DOMINGA– Tres escenas se entrelazan en antiguos expedientes policíacos por un calificativo: Vikingo. Para los años setenta esa era la expresión para referirse a toda persona –sobre todo jóvenes– que no cumpliera con los estándares estéticos y de comportamiento, es decir, desaliñada, agresiva, desarreglada, incluso para algunos –como los policías– eran sólo pandilleros.
Y aunque esos no fueron los únicos motivos por los que se pronunció el calificativo, en Guadalajara se hacía referencia a una pandilla emanada desde los suburbios que creció y se fortaleció tanto, que terminó por heredar el apodo a movimientos insurgentes de Oaxaca, Coahuila y Guerrero. Esta es parte de la historia de Los Vikingos de San Andrés.
Era el 2 de diciembre de 1972 cuando, según expedientes de la Dirección Federal de Seguridad (DFS), un grupo de jóvenes armados irrumpió en una de las instalaciones policíacas de San Pedro, Coahuila, dejando a un par de policías muertos. La razón del enfrentamiento se desconoce, pero sus consecuencias fueron claras: el gobierno de México levantó en todo el país un operativo de corte clandestino con el objetivo de detener –vivos o muertos– a los integrantes de un grupo insurgente que desafió a la policía. Los señalados fueron calificados como Vikingos.
Casi un año después, el 18 de septiembre de 1973, en Durango, otro hecho sacudió a la policía. Álvaro Flores Alvarado, un joven estudiante fue detenido por su presunta afiliación al mismo grupo. El hecho derivó en el expediente 100-6-1-73 Legajo 22 de la policía secreta –la DFS– que instauró el gobierno para amedrentar a sus disidentes políticos. Ahí, en esas más de 300 hojas que conforman el expediente, los gendarmes, policías o espías adscritos narraron una persecución que perduró casi 11 años por hacer frente al gobierno.
Finalmente, el Mustang rojo. La tercera historia se narra en el municipio de Acapulco, en Guerrero, pero termina en Jalisco. Los gendarmes cuentan el momento cuando a Ana Virgina Hernández, hija de un ingeniero acaudalado, acompañada por su escolta en sus días de vacaciones es víctima del robo de su automóvil, un deportivo rojo.
En el entonces corazón turístico de Guerrero, el 23 de enero de 1974, le sustraen a la joven un Mustang Mach 73. Según los uniformados que reportaban a la DFS, los Vikingos usarían el automóvil lujoso en un asalto a Wilfrido Castro, entonces jefe de la policía judicial de Acapulco, donde un integrante de la corporación fue asesinado. El sobreviviente, el comandante Castro, aseguró que a bordo del deportivo se encontraban ‘vikingos’ que pertenecían a la Liga Comunista 23 de Septiembre (LC23S), una organización surgida de las bases y abastecida por integrantes de los Vikingos de San Andrés.
Aunque el acusador no presentó pruebas de aquellos señalamientos, su testimonio fue suficiente para iniciar una cacería. Los Vikingos estaban ahora en el radar de la DFS.
La recompensa de cinco mil antiguos pesos por el Mustang rojo
La persona que reportó el robo del Mustang rojo era Francisco Hernández Macedo un empresario originario de Cuautla, Morelos, pero con negocios de infraestructura en Jalisco y quien tuvo que asistir a la jefatura de policía de Guadalajara a presentar la querella debido a que, según testigos de la DFS, las personas involucradas en el robo radicaban y se organizaban en esa ciudad.
En una carta dirigida al procurador de Guadalajara, Hernández Macedo narró lo ocurrido con su hija y agregó que quienes ayuden a localizar a los implicados serían acreedores a una jugosa recompensa de cinco mil antiguos pesos.
“El coche es americano. Tiene las siguientes características que lo hacen diferente a los armados en México. Un Mustang 1973 Mach 1, placas 52BCR72-73 del Distrito Federal. Cuartos delanteros horizontales, llantas anchas Good Year, vidrios polarizados azul-verde, rines de magnesio, respaldos altos, motor 1F 195572 y defensa delantera de hule. A la persona que informe datos que conduzcan a su localización la gratificaré con $5,000.00. Esperando que haya suerte, me permito reiterarme de usted”.
Sobra decir que los policías jamás encontraron el Mustang rojo. O por lo menos, jamás volvieron a reportar sobre él en el enorme expediente. En cambio, las páginas siguientes narran un complejo aparato armado que contenían los nombres de al menos 76 personas identificadas como integrantes de grupos subversivos, a quienes los policías calificaban de “pandilleros, comunistas, integrantes de la LC23S o de Vikingos”. La realidad afortunadamente es más compleja que algunos calificativos y, a veces, existe en múltiples direcciones. Este es el caso.
La idea de juventud tras la aparición de ‘Los Vikingos de San Andrés’
La periodista Dawn Marie Paley, el académico Rubén Martín y el abogado José Enrique Velázquez tienen en común esa misma guerrilla (aunque la nombran diferente), por interés, militancia o relación pero, de alguna manera, es la misma. Ya sea investigando los orígenes de la LC23S, defendiendo legalmente a los Vikingos de San Andrés o apoyando a la Federación de Estudiantes Revolucionarios (FER) para lograr su participación política, estos tres personajes también comparten la misma conclusión. La guerrilla era mucho más que una fobia a los movimientos de izquierda en los setenta.
Los Vikingos de San Andrés fueron, ante todo, un grupo de jóvenes, entonces estudiantes que vestían pantalones acampanados y camisas con el pecho descubierto y gran sentido de identidad barrial –usaban el nombre de la colonia donde se reunían–, que se organizaron entorno a la vida estudiantil de la Universidad de Guadalajara (UDG) –fundada por José Guadalupe Zuno–, que era divertirse, boxear, ir a las fiestas. Jóvenes tapatíos que para enfrentarse “eran un barrio bravo”.
Uno de los motivos por los que fueron considerados una agrupación dispuesta a la confrontación surge de una disputa por ocupar espacios en lo que ahora conocemos como Consejo General Universitario.
Los Vikingos eran también un grupo político y armado que llegó a extenderse a otras colonias de Guadalajara, como Santa Tere y Chapalita. Posteriormente, al resto del país. Para Ruben Martín, su aparición significó una de las primeras revoluciones culturales, el primer intento de las juventudes tapatías por descentralizar la idea del estudiante adepto al régimen. El académico y coautor del libro Memoria guerrillera, represión y contrainsurgencia en Jalisco, explica que tras la aparición de estos grupos disidentes, la idea de juventud cambió.
A diferencia de otras ciudades marcadas por el movimiento del 68, la rivalidad entre Los Vikingos de San Andrés y la entonces Federación de Estudiantes de Guadalajara ha sido cubierta por la literatura, ensayos, notas de periódicos, series y programas policíacos de televisión. Ante distintos episodios de represión, los jóvenes se organizaron hasta sumar a las filas de los Vikingos a otras organizaciones de tintes políticos, como la LC23S o el FER.
Y quienes los persiguieron fueron siempre los mismos: la autoridad. Los criminales que decían perseguir eran en realidad civiles imputados con falsedades. La periodista Dawn Marie Paley, autora del libro Guerra neoliberal, explica a DOMINGA: “La transformación económica de las ciudades es fundamental para entender la violencia de hoy”. Existen elementos para indicar que la persecución a grupos guerrilleros, comunistas o de izquierda, se trató de un operativo para abrir espacio a las grandes industrias en territorios donde la población se organizaba para defenderse.
El secuestro de un rector de la UDG y el 68
La disputa comenzó por la participación política. Aunque no se conoce a ciencia cierta el motivo por el que estudiantes de la UDG no apoyaron al movimiento del 68, derivado de lo que hoy conocemos como la Matanza de Tlatelolco, las páginas de los expedientes de los Vikingos de San Andrés y las voces de los sobrevivientes al periodo de represión nos esbozan algunas pistas.
Dos años después de Tlatelolco, las elecciones dieron el triunfo a Luis Echeverría, quién había sido el secretario de gobernación durante la administración que ejecutó la masacre en la Plaza de las Tres Culturas. Este dato es relevante, dado que Echeverría se había casado con María Esther Zuno Arce, hija del fundador de la UDG, José Guadalupe Zuno, secuestrado por una fracción de los Vikingos el 28 de agosto de 1974 en plena vía pública.
Tras la tragedia, el matrimonio también fue víctima de espionaje por el propio gobierno de Echeverría. En la página 153 del expediente en manos de DOMINGA, los policías adscritos a la DFS reconocen haber intervenido las comunicaciones de la Primera Dama, obteniendo así acceso a la intimidad de su correspondencia. Las cartas en cuestión dan fe de las comunicaciones que María Esther sostenía con el empresario Francisco Hernández Macedo –el dueño del Mustang rojo–, un antiguo egresado de la UDG que trabajó de la mano del arquitecto Luis Barragán.
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Aunque el contenido de las cartas fue sustraído del expediente, su sola aparición da cuenta de que el gobierno de Echeverría no dio tregua al espionaje, ni en su propia casa. Sin embargo, 45 páginas después, en la 198, aparece un fragmento de esa correspondencia entre la Primera Dama y el ingeniero Hernández Macedo. El motivo de esa carta era el de solicitar apoyo con información de las personas que robaron el automóvil deportivo y denunció que los perpetradores del secuestro de su padre pertenecían a los Vikingos y la LC23S, los mismos que habrían robado el Mustang aquella noche en Acapulco.
“Por la prensa me enteré del bochornoso secuestro de su muy estimado padre, el Lic. Zuno. El periódico Novedades dijo que los secuestradores pertenecían a una rama de la liga 23 de septiembre (sic). El 23 de enero en Acapulco, le robaron su coche a mi hija Ana Virginia Hernández. Ella iba de turista pues vive en Londres. Me he permitido anexarle cinco cartas con la fotografía del coche y su descripción”.
El ingeniero además aseguró que si encontraban el coche de su hija, robado siete meses antes, encontrarían posiblemente al Lic. Zuno. Finalmente, la liberación del fundador de la UDG ocurrió a los pocos días de redactar aquella carta.
El Pantera, la droga y los autos de lujo
Los Vikingos eran una pandilla. Lo dice El Pantera, el alias de un exagente Olimpia que sobrevivió a los enfrentamientos ocurridos el 2 de octubre de 1968 y enlace de la DFS en Guadalajara. El militar reconoce al teléfono algunos de los nombres en las listas reportadas por sus compañeros, dice que eran integrantes de los Vikingos y de la LC23S que habían sido detenidos o asesinados.
Según El Pantera, los Vikingos eran una pandilla que radicó en la colonia San Andrés al sureste de Guadalajara. Ellos, según narra, contaban incluso con algunos militantes dentro de las policías municipales. Ya sea porque recibían favores de los Vikingos, como dinero y protección, o por convicción a sus causas, la realidad era que éstos eran una de las prioridades para la policía secreta de Jalisco. Como lo narra, los Vikingos se dedicaban a hacer carreras de autos clandestinas, acostumbraban a robar grandes tiendas y oficinas de gobierno para sostener su causa. Y ese sería uno de los motivos por los cuales algunos policías los señalaban de pandilleros.
“Hay un túnel ahí en San Andrés que te puede decir más que yo. Cuando se fugaron los vikingos El Tenebras y El Guaymas, Enrique Peréz Mora y Mario Cartagena López [en 1976 del penal de Oblatos], se escondieron ahí. Los otros me decían, ‘güey, tú estabas en ‘los rurales’ [una policía local que servía como apoyo a enfrentamientos en Guadalajara]”. El Pantera hace referencia a una prisión local adaptada y especializada en retener integrantes de la guerrilla.
Ahí en el penal de Oblatos murieron un sargento, tres elementos y el chofer. “Yo fui de los que acudieron [a una alerta de escape] por órdenes del coronel Miguel Dueñas Orozco, el jefe de la policía rural. La penitenciaría te la conozco perfectamente”, dice El Pantera y se refiere a la segunda detención donde lograron capturar al vikingo Pérez Mora, El Tenebras.
Al entrar al penal encontró una escena. En unas escaleras que subían al cuarto de vigías, había cuatro torres y quien estaba de guardia era un teniente de nombre Esteban González. “Él era amigo mío, un chaparrito [...]. Yo entro y encuentro al policía muerto. Estaba haciendo un servicio en mi calidad de comandante segundo, entonces bajamos por donde ellos se fugaron, encontramos un hueco con una pistola dentro”. Los propios reos, cuenta, indicaron dónde estaba el arma con la que asesinaron al policía y se las entregaron.
Los Vikingos de San Andrés liberan a José Guadalupe Zuno
Otro de los recuerdos del Pantera, quizás el más memorable y pieza clave para esta historia, es la del rescate del fundador de la UDG, José Guadalupe Zuno: “A mi me tocó participar en el rescate […], lo localizamos en la calle de Pedro Moreno, caminando solo”.
La conclusión del por qué los Vikingos dejaron libre a José Guadalupe Zuno es por lo menos intrigante. El Pantera asegura que la liberación fue debido a que su hijo, Rubén Zuno Arce, hermano de la Primera Dama, traficaba con mariguana de Guadalajara al municipio de Mascota. Es decir, debido a que su hijo tenía relaciones criminales más poderosas que los propios Vikingos de San Andrés.
No sabe si por amenazas o contubernio. “Me lo encontré [Zuno padre] caminando solo por la calle de Pedro Moreno. Estaba en shock y volteando para todos lados, iba saliendo de Palacio de Gobierno a la Glorieta del Charro, a donde estaba el cuartel de los rurales en aquel tiempo. Íbamos en una camioneta civil, un camper con cuatro elementos atrás en una camioneta de nombre Lolita […]. Cuando me acerqué quiso huir, saqué mi credencial y le expliqué que estaba haciendo mi trabajo, de ahí lo llevamos a la jefatura y después a Palacio donde llegaron familiares a recogerlo”.
El Pantera se enteró de que lo habían soltado pero nadie sabe exactamente por qué. Y especula: “En realidad había mucho de Rubén Zuno por haber asesinado a agentes federales. Estando yo en la DFS supimos que lo estaban vigilando, Rubén se dio cuenta y mandó a asesinarlos con la gente que tenía. Años después de eso, acompañé a un hermano de mi compadre, Antonio Garate, a llevar un encargo al municipio de Mascota, era un costal de semillas de mariguana al rancho de Rubén Zuno Arce, yo pienso que pudo haber amenazado a los secuestradores”.
Hasta el momento nadie conoce la verdad. El recuerdo de los amigos desaparecidos y torturados nublan la evidencia de lo que ocurrió en aquellos años donde ser clandestino podía dibujar la diferencia entre vivir o morir en manos del ejército. Quizás, por las noches, aún deambulan algunas de esas almas clandestinas, aún con sus pancartas, en contra del autoritarismo de Estado y, con suerte, siguen trabajando por derechos no conquistados. El Pantera piensa que sí.
GSC/ATJ
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