Se escuchan, una y otra vez, reclamos a la oposición. Voces que señalan la tibieza de los dirigentes partidistas (o su nulidad), lo acomodaticio de los empresarios, la pasividad de los intelectuales y, en general, la falta de combatividad de quienes no están nada contentos con el estado de cosas en este país. Estos ciudadanos, cruzados de brazos, le hubieran abierto las puertas al movimiento morenista.
Pues, miren ustedes, ocurre que no estamos viviendo circunstancias nada normales en México. De entrada, han tenido lugar unas avasalladoras elecciones de Estado. Y, antes de eso, el advenimiento del régimen de la 4T contó con un innegable respaldo popular (así fuere que ese apoyo no implicara la demolición del entramado republicano).
Se puede decir que quienes se encuentran ahora en el poder se beneficiaron directamente del abstencionismo en las elecciones. Pues sí, pero entonces, ¿quienes no se tomaron la molestia de salir a votar son parte de esa tal “oposición”, merecedores por lo tanto de las mismas críticas y reconvenciones?
Lo que está realmente ocurriendo, en la referida circunstancia de anormalidad que atraviesa actualmente la nación, es que los modos y los usos de la clase gobernante han fabricado un muy inquietante entorno de crispación en el espacio público. Los mexicanos que no se suman a la suprema causa del oficialismo han sido denostados, un día sí y el otro también, en la más alta tribuna de la nación, y la condición de adversarios –cuando no de declarados enemigos o hasta “traidores a la patria”— que les ha sido imputada ha llevado a que ellos no se sientan ya parte de una casa común sino gente señalada, denunciada y, a partir de ahí, objeto de posibles puniciones o escarmientos.
Dicho en otras palabras, este régimen no sólo ha creado un muy perturbador clima de enfrentamiento entre los pobladores del territorio patrio sino que ha sembrado miedo. El temor a sobrellevar la suerte de una Rosario Robles o de una Alejandra Cuevas, dos mujeres encarceladas de la manera más arbitraria; de ser perseguido por la Unidad de Inteligencia Financiera; o, finalmente, de que el SAT, por órdenes de los comisarios políticos de turno, te reclame una colosal suma de impuestos a pagar.
Y sí, puede ser muy costoso, de pronto, ir de opositor en México.