Buena parte de los niños que esta semana regresarán a clases estrenarán una mochila nueva, una lapicera, cuadernos, colores, crayolas, tijeras o un pegamento, artículos indispensables en la lista de útiles, y hasta tres veces más económicos que los originales.
El regreso a clases presenciales reactivó al sector de útiles escolares y representó un ligero respiro para el comercio, para el empleo y para un rubro deprimido por la pandemia de covid-19, no obstante, significó la reaparición de otro mal todavía más añejo: la piratería.
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La Ciudad de México surte la lista de útiles en Plaza Mesones, ubicada en el centro de la ciudad, y en donde cada regreso a clases, se vuelve el epicentro del cuaderno y de la pluma. Agrupa a minoristas y mayoristas, que han sido sometidos por el cierre de las aulas obligado por la pandemia de covid-19.
Hoy, Plaza Mesones es una fotografía del momento que vive la industria: Al interior, entre un 25 y 30 por ciento de los locales no llegaron al ciclo escolar y se vieron obligados a bajar sus cortinas; mientras que los locatarios que sobrevivieron, redujeron el tamaño y despidieron trabajadores, que además, deben lidiar con la piratería, que se adueñó de la temporada y de la banqueta.
“Hay muchos locales, no aguantaron la pandemia, y luego… pagar trabajadores, luz, pues no aguantan”, dice Alberto Sarabia, locatario de la plaza quien confía en que durante la primera semana del regreso a clases se reactive la vendimia. Él, como un centenar de vendedores, paga entre 8 y hasta 12 mil pesos por un local, más los servicios.
En la banqueta: libretas, cajas de papel o lápices adhesivos, por mencionar algunos productos, copias muy similares, nacionales o extrajeras, se venden a destajo, sin que la policía capitalina, la Guardia Nacional, el Servicio de Administración Tributaria (SAT), el Instituto Mexicano de la Propiedad Industrial (IMPI) o la Procuraduría Federal del Consumidor (Profeco) revise que se cumplan con los estándares mínimos para su venta.
El ejemplo más claro está en el lápiz adhesivo, artículo obligatorio en la educación primaria, y que en la banqueta es camuflajeado con una etiqueta impresa que anuncia un “5 por ciento más gratis”. Paradójicamente, desde hace una década la empresa Henkel, ha destinado hasta el 12 por ciento de sus ingresos para agregarle distintivos a su pegamento.
Ángel Castillo, trabaja en Papelería Marifer, vende colores de todo tipo y su local es una escala obligada para el transeúnte que visita la plaza, pues se encuentra en la puerta principal. Denuncia piratería en colores, Prismacolor o Norma, el cuaderno y de las mochilas y estucheras, pues depende del dibujo; “Y luego nos reclama la gente que por qué tan caro si estaba 10, ‘y es que jefa es el chino, no manejamos el chino’”, explica.
De acuerdo con números de la Asociación Nacional de Fabricantes de Artículos Escolares y de Oficinas, el boquete producido por el mercado negro representaría hasta un 15 por ciento del total de las ventas en el sector, equivalente superior a los 5 mil millones de pesos.
Sin embargo, los números poco importan para los ciudadanos, como Martín Cruz, padre de dos menores en edad escolar. Compró resistoles, una libreta “porque la verdad no nos alcanza, la verdad, la crisis nos está dando en el gorro”.
FS