El olvido de la memoria

La columna pedagógica

Jonathan Jesús García Palma

La columna pedagógica
Jonathan Jesús García Palma
Tecámac, Estado de México /

En la entrada anterior comenté que el aprendizaje es el elemento central de toda acción educativa. Educar a alguien implica enseñar y aprender, lograr que quien aprende realmente adquiera un conocimiento y desarrolle una habilidad o una actitud con relación a un asunto en particular.

Ya sabemos que la educación va más allá del espacio escolar, por lo que el aprendizaje también rebasa esa frontera. Se puede aprender en casi cualquier sitio y muchas personas se convierten en maestros de otros. Todos podemos convertirnos en maestros de todos, en un sentido amplio.

En materia de enseñanza y aprendizaje existe un asunto de vital importancia: la memoria, esa facultad de recordar el pasado cercano o lejano. No se puede enseñar ni aprender nada si tenemos problemas de memoria. Y en esta ocasión no hablo de condiciones médicas, sino de dificultades para recordar cosas a pesar de estar sanos.


Una buena memoria es la base de una buena comprensión.


El papel de la memoria en los procesos educativos formales ha pasado de la glorificación a la condenación. Además, el ritmo de vida actual nos ha convertido en dependientes tecnológicos de poca memoria. La memora se nos fue al olvido.

La educación formal tradicional tenía entre sus características la memorización de cualquier cantidad de cosas: poemas, fechas históricas, biografías de personajes célebres, fórmulas matemáticas, estructuras químicas, capitales de países, datos geográficos y mucho más.

Con el paso del tiempo, los expertos de la educación se dieron cuenta de que memorizar algo no significaba entenderlo y que los estudiantes no comprendían adecuadamente lo que estudiaban; entonces, se esforzaron por lograr que los aprendizajes se fundamentaran en una verdadera comprensión de lo estudiado. Sin embargo, se cayó en un extremo peligroso: memorizar era malo.

En un afán por conseguir que los alumnos realmente comprendieran los temas estudiados, se prohibió la memorización tradicional. La idea no es mala, al contrario, pero se nos olvida que si no se fortalece la memoria no se puede comprender lo que se estudia. Una buena memoria es la base de una buena comprensión.

Y para ejemplo basta un botón.


¿Qué tanto nos acordamos de lo que estudiamos en la escuela?


Podemos tener un conocimiento algo bueno sobre lo que fue la Segunda Guerra Mundial, de sus causas y consecuencias. Pero, si no recordamos las fechas en que se dio, los países involucrados, los presidentes en turno o las campañas más importantes, no entenderemos bien por qué fue tan relevante para la historia mundial posterior.

Y es que, siguiendo con el ejemplo, no es lo mismo la Conferencia de Teherán que la de Potsdam; Franklin D. Roosevelt era el presidente de los Estados Unidos de América al inicio de la guerra, pero quien la terminó fue Harry Truman; hubo frentes de batalla en Europa y Asia (el Escuadrón 201 participó en el frente asiático); y los alemanes se rindieron en mayo de 1945, pero las bombas atómicas se lanzaron hasta agosto de ese año.

¿Y por qué pongo este ejemplo? Porque es algo que todos tuvimos que estudiar alguna vez en la escuela.

Ciertamente no se trata de memorizar todo para recitarlo más adelante como un robot, sino de memorizar aquellos elementos que nos permitan entender el panorama general de lo que estamos estudiando y queremos aprender. Imagine qué pasaría si un médico no memorizara el protocolo de manejo de pacientes en la sala de urgencias de un hospital COVID-19 o si tuviera que buscar esa información en internet cada que la necesitara.


Utilizamos la memoria de nuestro celular mucho más que la propia.


Y aquí es donde entra el segundo asunto: nos hemos vuelto dependientes tecnológicos de memoria corta.

Hace unos años, era muy común saberse de memoria los números telefónicos y las direcciones de un sinfín de familiares, amigos y conocidos; es más, hasta nos sabíamos la información de las dependencias de gobierno. En nuestros días podemos olvidar hasta nuestro propio número de celular.

Ahora no memorizamos nada porque estamos seguros de que esa información está bien resguardada en nuestro celular, nuestra tableta o nuestra computadora. Y, si necesitamos algo más, como lo de la Segunda Guerra Mundial, confiamos en que lo encontraremos en internet.


Contar con dispositivos tecnológicos que guardan información a la que podemos acceder en cualquier momento, nos ha llevado por un camino de olvidos y debilitamiento mental. 


Apoyarnos en la tecnología es de lo más necesario, eso lo hemos comprobado en estos difíciles meses de pandemia, pero no podemos atenernos a ella todo el tiempo.

Cuando trasladamos este asunto al terreno educativo, nos damos cuenta que los estudiantes buscan la información en internet, pero no se preocupan por entenderla, por memorizar aunque sea un poco de lo que leen. ¿Por qué? Porque confían en que, cuando necesiten volver al tema, todo seguirá ahí, en internet. Sólo “aprenden” de manera superficial y temporal. Por eso es que, al pasar de un grado a otro, se van perdiendo muchos de los conocimientos que se adquirieron en el año inmediato anterior.

Al final de cuentas, las consecuencias de una memoria débil se ven reflejadas en la calidad de los aprendizajes desarrollados, pero también en la forma en que el cerebro asimila y organiza toda la información que recibe del mundo a través de los sentidos. No sólo se aprende menos, sino que los proceso mentales tampoco son los mismos. El cerebro que no se ejercita se atrofia.

La mente debe ponerse en acción.


Mientras menos fortalezcamos nuestra mente, más dificultades tendremos en nuestra vida, tanto dentro como fuera de la escuela. Un día sólo se nos olvida lo que pensábamos comprar en el supermercado, pero al siguiente ya se nos olvidó qué nos dijeron en la junta laboral a la que asistimos o qué escuchamos en el noticiero de la tarde. También puede pasar que no entendamos lo que leemos, o que ni nos acordemos de lo que hablamos la semana anterior con nuestros amigos o compañeros de trabajo.

Es por todo ello que debemos revalorar el papel de la memoria en nuestra vida diaria y fomentar en los estudiantes, de todos los niveles, su fortalecimiento constante. Podemos comenzar memorizando un poema, jugando memoria, tratando de recordar todos los elementos de una lista de cosas o guardando en nuestra cabeza el directorio telefónico de nuestro celular. Opciones hay muchas, sólo es cuestión de poner manos a la obra o, en este caso, mente en acción.


Se trata de recordar para comprender y para vivir mejor.



Qué le parece iniciar con este poema atribuido a Nezahualcóyotl:


Amo el canto del cenzontle 


Amo el canto del cenzontle,

pájaro de cuatrocientas voces.

Amo el color del jade

y el enervante perfume de las flores,

pero más amo a mi hermano: el hombre


Jonathan Jesús García Palma

Licenciado en pedagogía por la UNAM. Asesor pedagógico, docente y escritor.