Tan tranquilos ante lo que se nos viene encima

Ciudad de México /

La gente no parece estar demasiado incómoda ante el creciente deterioro de la vida pública en el planeta.

Por lo pronto, sobrellevamos aquí, en Estados Unidos Mexicanos, la correspondiente cuota de calamidades, así sea que buena parte del respetable público siga aplaudiendo que el PRIAN se retiró del escenario y que ahora reinan otra fuerza políticas.

No les perturba demasiado, a los simpatizantes de doña 4T, que la transformación no esté siendo un ejemplar proceso para consolidar el orden democrático sino, por el contrario, la calculada demolición de las instituciones de nuestra República y el exterminio puro y simple de un Poder, el Judicial, luego del previo avasallamiento del Legislativo para asegurar su debida sumisión a los designios del Ejecutivo.

Es más, la muy pobre vocación democrática de los naturales de este país y su desentendimiento de los valores cívicos por no haberlos siquiera avistado en la escuela, llevan a que el autoritarismo les parezca inclusive una opción deseable: por fin va a llegar al poder alguien que se va a ocupar debidamente de las cosas, sin rendirle cuentas a nadie, sin contrapesos ni restricciones ni reservas ni impedimentos ni limitación alguna.

Es el embelesamiento ante el hombre fuerte, el líder supremo, el caudillo erigido –él mismo— en salvador y, como en el caso del inefable Donald Trump, en restaurador de una grandeza nacional que en algún momento se perdió, qué caray, quién sabe cómo y por qué.

Putin, el dictador ruso emergido de las filas de los servicios secretos de la Unión Soviética, es también uno de esos emisarios de la redención patriótica y, miren ustedes, no es una casualidad que su discurso se hermane con el del presidente electo de los Estados Unidos: ambos evocan glorias pasadas —para Putin el derrumbe de la Unión Soviética, con todo y sus Repúblicas, es una auténtica tragedia histórica— y se conectan así con los ciudadanos descontentos, atizando no sólo sus nostalgias del paraíso perdido sino azuzando el rencor hacia los presuntos responsables de tan doloroso quebranto.

El trámite de designar culpables es parte de una estrategia dirigida a deshacerse, al final, de las voces críticas habiéndoles endosado, en un primer momento, la condición de declarados enemigos, o traidores a la patria, para restarles la legitimidad que merece un simple opositor en una apacible sociedad democrática.

El divisionismo, entonces, es un proyecto en sí mismo, una receta para edificar una comunidad de incondicionales encandilados por la retórica justiciera y, sobre todo, deslumbrados por una demagogia teñida de recio nacionalismo. Estando en juego la mismísima emancipación de la patria, a esos fieles no les importará que las libertades individuales se vayan aboliendo y que el poder se concentre en una sola persona.

Luego del dominio de los autócratas, queda un paisaje de destrucción y sufrimiento. Ya deberíamos de saberlo. Pero...


  • Román Revueltas Retes
  • revueltas@mac.com
  • Violinista, director de orquesta y escribidor a sueldo. Liberal militante y fanático defensor de la soberanía del individuo. / Escribe martes, jueves y sábado su columna "Política irremediable" y los domingos su columna "Deporte al portador"
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