Entre los varios frentes que tiene abiertos la presidenta de México —la escalofriante violencia criminal, la ardua misión de cuadrar las finanzas públicas, la agobiante carga de los programas sociales y el magro crecimiento económico— el advenimiento de Donald Trump la ha llevado no sólo a desenvainar la espada, desde ahora, sino que la obligará a vivir en un permanente estado de alerta a lo largo de cuatro años, por no hablar de los combates, ya en forma, que también le esperan durante ese periodo.
Se escuchan voces muy diferentes, al calificar, por un lado, la visita de Justin Trudeau a Mar-a-Lago y, por el otro, la enjundiosa respuesta de Claudia Sheinbaum, desde la primera tribuna de esta nación, a las bravatas del presidente electo de los Estados Unidos.
Algunos comentaristas dicen que el primer ministro canadiense dobló prontamente las manos, acotados sus márgenes de acción por afrontar en estos momentos un panorama electoral adverso. Otros, muchos de aquí, le reconocen su capacidad de respuesta y valoran que haya decidido viajar para entablar conversaciones directas y atemperar así las amenazas de Trump.
En lo que toca a la presidenta de los Estados Unidos Mexicanos, ocurre algo parecido, dividiéndose las opiniones entre quienes aprecian su firmeza ante las provocaciones de un sujeto deliberadamente belicoso y los que piensan que está dejando sueltos los cabos al invocar meramente principios muy gastados, para consumo de la galería, y no emprender acciones más decididas, más allá de que no es nada evidente que la mandataria mexicana pueda desembarcar a su antojo, cuando le venga en gana, en la mansión de la Florida de The Donald.
En su momento sabremos cuál habrá sido la estrategia más adecuada para desactivar la agresividad del sujeto pero por lo pronto nuestro país parece estar a la deriva frente a sus dos socios comerciales.
No les hizo gracia alguna, a los canadienses, que los pusieran en la canasta junto a México y se apresuraron a marcar sus diferencias con nosotros, comenzando por la cuenta aritmética de ilegales indeseables que cruzan su frontera con los Estados Unidos y concluyendo, pues sí, con las abismales distancias que los separan de una nación plagada de mafias criminales y mucho más atrasada, tanto social como económicamente.
Esto apenas comienza, para Sheinbaum y para todos sus gobernados.