La realidad que estamos viviendo en el mundo es punto menos que asombrosa. Ha habido otros lapsos cruciales en la historia humana, desde luego, pero lo sorprendente de estos momentos es que hace apenas unas décadas pareció que el planeta había encontrado un punto de equilibrio y que la estabilidad edificada en torno a la democracia liberal iba a ser ya parte de un orden universal inamovible.
Nunca hubiéramos imaginado, entre otras cosas, que los votantes de una nación como Estados Unidos iban a elegir a un delincuente para ser gobernados, por no hablar de que el sujeto promovió el asalto al Congreso de su país, que se negó a reconocer los resultados que no le favorecieron en el proceso electoral y que exhibe unos rasgos —la bravuconería, la zafiedad, la imprudencia, la desvergonzada disposición a la mentira y la falta de conocimientos— que debieran inhabilitarlo totalmente para llevar las riendas de la primera potencia del orbe.
¿Se entiende que los partidarios del Partido Republicano, esos mismos que se oponían frontalmente al comunismo, quieran desentenderse de apoyar a Ucrania, un país soberano invadido por Putin, el autócrata que tanto lamenta el desmoronamiento de la Unión Soviética y que fue, ni más ni menos, un agente de los servicios secretos del Kremlin?
¿Cómo comprender que los cristianos conservadores de nuestro vecino país hayan preferido, como presidente, a un tipo que le pagó a una trabajadora sexual para silenciarla por haber tenido relaciones con ella justo cuando su esposa estaba embarazada?
¿En qué momento un personaje así representa una opción mínimamente aceptable, inclusive para los más declarados capitalistas, siendo que amenaza con desmadrar la economía global al imponer tarifas a diestra y siniestra, por no hablar de que el retorno a las más trasnochadas prácticas proteccionistas va a afectar gravemente el comercio internacional? ¿Esto es lo que aplaude Wall Street?
Estamos presenciando una auténtica aberración en la esfera geopolítica y México va a ser uno de los primerísimos afectados, justamente cuando la deriva de este país hacia un avasallador sistema de partido único y el paralelo desmantelamiento de las instituciones de la República resulta también un fenómeno terriblemente alarmante.
No es que estemos cruzados de brazos. Es que nos estamos disparando a los pies.