Ana Guzmán Quintero: “El teatro es mi espacio de resistencia”

Entrevista

Para la actriz de 'Indecente', el teatro mexicano es uno de los más potentes del mundo, por lo que “sería increíble que tuviéramos más apoyo del gobierno, becas, teatros remodelados, más infraestructura”.

Ana Guzmán Quintero, actriz mexicana. (Cortesía: Ana Guzmán Quintero)
Ciudad de México /

Ana Guzmán Quintero debutó en 2019 con Despertar de primavera, el drama del alemán Frank Wedekind dirigido por Diego del Río, y ya durante este 2023 tuvo “una explosión de intensidad” en su carrera con protagónicos en obras de Wajdi Mouawad, Paula Vogel, Arthur Miller y Sarah DeLappe.

“Siempre hay una intuición un poquito visceral que me atrapa en las obras, algo que me mueve por dentro desde que leo un texto o conozco la historia o al personaje, que de pronto se revela como algo muy alejado de mí, que me da miedo”, comenta en entrevista la joven actriz nacida en Ciudad de México, con estudios en Londres y Nueva York, que se inició a los 18 años en musicales y microteatro.

Nominada este 2023 a la categoría de Mejor Actriz en Rol Principal en los premios de la Agrupación de Críticos y Periodistas de Teatro (ACPT) gracias a los siete roles que interpreta en Indecente, la exitosa obra de la Pulitzer Paula Vogel, que ya montó Cristian Magaloni por varias temporadas desde 2022 en el Teatro Helénico, también incursionó este año con su hermana Luisa en la producción, con Lobas.

¿Cómo siente afinidad con personajes como Narwal, en Incendios; o Anne Deever en Todos eran mis hijos, o su personaje central en Indecente, Rifkele, o la joven abusadora de Lobas?

En general, esos textos tienen una temática que a mí me atraviesa en lo personal, que como sociedad nos siguen invitando a reflexionar sobre esos problemas. En Incendios, el amor más allá de todas las tragedias posibles, aprender a pensar, reflexionar, leer, expresarnos, aprender a hablar entre nosotros. Lobas es un proyecto súper cercano a mi corazón, mi hermana Luisa y yo queríamos de entrada encontrar un proyecto en el que todos fueran mujeres, pensábamos en cuántas directoras, iluminadoras, escenógrafas, diseñadoras de audio y de sonido conocíamos, además del elenco. Nos dimos a la tarea de saber quiénes eran esas mujeres que existían en nuestro país y que no conocíamos, igual actrices jóvenes. Queríamos encontrarnos con ellas y contar sus historias y también reencontrarnos con nuestra adolescencia, verla de frente, ver los horrores o quizás sanarnos. Con Todos eran mis hijos, esa historia sobre la familia y los secretos, he tenido fortuna, porque lo que me interesa son historias que tocan temas que se sienten personales pero son muy universales, relevantes y vigentes en nuestra sociedad. Sueno egoísta, pero de entrada tienen que atravesarme y moverme a mí, para que me interese entrarles.

En todos estos papeles sus personajes tienen una relación conflictiva con los padres.

Fíjate, hasta ahorita me cae el veinte de que, claro, sí está ese tema como hilo conductor en todas las obras. Estuve también en Mamá se fue a la luna, una historia preciosa que escribió Clemente Vega, un joven actor, bailarín, director, dramaturgo y productor. Es la historia de su mamá. Me tocó interpretarla, una mujer que es abandonada a los 12 años con sus hermanitos y ella tiene que hacerse cargo de ellos, se queda como la mamá de la casa y crea toda una fantasía alrededor de la madre real para explicar a sus hermanos por qué se fue. Es también esta relación de padres, madres e hijos e hijas. Es muy interesante tu pregunta, me acaba de caer el veinte, a lo mejor me viene a decir en mi vida que hay algo que tengo que sanar en la relación con mis padres, no sé. Me gusta ver al teatro y sus personajes como entes que nos vienen a enseñar cosas de nuestra vida o a recordar cosas, tal vez algo me están diciendo.

Siempre que veo personajes como la Narwal de la obra de Wajdi Mouawad me pregunto cómo pueden actrices y actores dejarlos en el escenario. Arcelia Ramírez me contó que cuando hizo la Emilia de Las razones del corazón, la versión de Medea de Arturo Ripstein, se llevaba a su personaje a casa, terrible. ¿Cómo le hace usted con estos personajes tan complejos y durísimos?

Más que me los lleve conmigo —o sea, sí hay que dejarlos totalmente, no es que una se vuelva su personaje, hay que cerrar—, sí cada vez descubro más que esta profesión es un regalo en el sentido de que esos personajes me dicen algo de mí misma. Y al final del día uno presta el cuerpo y un poco el alma también; entonces, es inevitable que vengan a mover mis cosas en mi propia vida. Sí, cuando termina la función uno les agradece y cierra, pero a mí también me gusta llevarme los aprendizajes. Y también he descubierto esto, más místico que terapéutico: que de pronto encarnar a estos personajes se vuelve una especie de constelación muy sanadora; no es que use el teatro de terapia o que sea una terapia, pero son los beneficios que he encontrado y que agradezco mucho a mi profesión. El teatro también se vuelve una catarsis colectiva, es de lo más hermoso, otra belleza de que sea un evento presencial; uno puede tener catarsis en el cine, y es hermoso, pero, en el teatro, tenemos la fortuna de que estamos viviéndolo ahí, en el mismo espacio y tiempo. Eso es de lo más increíble.

¿Cuál de sus personajes le ha costado más trabajo?

Definitivamente, Nawal en Incendios; por el tema de las edades, por el viaje emocional, es un desgaste emocional y físico; era un reto representar todas las etapas de la vida de esa mujer. Esta obra se había presentado (en 2011) con el éxito profundo que fue en la versión de Hugo Arrevillaga, con Karina Gidi en rol; entonces, ¿qué clase de atrevidos somos?, ¿cómo vamos a montarla otra vez después de lo que fue? Y fue una especie de proceso de agradecerles a ellos los pasos de gigante que dieron, pero hacer nosotros lo nuestro. Creemos que el texto sigue completamente vigente, y que se siga contando a través de nosotros, que le podamos ofrecer nuestros corazones y almas.

Recién protagonizó simultáneamente Indecente y Todos eran mis hijos, y en el mismo espacio, el Centro Cultural Helénico. ¿Cómo conecta ambas obras de dos Pulitzer, Vogel y Miller?

Sin hablar de los textos, ambas puestas en escena tienen equipos con mucho corazón y ganas de contar historias: en Indecente, Anna Kuppfer, Ivonne Márquez, Eloy Hernández y Cristian Magaloni; en Todos eran mis hijos, Diego del Río y Marla Almaraz. Todos tienen mucho amor al teatro y honran mucho esta profesión. Ambos directores (Magaloni y Del Río), aunque las historias ocurren en la primera mitad del siglo XX, se encargaron de hacer sentirlas vigentes para nuestra sociedad mexicana. Lo sorprendente para mí es cómo estos textos no se sienten ajenos y cómo la gente se siente identificada, no son cosa del pasado, conectan con el público mexicano. Eso ha sido un gran acierto.

La guerra es el trasfondo de ambas. México vive algo similar. ¿Cómo se siente al respecto?

Yo tomo el teatro como mi espacio de resistencia. Se vuelve muy abrumador o muy desesperanzador pensar en esta situación de guerra no declarada, de las desapariciones, las balaceras, todo el horror, porque realmente es un horror el que vivimos y que muchas personas viven en carne propia hoy en día. De pronto me pregunto ¿qué puedo hacer? ¿cuál es mi espacio de resistencia? ¿salgo a la calle con fusiles? ¿voy a las marchas? ¿en dónde puedo yo poner mi granito de arena? He encontrado en el teatro este tipo de espacio. Pero, retomando el tema de la catarsis, al menos que para eso sirva, para hacer algo de catarsis y que mueva algo en la angustia colectiva. No sé, te confieso que a veces se puede sentir como algo frívolo: yo voy a mis funciones de lunes a jueves pero, ¿qué diferencia estoy haciendo? He encontrado en estas obras y en el teatro como mi espacio de resistencia y de reflexión para seguirnos preguntando en comunidad qué estamos haciendo, qué podemos hacer.

Y se nota esa resistencia en sus roles: Rifkele se resiste a la religión en Indecente; Narwal al Estado y a la guerra, en Incendios; y Anna a la comunidad, al qué dirán, en Todos eran mis hijos.

Me haces pensar en esta escena de Indecente donde la compañía de actores está en el ático, presentando el segundo acto de El dios de la venganza momentos antes de que lleguen los nazis a llevárselos al campo de concentración. Eso es lo que ellos hacen, resistir, a pesar de estar en estas condiciones de guerra y de persecución, ellos toman este espacio que les prestan una vez a la semana, este ático, para seguir contando historias, para seguir elevando el ánimo de la gente. Nos decía un espectador que sentía que éramos como los músicos del Titanic, que lo último que pierden es la esperanza. Creo que con el arte es donde seguimos en resistencia y donde nos seguimos rebelando y diciendo las cosas incómodas, que pueden resultar incómodas y que a veces no queremos ver, discutir ni transitar. En Lobas mi personaje era una cosa tremenda, una bully horrible, y, de pronto, encarnarla era cuestionar en qué momentos de mi vida yo soy esa persona, por ejemplo.

Ese rol en Lobas es muy distinto a otros, aunque más que abusadora, yo la veía muy solitaria.

Todo personaje oscuro tiene una herida muy profunda. Y para mí era muy importante entrarle a la oscuridad de los personajes. Se me presentó la oportunidad en Lobas y ahí me di cuenta dónde entra la empatía. Me ayuda a pensar que toda guerra viene de alguien que está en guerra consigo mismo o por algo que le pasó; toda guerra externa es un reflejo de algo interno que nos pasa. Esta adolescente es muy agresiva porque está en guerra constante consigo misma y con las circunstancias que le pasaron.

¿Y en qué obra se ha sentido más cómoda?

No sé si cómoda es la palabra, pero uno de los procesos que disfruté más, muy hermoso, a pesar de que fue muy complejo porque interpreto a siete personajes, fue Indecente. Es una obra que íbamos a estrenar en 2019 y por la pandemia se retrasó; entonces, vivieron esos personajes en mi cabeza y mi corazón antes de que llegáramos a los ensayos, y como que ya también tenía ganas de que explotaran.

Y entre tantos personajes, tan duros, ¿quién es Ana Guzmán Quintero?

Ni yo tengo idea. No sé, siempre estamos cambiando, evolucionando; hoy, soy una mujer muy apasionada, con muchas ganas de seguir contando historias, de seguir trabajando para poner mi granito de arena y mejorar las condiciones en las que hacemos teatro en nuestro país. Qué pregunta más difícil. Me gusta mucho cantar, la música, las prácticas espirituales: yoga, meditar; viajar. Últimamente no he podido estar mucho en la naturaleza como me gustaría, afortunadamente me gusta; soy bastante romántica y contemplativa. Cuando salgo y puedo ir a caminar, me gusta observar mucho a la gente. Me gusta bastante el cine, veo muchísimo el teatro, ver a otras actrices, actores. Disfruto mucho ir a museos. Soy alguien que no se puede estar quieta, siempre está buscando hacer cosas, tomar cursos de esto y el otro. Mis amigas me alimentan mucho, conversar con ellas, conocer gente en general.

A pesar de su juventud, conoce bastante la escena teatral en la ciudad. ¿Cuál es su diagnóstico?

Es prolífica, enorme, México es uno de los países con más teatro en el mundo, hay una cantidad de historias. Ojalá hubiera más textos mexicanos y se representaran, de pronto importamos muchos textos norteamericanos, que tampoco hay nada de malo en ello, a mí me encantan los clásicos, son increíbles, que por esto son clásicos, son atemporales y caben en cualquier parte del mundo si están bien adaptados. Hay de todo. En calidad y en muchas otras cosas ahí nos vamos, no le pedimos nada al teatro norteamericano; al europeo no he tenido el privilegio de conocer mucho, sólo el teatro inglés. Sería increíble que tuviéramos más apoyo del gobierno, becas, oportunidades, teatros remodelados, más infraestructura. Pero, en calidad, no le pedimos nada a los teatros internacionales.

Hablando de Arcelia Ramírez. Usted compartió este año escenario con ella en Lobas y en Todos eran mis hijos. ¿Cómo resultó esa experiencia?

Ha sido un completo gozo, no solo porque es una tremenda actriz, sino por su calidad de persona y mujer impresionante, su generosidad brutal. Ha sido increíble verla en sus distintos procesos en las dos obras. En Lobas no tuvimos tantos ensayos juntas, pero en Todos eran mis hijos, sí. Impresionante su ética de trabajo, el desgranar y llegar al fondo de su personaje, y la generosidad que tiene para encontrar su personaje a través de los demás, y dentro y fuera de escena, contando sus experiencias. Si pudiera definirla es eso: una completa generosidad. Ha sido un privilegio esta oportunidad, que además ella ha abrazado estos proyectos estando ocupadísima; me impresiona la cantidad de cosas que tiene en su plato y la cantidad de cosas que hace por la cultura en nuestro país.

Este año le ha tocado estar súper homenajeada por todos lados (de hecho, en vísperas de las últimas funciones de Todos eran mis hijos ganó su cuarto Ariel por su papel en el filme La civil, que recibió aplausos de pie por diez minutos en su estreno en Cannes). Y cuando están las temporadas, hace las promociones, invita gente. Me admira mucho que, a pesar de toda su carrera y todo el trabajo que tiene, no da por hecho el agradecer estar en el escenario, eso para mí es una gran lección de humildad y generosidad que comparte conmigo, con los que trabaja y con quienes la rodean. Es súper admirable.

¿Y para cuándo va a hacer cine?

Me encantaría, estoy segura que se abrirá pronto esa puerta.

AQ

  • José Juan de Ávila
  • jdeavila2006@yahoo.fr
  • Periodista egresado de UNAM. Trabajó en La Jornada, Reforma, El Universal, Milenio, CNNMéxico, entre otros medios, en Política y Cultura.

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