¿Peores ciudadanos todavía?

Ciudad de México /

Las calles de este país están repletas de topes. Es el único recurso, al parecer, para que los automovilistas no conduzcan alocadamente y pongan en peligro a los demás. Lo otro, lo de inculcar en un primer momento el respeto a los reglamentos de manera que se vuelva luego una práctica habitual, eso no ha funcionado en nuestra sociedad.

Somos, entonces, una gran comarca poblada de gente desobediente. O, dicho con un poco más de elegancia, una nación con un preocupante déficit de ciudadanía.

A este escribidor le escandalizó grandemente ver a un policía federal, en el área de estacionamiento de un peaje carretero, aventando a sus espaldas la lata del refresco que acababa de beberse. No pareció preocuparle al hombre ese grosero gesto, lo hizo con la rústica naturalidad del buen salvaje. Si un agente de la autoridad no se siente siquiera llevado a poner la basura en su lugar, ¿qué podemos esperar de los demás, de quienes no están obligados a ninguna forma de ejemplaridad?

Una nación no es otra cosa que su gente. Los espacios naturales están ahí pero, pongamos, son los costarricenses quienes los preservan o los haitianos quienes los destruyen, de la misma manera como en Japón no se roba y en El Salvador se asesinaba antes de que llegara Bukele a limpiar implacablemente la casa.

El gran tema, justamente, es cambiar a las personas —si es que no han todavía interiorizado los valores que necesita la convivencia civilizada— y esa tarea es muy complicada de implementar, ya a destiempo, por los poderes públicos.

Estaríamos hablando de transformar el comportamiento de generaciones enteras, una misión prácticamente imposible, y precisamente por ello es que en las avenidas se ponen obstáculos de cemento —una medida que ya no es disuasoria de palabra sino una obstrucción física tan patente como para romper la suspensión del coche si se desdeña su presencia— y por eso también es que hay castigos legales para las infracciones y los delitos consumados.

En el mejor de los mundos no tendrían que existir sanciones ni multas ni penalizaciones. Todo resultaría de la muy oportuna prevención de las conductas perniciosas y de la paralela trasmisión, en la familia y en la escuela, de los debidos principios.

El estrepitoso fracaso educativo de México, en este sentido, es un problema colosal. Pero mucho más desalentador, todavía, es constatar que el rumbo no sólo no se corrige sino que las cosas empeoran: se editan libros de texto para adoctrinar en vez de ilustrar, se rebajan las exigencias en el aprendizaje, se favorecen las peores prácticas del sindicalismo corporativista del cuerpo magisterial, se cancelan materias esenciales para desenvolverse en la sociedad del conocimiento, en fin, pareciera que el régimen de la 4T tiene un muy nefario propósito oscurantista en lo que toca al futuro de la niñez mexicana.

No hablemos ya de ser competitivos y capaces frente a los demás. La tragedia es local: es seguir viviendo en un país de malos ciudadanos.


  • Román Revueltas Retes
  • revueltas@mac.com
  • Violinista, director de orquesta y escribidor a sueldo. Liberal militante y fanático defensor de la soberanía del individuo. / Escribe martes, jueves y sábado su columna "Política irremediable" y los domingos su columna "Deporte al portador"
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