¿Estado fuerte? No, todo lo contrario…

Ciudad de México /

No nos confundamos: la machacona intromisión del oficialismo en nuestra cotidianidad —desde que no puedas comprar un envoltorio de ensalada sin que aparezca la superflua leyenda de que el aderezo contiene demasiado sodio hasta el cacareo de los precios de la gasolina a dos mil kilómetros de donde vives, pasando por la falaz propaganda que nos asestan a diario y la aviesa estrategia para que nos enemistemos con la mitad de nuestros compatriotas— no es señal de que nos avasalla un Estado fuerte sino, por el contrario, la confirmación de que el aparato gubernamental opera cada vez con menos contrapesos.

Tan fastidioso intervencionismo no se dirige a consolidar el imperio de la ley sino a ocupar todos los espacios de la libertad, hasta los más recónditos, y asegurar así la omnipresencia de un régimen que necesita no sólo del permanente reconocimiento de sus gobernados sino de su adoración.

Tan sencillo como desempeñar los oficios de la función pública, callada y modestamente, y sanseacabó. Hacer lo que toca y ya. Cumplir con las tareas encomendadas por los votantes y nada más. Administrar bien y hasta ahí.

Pues no. Tienen que estar todo el tiempo en todas partes, cacareando sus presuntos logros y satisfaciendo su vanidad, restregándonos en nuestras narices que están haciendo historia, antes siquiera de que el paso de los años los coloque en el pedestal que pretenden ocupar, así de remota como parece la posibilidad de que eso ocurra.

Mucha gente los ve entonces como si encarnaran directamente las potestades del Estado. El protagonismo no es fuerza, sin embargo. La presuntuosidad no es potencia sino mera palabrería.

El Estado es legalidad, antes que nada. El Estado garantiza derechos reales, no limosnas, a sus ciudadanos, pero al mismo tiempo los controla. Sabe dónde viven y quiénes son. ¿Para qué? Para neutralizar a los antisociales, para proteger a la gente de bien o para encontrar prontamente al miserable que mató a golpes a un bebé.

El Estado tiene una Constitución que consigna principios elevados, no futilidades como la prohibición de los vapeadores (o como se llamen). El Estado no es omiso frente a los delincuentes sino firme y, pues sí, fuerte. Aquí hay cada vez menos Estado. Lo que tenemos no es fuerza, sino mucha retórica y mucha mentira.


  • Román Revueltas Retes
  • revueltas@mac.com
  • Violinista, director de orquesta y escribidor a sueldo. Liberal militante y fanático defensor de la soberanía del individuo. / Escribe martes, jueves y sábado su columna "Política irremediable" y los domingos su columna "Deporte al portador"
Más opiniones
MÁS DEL AUTOR

LAS MÁS VISTAS

¿Ya tienes cuenta? Inicia sesión aquí.

Crea tu cuenta ¡GRATIS! para seguir leyendo

No te cuesta nada, únete al periodismo con carácter.

Hola, todavía no has validado tu correo electrónico

Para continuar leyendo da click en continuar.