El calendario futbolístico es punto menos que agobiante. Ahora mismo está teniendo lugar una tal Kings World Cup Nations, el último invento de los mercaderes del balompié. Y ya la semana que viene comienzan las ligas de cada nación soberana, jugadas al mismo tiempo que las Champions y las Copas, y después el Mundial de clubes, entre otras competiciones que este escribidor no tiene registradas en su saturada cabecita de aficionado.
Ser futbolista profesional es sacarse la lotería, con el perdón de amigas mías que combatieron fieramente la vocación de sus hijos –querían que fueran poetas, en el peor de los casos, o contables o químicos-farmacéuticos-biólogos o abogados criminalistas, pero lo del balompié simplemente no lo podían digerir—, pero es también una esclavitud. Moderna y bien pagada, pero esclavitud de todas maneras.
El deporte, en estos tiempos de feroz competencia, se está volviendo algo dañino para quienes lo practican: las lesiones están a la orden del día, el corazón de los contendientes de alto rendimiento aumenta inquietantemente de tamaño, el tiempo libre se vuelve un lujo inalcanzable y la simple angustia de tener que estar persiguiendo las mejores marcas de manera constante debe de ser muy oprimente.
Solemos señalar aquí a los futbolistas de doña Liga MX por indolentes y conformistas. En los partidos del comienzo de la temporada dan la impresión de no echar toda la carne al asador por sentir que tienen todavía incontables ocasiones para colarse a la tal Liguilla. Y sí, nuestro torneo local es particularmente benévolo hasta el punto de que ningún equipo afronta el castigo terrenal de descender a esa tal división de ascenso –así llamada en su momento— de la que nadie asciende (y precisamente por ello es que los señores dueños de los equipos de la primera categoría se han pertrechado en su inexpugnable fortaleza y han suprimido, a la torera, una regla que es de universal aplicación en el universo futbolístico).
No estoy tan seguro de que sean tan comodinos los futbolistas de nuestros clubes. Después de todo, se juegan el puesto y a los directores técnicos no les complace nada la indolencia: estar sentado en el banco de suplentes, sin jugar, no es precisamente el sueño personal de alguien que se esforzó durante años enteros para ser contratado por un equipo.
El tema, más bien, es que el calendario futbolístico está sobrecargado y que las exigencias físicas son cada vez más severas. Y podemos también preguntarnos si los aficionados podemos consumir tantas y tantas competiciones, una tras otra, sin llegar a sentirnos atiborrados y hartos de futbol.
En fin, ya pasaron las fiestas y la muy particular celebración de los mexicanos, el maratón Guadalupe-Reyes, le abrirá el paso a otra carrera larga, el torneo Clausura 2025.
Feliz Año, amables lectores.