Votar alegremente por tus verdugos

Ciudad de México /

El mundo está cambiando para peor. Y lo más curioso es que este deterioro ocurre justamente cuando los ciudadanos se encuentran globalmente muy descontentos. Se esperaría, en principio, que exigieran más justicia y más tolerancia. No, miren ustedes: se embelesan con el canto de sirenas de los populistas, precisamente ésos que los llevarán a perder libertades y derechos. 

Una oleada de insatisfacción recorre nuestro planeta siendo, paradójicamente, que las condiciones de vida de la gente son mejores que nunca antes en la historia de la humanidad: la esclavitud se ha abolido, la gran mayoría de las naciones ya no aplican la pena de muerte, las enfermedades que antes diezmaban a la población se han erradicado gracias a los portentosos avances de la medicina moderna, hay mucho menos pobreza, existen sindicatos que defienden a los trabajadores, la democracia ofrece la facultad de deshacerse de los malos gobernantes, las ideas circulan sin censura, en fin, las bondades del proceso civilizatorio están ahí, a la vista de todos nosotros.

Sabemos que los pueblos son perfectamente capaces de elegir en su momento al Hitler de turno. Lo que no parece resultarnos evidente, a estas alturas todavía, es lo perniciosa y catastrófica que resulta esa decisión. Sería un asunto de tener las antenas bien desplegadas y detectar a tiempo las señales de alarma pero eso no ocurre, así sea que los caudillos salvadores enmascaren muy arteramente sus intenciones cuando se aparecen en el escenario (o, bueno, algunos ni siquiera se privan de cacarear sus propósitos, ahí está Donald Trump, para mayores señas).

Es muy curioso el encantamiento de tantos ciudadanos por quienes acabarán siendo sus verdugos: Chávez y Maduro no hicieron otra cosa que llevar a Venezuela al despeñadero, el fervoroso entusiasmo de que los castristas le plantaran cara al imperialismo yanqui se volvió una asfixiante pesadilla de opresión y pobreza, la dictadura de Ortega es peor todavía que la de Somoza en Nicaragua y el fiero discurso nacionalista de Putin no pasa de ser demagogia pura para limpiarle el rostro a un Estado desaforadamente mafioso.

El grandísimo problema es que después es muy tarde: cuando el pueblo se da cuenta de cómo están verdaderamente las cosas ya no hay marcha atrás. Tropezar una y otra vez con la misma piedra es muy costoso, señoras y señores.


  • Román Revueltas Retes
  • revueltas@mac.com
  • Violinista, director de orquesta y escribidor a sueldo. Liberal militante y fanático defensor de la soberanía del individuo. / Escribe martes, jueves y sábado su columna "Política irremediable" y los domingos su columna "Deporte al portador"
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