El espantajo de los aranceles ya se lo había sacado Trump de la chistera para acojonar al supremo Gobierno de Estados Unidos Mexicanos. Iba a ser, lo de imponer tarifas a todos los productos y manufacturas que exporta este país, un duro castigo por no controlar como Dios manda las fronteras y dejar entonces que miles y miles de indeseables –gente que se come las mascotas de los vecinos, rateros, traficantes de poca monta, violadores y sujetos inclusive de mucho peor ralea— se adentraran a la torera en las apacibles comarcas de la nación vecina.
El presidento Obrador, sorprendido por la súbita belicosidad de alguien con quien había tenido una relación amistosa hasta ese momento y, sobre todo, genuinamente preocupado de que las amenazas se trasmutaran en una catastrófica realidad, respondió prontamente a la perentoria exigencia de cerrar la puerta de entrada a los emigrantes que se agolpaban en el sur de nuestro muy soberano territorio y envío de inmediato a las fuerzas de doña Guardia Nacional (o a las huestes de don Ejército, uno ya no sabe quién es quién) para poner en su lugar a los invasores.
Este escribidor recuerda haber publicado, en estas páginas, un artículo que planteaba un muy diferente desenlace, a saber: no ceder en lo absoluto a las presiones del majadero inquilino de la Casa Blanca, plantarle cara, dejar que aplicara sus malditas cuotas –con el devastador efecto inflacionario para los consumidores estadounidenses y el muy negativo impacto en la competitividad de las empresas— y, a manera de contundente respuesta, echarse en los brazos de China.
Sí, señoras y señores, cambiar, de plano, de bando. Un auténtico terremoto geopolítico, una revolución, algo de tan colosales consecuencias que nuestro país se hubiera catapultado instantáneamente a los primeros lugares de la agenda mundial.
Imaginen ustedes, simplemente, que China asentara sus reales en el mismísimo patio trasero de Estados Unidos. Naturalmente, nuestros emisarios gubernamentales hubieran debido preguntarle primeramente al señor Xi Jinping si estaba interesado en la empresa. Pero, qué caray, vaya portazo en las narices de Trump.
Viene a cuento esta fantasía porque nuestros socios comerciales, en estos momentos, nos amenazan de nuevo. ¿Por qué? Por coquetear meramente con la admirable y portentosa nación china. Pues…