¿El resentimiento? Nos lo inculcan en el colegio

Ciudad de México /

Al escribidor de estas líneas le fue inoculado, en el colegio, el correspondiente antiespañolismo. Y ni qué decir de la rabiosa animadversión hacia esos yanquis que se aparecieron por estos pagos para arrebatarnos ni más ni menos que la mitad del territorio nacional, aderezada de la epopeya de los niños héroes que murieron por la patria.

¿Los abusivos grandulones de un imperio desembarcados aquí para matar niños? Eso mero, señoras y señores. Historias de un pueblo indefenso, sojuzgado y despojado de sus riquezas por codiciosos enemigos venidos del exterior (lo de los rivales del interior era otro tema aunque, muy pronto, a los “conservadores” de casa fue a quienes les tocó llevar el sello de la infamia).

Un pueblo, el nuestro, de víctimas. Agraviado desde sus orígenes, ofendido y, sobre todo, golpeado por una fatalidad: la condena de no poder alcanzar su gran destino debido a los atropellos perpetrados por los invasores.

Es cierto que en el reparto de papeles ignominiosos fueron nominados algunos locales –el vilipendiado Antonio López de Santa Anna, en primerísimo lugar, y otros como Victoriano Huerta y los traidores Mejía y Miramón—, pero la ejemplaridad de personajes como Miguel Hidalgo, Pancho Villa o el mismísimo Benito Juárez nunca fue cuestionada, además de serles asignados a ellos un lugar inmarcesible en el altar de los héroes mexicanos.

De tal manera, el “padre de la patria” no fue Agustín de Iturbide, quien consumó en los hechos la independencia de México, sino el sacerdote que, luego de lanzar una arenga llamando a la rebelión y, de paso, vitoreando al Rey Fernando VII, encabezó una revuelta en la que llegó a masacrar indiscriminadamente a pobladores españoles y a perpetrar escalofriantes atrocidades. Tampoco figuró, en el recuento oficializado de los episodios nacionales dispuesto para la niñez mexicana, ninguna apreciación, por no decir aprecio, de las bondades que pudieren serles atribuidas a los malvados del relato: en las enseñanzas no hubo nunca referencia alguna al liberalismo de Maximiliano, no se habló tampoco de la modernización del país emprendida por Porfirio Díaz ni de la portentosa grandeza de la época colonial.

Se nos ha indoctrinado, imparablemente, un muy rudimentario maniqueísmo de buenos contra malos en el que no hay lugar para matices, una visión de las cosas que, a la vez, consagra de manera tan tendenciosa como radical a unos próceres de irreversibles virtudes.

El mensaje subyacente, en esta revisión de los acontecimientos, es que ha tenido lugar, desde siempre, una lucha entre los oprimidos y los opresores, entre los patriotas y los entreguistas, una sempiterna batalla que, al final, sigue alimentando el ancestral resentimiento, y el divisionismo, de una sociedad centrada en su pasado en lugar de encontrar su reconciliación asumiendo las responsabilidades del presente.

La majadería al rey Felipe VI va a figurar muy pronto, gloriosamente, en los libros de texto. 

  • Román Revueltas Retes
  • revueltas@mac.com
  • Violinista, director de orquesta y escribidor a sueldo. Liberal militante y fanático defensor de la soberanía del individuo. / Escribe martes, jueves y sábado su columna "Política irremediable" y los domingos su columna "Deporte al portador"
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