Sucesiones

Ciudad de México /

Mientras Claudia Sheinbaum detallaba los 100 puntos de su plan de gobierno, me distraje.

Hace más de 10 años escribí que pertenezco a una generación acostumbrada a la palabra “crisis”. Sólo por esta vez utilizaré el indeseable plural: despertamos a la vida pública y a nuestros 20 años al final del gobierno de Luis Echeverría. Dejamos arder nuestros sueños de juventud mientras México se deshacía como una pastilla efervescente en medio vaso de agua.

Despojados de todo heroísmo político, posteriores al año legendario de 1968, vimos pasar el gobierno de Echeverría y reventar el peso y desencadenar un remolino de corrupción e ineptitud.

Leíamos los nuevos libros, recién publicados, de Cortázar y Borges, Onetti y García Márquez mientras José López Portillo pulverizaba las finanzas mexicanas y metía al país a una licuadora. Control de cambios, mexdólares, nacionalización de la banca, lágrimas de cocodrilo del presidente en el Congreso, en fin, un sainete de corrupción, inflación diabólica, devaluación increíble. Recuerdo que mi salario era de 2 millones 300 mil pesos. No era un sueldo alto.

Pasó el tiempo. Lo que deseamos con el corazón se incumplió en alguno de sus opuestos, lo que creímos a pie juntillas se desvaneció en el aire durante la prolongada crisis del gobierno de De la Madrid. La austeridad, la renovación moral. Cerraban los años 80, una década negra, miserable, deprimente.

La esperanza salinista duró un suspiro. El sexenio de las reformas terminó en llamas y dio paso a la mayor crisis financiera del México moderno. Zedillo dice que Salinas; Salinas que Zedillo, da igual. De pronto pasábamos de los 40 años y traíamos pegada a la piel de nuestra memoria la palabra “crisis”. Vistas así las cosas, la mediocridad económica de los gobiernos panistas resultó un remanso, aunque Calderón inició el cataclismo de los siglos XX y XXI en México: la guerra contra el narco. Aún así, la sociedad logró un México democrático, de instituciones, de poderes presidenciales acotados. No fue poca cosa.

Después de un principio en el cual el gobierno de Peña lograba las soñadas reformas estructurales, aquel presidente, un hombre vacío, corrupto, inepto y cobarde nos acercó al abismo. En el invierno de mi vida me toca ver la reinstalación del autoritarismo y el peligro real de la tiranía. Nunca pensé vivir una cosa así. En eso pensaba cuando me distraje durante el discurso de la presidenta Sheinbaum.

Quizás estoy oscuro y no veo más allá de mis narices.


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