Adoradores del dios Ruido (III)

Ciudad de México /

El mundo cambió con la llegada de la televisión. Las familias se congregaron en torno a un aparato que transmitía historias, informaciones y sucesos. Ya no fueron, ahí, los tiempos en que el abuelo encantaba a los pequeños con cuentos de terror o que evocara episodios de su propia vida. La gente comenzó a comunicarse menos pero se encontraba de todas maneras junta en la sala de estar y compartía lo mismo, un único relato, por así decirlo, algo que terminaba siendo una experiencia común.

Hoy, cada quien tiene su propio televisor, una pantalla portátil que lleva a todas partes y que utiliza en todo momento, disfrutando en exclusiva de los contenidos de su soberana preferencia, sin tener que ceder a los gustos o caprichos de nadie más, a diferencia de cuando los menores de la casa querían mirar dibujos animados y los adolescentes debían renunciar a las telenovelas transmitidas en horarios vespertinos.

La universal consagración de este egoísmo ha llevado a una paralela adicción a los aparatos que ofrecen los contenidos codiciados: nos hemos vuelto unos auténticos fanáticos de las pantallas y, en todo caso, cuando nos divierte un TikTok o nos encanta una publicación en Facebook, lo transmitimos por esa misma vía, registrados como estamos en las popularísimas plataformas.

En este artículo y los anteriores hemos hablado, justamente, del aislamiento de las personas, algo propiciado por las nuevas tecnologías y, llevando las cosas al extremo, un fenómeno que pareciera resultar de una auténtica conspiración global.

Porque, miren ustedes, no es únicamente la irresistible fascinación que provocan las pantallas ni el consecuente embeleso con los artilugios —los teléfonos celulares y las tabletas— sino la semejante portabilidad de la música en tanto que los audífonos, otro artefacto que te aparta del entorno, se han vuelto también parte de la ecuación y te permiten no escuchar nada de lo de fuera.

Es más, los auriculares tienen, paradójicamente, una función para cancelar el ruido externo siendo (y aquí llegamos, finalmente, a la cuestión anunciada en los títulos de estas columnas de opinión) que la estruendosa cotidianidad que sobrellevamos actualmente los humanos ha alcanzado las cotas de una verdadera epidemia. Abordado ya debidamente el tema, servirá para cerrar el siguiente escrito, amables lectores.


  • Román Revueltas Retes
  • revueltas@mac.com
  • Violinista, director de orquesta y escribidor a sueldo. Liberal militante y fanático defensor de la soberanía del individuo. / Escribe martes, jueves y sábado su columna "Política irremediable" y los domingos su columna "Deporte al portador"
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