Meterle miedo a la oposición (II)

Ciudad de México /

De la oposición se puede decir, en efecto, que sus dirigentes partidistas no están a la altura o que carecen de las capacidades necesarias. Pero hablemos, más bien, de la gran masa de ciudadanos que no simpatizan ni lejanamente con el régimen de la 4T y a quienes, sin embargo, se les endosa la muy pesada carga de haberle abierto la puerta, por acción u omisión, a las avasalladoras fuerzas morenistas.

Millones de mexicanos no salieron siquiera a votar, es cierto, y tampoco parece importarles demasiado el rumbo que están tomando las cosas en este país. Serían parte de la llamada minoría silenciosa, la que se queda cruzada de brazos o mira hacia otro lado así sea que el mundo se esté derrumbando a su alrededor. Gente, también, que vive su vida de todos los días dedicada, sobre todo, a resolver los agobiantes problemas de la cotidianidad y sanseacabó, sin tiempo ni ganas para nada de otro.

Los denuestos a la oposición no se centran ahí, hay que decirlo, sino quienes están en la mira son aquellos a los que se les supone una mayor responsabilidad, a saber, los cuadros dirigentes de los partidos, los académicos, los intelectuales, los artistas y una cierta muchedumbre de vociferantes que no van más allá de eso, de levantar simplemente sus voces.

Se puede muy seguramente señalar la pasividad de tanta y tanta gente —hay muchas reflexiones sobre este fenómeno, algo que propiciaría el advenimiento del autoritarismo y la consecuente pérdida de las libertades, siendo los ciudadanos indiferentes, al final, los primerísimos pagadores de su cómoda desidia— pero debemos también apuntar que México, como decíamos en el artículo de anteayer, no se encuentra en una situación de normalidad.

En una sociedad apaciblemente democrática no son necesarios los héroes y no deben tampoco acontecer gloriosas epopeyas o consumarse inmarcesibles hazañas. Basta con que se lleven de manera eficaz los asuntos públicos y con que cada quien haga simplemente lo que le toca.

Por el contrario, cuando en un país se rompen los equilibrios y comienza a vislumbrarse el espectro del autoritarismo, la intervención del ciudadano descontento —o del posible disidente— debe ser mucho más activa, valerosa y arriesgada. Y a esa disyuntiva, precisamente, es a la que se enfrenta cualquier opositor.

  • Román Revueltas Retes
  • revueltas@mac.com
  • Violinista, director de orquesta y escribidor a sueldo. Liberal militante y fanático defensor de la soberanía del individuo. / Escribe martes, jueves y sábado su columna "Política irremediable" y los domingos su columna "Deporte al portador"
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