función compasiva: soy y no soy. Ese equilibrio debe soportar la vida.
Del otro lado de los negadores se encuentran los fiscales. Los que acusan día y noche buscando la verdad. ¿Y para qué quiero la verdad pura y dura, de qué me servirá ver todo de frente y con la mirada de un fiscal inexorable?
Así crecí, con el “no” en la punta de la lengua. Luego con los años abandoné el “no” y todo se convirtió en “sí”. Confesaba en la oscuridad: no puedo decir “no”, todo es “sí”. Entonces me convertí en un “afirmador” profesional. Llenaría un cuaderno si escribo todas las veces que he dicho “sí” queriendo decir “no”. Intenté elegir el “sí” con la intención de dañar menos a las personas que amo. No lo logré.