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Soldados conquistan el Citlaltépetl en entrenamiento; "Todos subimos, todos bajamos"

El Citlaltépetl, eterno y vigilante, se ha convertido para los alpinistas en un símbolo más de propósito y unión.

Ciudad de México. /

Estos soldados ya han escalado volcanes y resistido temperaturas bajo cero. Han enfrentado el mal de montaña, la hipotermia y aprendido cómo atenderlos. Dominaron descensos verticales y cada técnica de supervivencia necesaria para cumplir su misión en las montañas. 

Después de conquistar el Nevado de Toluca, el Ajusco y el Iztaccíhuatl, ahora enfrentan su reto mayor: la cumbre más alta de México, el imponente Pico de Orizaba, el Citlaltépetl.

Son fusileros paracaidistas del Ejército mexicano, y este es el último desafío antes de culminar su Curso de Operaciones de Alta Montaña y Búsqueda y Rescate. Cada uno de los 23 elementos estaba decidido a superarlo.

Las investigadoras pidieron establecer lineamientos para no afectar la calidad del agua en los cenotes. | Foto: Especial
Las investigadoras pidieron establecer lineamientos para no afectar la calidad del agua en los cenotes. | Foto: Especial

“Todos subimos, todos bajamos,” dijo el instructor con voz firme. Este mantra resonaba en cada paso: la montaña exige unidad y disciplina, valores que refuerzan el espíritu de cuerpo de cada soldado.

A las tres de la mañana, ‘Los Chutes’, como se les llama, ya estaban listos, con la mente y el cuerpo alineados para enfrentar el reto. Además del equipo alpino —crampones, piolets y mochilas cargadas de material de emergencia—, cada soldado llevaba su FX-05 Xiuhcóatl. 

Algunos portaban cuerdas, camillas portátiles y otros implementos necesarios, preparados no solo para escalar, sino para responder ante cualquier contingencia que pudiera surgir.

Estos soldados ya han escalado volcanes y resistido temperaturas bajo cero. | Foto: Amílcar Salazar

La marcha inició bajo un cielo estrellado, iluminado solo por las lámparas montadas en sus cascos. El frío cortaba el aliento, cada paso resonando como un acto de resistencia frente al gigante dormido.

El primer hito en su camino fue una cruz solitaria enclavada entre las piedras, junto a un epitafio desgastado que recordaba a quienes perdieron la vida en el coloso en 1959. Los soldados se detuvieron. 

Algunos susurraron una plegaria: “Dame la sabiduría para que con todos mis actos dignifique a mi familia, a mi patria y a mis compañeros.” Era un momento de reflexión colectiva, una pausa para comprender que el Citlaltépetl no solo demandaba fuerza física, sino humildad y respeto.

El ascenso los condujo por un antiguo canal de piedra, un vestigio de obras de infraestructura fallidas, pero también una leyenda de Quetzalcóatl. 

La serpiente emplumada, según se cuenta, había recorrido estas tierras llorando por dejar su hogar, y su dolor impregnó el paisaje, dando nombre a la región conocida como Tlachinoltépetl, el cerro quemado. Y es que el terreno está marcado por esa ausencia de vegetación, como si aún guardara el eco de aquella historia.

Conforme avanzaban, el frío helaba el suelo y calaba en los huesos. La falta de oxígeno comenzaba a ralentizar los movimientos, pero no su determinación. Un sendero de grava inclinado a 45 grados apareció ante ellos, junto con un riachuelo congelado. Una combinación de arena, piedras y hielo creaba un escenario traicionero que requería precisión y trabajo en equipo.

‘Los Chutes’ estaban listos, con la mente y el cuerpo alineados para enfrentar el reto. | Foto: Amílcar Salazar

En su avance, llegaron a 'Los Nidos', un punto estratégico más allá de las nubes desde donde el Altiplano Central Mexicano se desplegaba como un lienzo infinito. La belleza del paisaje contrastaba con el cansancio acumulado, recordándoles que estaban en la recta final del desafío.

El aire, cada vez más escaso, y el esfuerzo monumental que demandaba cada paso, ponían a prueba no solo los cuerpos, sino las mentes de los soldados. 

Como relató más tarde Luis Eduardo Santacruz, Cabo de Zapadores del Batallón de Atención de Emergencias: 

“En lo personal, llega un momento en el glaciar en el que sientes que ya estás cerca, que vas a llegar… pero empieza a jugar tu mente. No llegas y no llegas, y me entró un poco de ansiedad de no poder lograrlo. Pero al final, todos llegamos, hicimos nuestros esfuerzos, y fue una satisfacción enorme.”

Tras superar el peligroso laberinto de nieve y roca, el glaciar, majestuoso e imponente, se abrió ante ellos como un río blanco que serpenteaba hacia la cima. Cada paso se sentía como una victoria, y aunque el aire frío parecía resistirse a llenar sus pulmones, su espíritu permanecía inquebrantable. 

Para Cassandra Torres, soldado policía militar, la experiencia era mucho más que un logro físico: “siempre piensen en las personas por quienes lo están haciendo. Es un logro muy personal y, como mujer, mucho más.”

Finalmente, tras horas de esfuerzo colectivo, alcanzaron la cima. El frío, la nieve y la neblina fueron testigos del triunfo de estos soldados, alpinistas y guerreros capacitados para enfrentar cualquier desafío. 

La satisfacción era evidente en sus rostros: no se trataba solo de conquistar una montaña, sino de demostrar su compromiso con la preparación que los convertía en guardianes de la soberanía.

El sargento Juan Carlos de la Cruz Rodríguez lo expresó con claridad: “los retos nos hacen más fuertes. Aquí estamos, conviviendo, sonriendo, tristes, pero la moral no decae.”

El Citlaltépetl, eterno y vigilante, se había convertido para ellos en un símbolo más de propósito y unión. Cada paso que los llevó a la cumbre era también un paso hacia una misión mayor: proteger y servir a su nación en cualquier terreno y bajo cualquier condición.

El Citlaltépetl se había convertido para ellos en un símbolo más de propósito y unión. | Foto: Amílcar Salazar.

"Si algo falla, el problema no será uno, serán dos" 

La barranca era profunda, más de 30 metros de una caída que habría dejado al herido apenas consciente. Desde el borde, los fusileros paracaidistas se preparaban para realizar un rescate que pondría a prueba cada una de sus habilidades.

Si bien dice su lema "del cielo a la misión", hoy, la misión estaba en tierra, y nadie habría logrado acceder para realizar la extracción si no fuera desde las alturas.

Árboles, cuerdas, mosquetones y manos entrenadas trabajan al unísono para instalar un sistema Vortex, un elevador manual de cuerdas y poleas. La operación es apenas una parte del Curso de Operaciones de Alta Montaña y Búsqueda y Rescate, una experiencia que desafiaba cuerpo y mente de los paracaidistas.

La vida del herido dependía de ellos, pero también del equipo que los sostenía. Con cada movimiento descendían más cerca del hombre, asegurando su camilla y transportándolo al primer escalón sanitario. 

"Si algo falla, el problema no será uno, serán dos," afirmó el sargento instructor Boogaard Flores, mientras cada miembro del equipo actuaba con extrema cautela.

IOGE 

  • Amílcar Salazar Méndez

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