—"¿Quieres saber lo que es realmente una casa de terror?"—, pregunta Julián y se ríe enseñándome sus dientes que parecen granos amarillentos de maíz, un tono ocre a causa del cigarro, lo único que lo calma cuando se ha excedido en el consumo de cocaína.
Le pasa todo el tiempo: inhala hasta el límite de la taquicardia y luego fuma con desesperación para volver a la calma que antecede a otro pase.
“Les decimos casas del pánico”, dice y vuelve a soltar una risotada. O panic room para los que vienen de los United. Me dijeron que las llamaron así porque la maña aquí torturaba a la gente. Todas estas casas huelen horrible. Yo digo que así debe oler el miedo. Y ya abandonadas se convierten en ‘puntos’ para consumir lo que quieras, lo que traigas”, explica Julián, de 32 años, mientras mira nerviosamente a los policías que rondan por el Centro Histórico de León.
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¿Cuántos puntos de droga hay en Guanajuato?
La Secretaría de Seguridad y Paz en Guanajuato en la administración anterior calculó que hay unas 60 mil casas deshabitadas susceptibles de ser casas de pánico por toda la entidad: construcciones abandonadas o a punto de caerse que el crimen organizado arrebató a sus propietarios para volverlas casas de tortura o refugio para sus compradores de drogas con adicciones.
La mayoría están en León, pero también se han encontrado en Salamanca, San Francisco del Rincón e Irapuato. Todo vale en una casa así: esnifar hasta rozar la muerte, asesinar a alguien para quitarle una dosis, vender el cuerpo por un gramo.
“Mira, esta es la casa a la que yo voy”, dice Julián y me enseña la galería de su teléfono. En la pantalla estrellada se puede ver un rincón con dos ventanas apenas cubiertas con unas cortinas delgadas como hoja de papel y un piso reventado. “¿Ya viste esa mancha roja? Es sangre”, aclara con una mezcla de orgullo y miedo. “Le rompieron la cabeza a un camarada porque no quería compartir”.
La droga más usada en un panic room, piensa Julián, es el crack o piedra, una forma sólida de cocaína que se fuma para obtener una sensación de euforia de modo más rápido e intenso, aunque breve.
También se usan nevaditos —cigarros tradicionales a los que se les quita el filtro para poner crack en su lugar—, la pasta de coca, el basuco, la coca diluida en agua o en rayas mezcladas con bicarbonato.
“Otras drogas también se usan, claro. Mota y lo que quieras. Pero la cocaína es todo. Es la reina”.
La coca ya se estacionó en Guanajuato
Julián es un dealer que conoce León como la palma de su mano. Si no vendiera drogas, sería un extraordinario guía de turistas.
Conoce cada rincón de la ciudad gracias a su motocicleta y su amplia base de clientes: vende a empresarios del calzado, estudiantes, profesores, amas de casa, choferes, migrantes deportados, agricultores, microempresarias, adultos mayores, médicos y adolescentes. Él es un testigo privilegiado de cómo la cocaína ha ganado terreno en su ciudad y en todo el estado.
Su experiencia personal está confirmada en las respuestas de la Guardia Nacional a solicitudes de información de la ciudadanía. Por ejemplo, la corporación reportó 620 aseguramientos de cocaína entre enero de 2020 y abril de 2024.
El estado donde más droga de este tipo encontraron fue Guanajuato con 515 decomisos, es decir, el 83% de las incautaciones a nivel nacional.
Y de esos decomisos en suelo guanajuatense, 328 ocurrieron en León, la cuna de Julián y centro de su negocio narcótico. Luego en Irapuato, San Francisco del Rincón y Salamanca.
En un distante segundo lugar nacional está Jalisco con 40 incautaciones de cocaína, luego está Sonora en un tercer escaño con 13 aseguramientos; Quintana Roo y Michoacán quedan en cuarto y quinto lugar, respectivamente.
“Guanajuato, como muchos estados del centro, tiene un grave problema de consumo de drogas derivado de que muchas personas que se fueron a Estados Unidos, y volvieron a México, trajeron consigo adicciones a sustancias que antes sólo se consumían fuera del país”.
“Además de que es un estado con una alta presencia de grupos criminales”, aseguró Alberto Guerrero Baena, consultor en temas de seguridad y violencia. “Es un centro neurálgico donde no sólo pasa la cocaína: ahí se estaciona”.
Entre las “cuatro letras” y el terrorismo
Hay preguntas que un reportero interesado en violencia no debe hacerle a un integrante del crimen organizado. Menos, si se encuentra en Guanajuato, pero Julián, aflojado por un nevadito que huele a cualquier cigarro, lo revela sin que haya una pregunta de por medio.
—“¿Por qué no me has preguntado para quiénes trabajo?”—, suelta cuando se asegura que nadie nos escucha. —“¿Te da miedo?—”, y vuelve a carcajearse. El miedo le divierte, especialmente el ajeno. “Ponle que trabajo para las cuatro letras. Nomás ahí adivina a cuál de las dos”.
En casi todo el país, el cártel de las cuatro letras es el Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG), dirigido por Nemesio Oseguera Cervantes, El Mencho, pero en Guanajuato puede tratarse del CSRL o Cártel Santa Rosa Lima, el antes poderoso grupo criminal local que estuvo liderado por José Antonio Yépez, El Marro, y que hoy está dividido en varios brazos armados.
Ambos grupos se disputan el control de las drogas en la entidad contra otros tres grandes rivales: el Cártel de Sinaloa, el Cártel del Golfo y La Unión de León, que han convertido a Guanajuato en la meca de los homicidios dolosos con 10 al día sólo el año pasado.
En cualquiera de esos cinco grupos criminales están los responsables, también, de los dos coches bomba que explotaron en la mañana del 24 de octubre: uno en Jerécuaro y otro en Acámbaro.
Los daños causados a casas y comercios sugieren un uso inédito de explosivos, mucho más letal que los primeros coches bomba que vio el país en el inicio de la llamada “guerra contra el narco”.
“Yo creo que en Guanajuato están conscientes del grave problema que tienen: ya pasaron la barrera del terrorismo, aunque el gobierno federal no quiera reconocerlo”, comenta Guerrero Baena.
“La estrategia federal ha ido de arriba a abajo y creo que esto no funciona en algunos estados; creo que un punto toral es trabajar en los municipios, especialmente en la zona sur que es donde colinda con Michoacán. Ahí, en esa región, la mayoría migra por la violencia”.
—“¿Qué piensas, Julián, de que ya se le llame terrorismo a la violencia en Guanajuato?”—, le pregunto y, otra vez, la risotada. Esta vez saca la lengua y hace el gesto de un loco, que aprendió de sus hermanos de las “casas de pánico” a quienes la droga los tiene anestesiados. “¡Que viva el terrorismo!”, grita.
Menores con calibre 38 y escuadras 9 mm
A simple vista, Julián no parece un tipo peligroso. Incluso, cuando quiere presentarse así, se esfuerza tanto que esa postura de matón se ve falsa. En el fondo, me parece, es un hombre asustado, aunque él asegura que sí es un tipo de cuidado, sólo que a nuestra cita no lleva su arma.
“Si me vieras armado, pensarías otra cosa de mí”, dice y sonríe. “En las ‘casas de pánico’ tienes que meterte armado, porque nunca sabes quién te quiere robar lo tuyo. Hay unos que se meten con una punta, un cuchillo, hasta palos. Yo traigo mi revólver y si quiero le vuelo la cabeza a quien me quiera quitar lo mío”.
Cada vez más, dice, las “casas de pánico” se vuelven lugares de encuentro para comprar o vender un arma. Es común que quien no tenga dinero para comprar la dosis diaria de cocaína, ofrezca una escuadra 9 milímetros o un revólver calibre 38 a cambio de un pase que alivie los dolores de la abstinencia.
Y cada vez más, asegura, son menores de edad los que ofrecen esas transacciones. Otra consecuencia del abandono de esas viviendas.
“Ya están ahí niños de 10, 11 años. Unos sí consumen, están ahí todos perdidos, hasta babean de tanta droga. Otros yo creo que los mandan sus papás a ofrecer las armas y así sacan dinero. Y nunca falta alguien que en la panic room quiera comprar una porque con esa ya pueden salir a asaltar, matar y cobrar para conseguir más droga”, dice.
De nuevo, sus dichos están confirmados en datos oficiales. En octubre de este año, un ciudadano preguntó a la Guardia Nacional cuántos menores de edad han sido detenidos por portar armas entre el 2020 y 2024 y requirió que cada detención fuera detallada por edad, entidad y tipo de armas.
La Guardia Nacional respondió con una base de datos de 122 menores de 18 años que han sido arrestados por portación de arma en esos cuatro años. El más joven tiene apenas ocho años; la mayoría tiene 17.
Michoacán llegó al primer lugar en esta estadística negra con 29 adolescentes detenidos; y en segundo lugar está Guanajuato, empatado con Sonora, con 23 aprehendidos.
Irapuato se ubica como el municipio a nivel nacional con más menores de edad detenidos por portación de armas: entre 14 y 17 años tenían al momento de ser sorprendidos por elementos de la Guardia Nacional. Armas cortas, largas y artesanales se les arrebataron.
“Si tu vieras una ‘casa de pánico’, si durmieras una noche ahí, te darías cuenta de que esto ya valió. ¿Cómo van a componer los políticos algo así? Yo digo que ya no hay remedio”, percibe Julián y mueve la cabeza. “Es como si Guanajuato fuera uno de esos adictos, ¿cómo lo pones de pie? No hay manera, no se puede”.
Quisiera decirle que sí hay remedio, aunque yo tampoco lo conozco. Lo que sí sé es que entre toneladas de cocaína, casas de pánico y menores armados no está la solución. Y él se ríe otra vez enseñándome los dientes y sacudiendo su cajetilla. Esta noche, el pánico se desatará en su cabeza cuando aspire cocaína hasta rozar la muerte.
RM