Carlos Amorales (México, 1970) presenta una instalación inmersiva en el Festival de Flores y Jardines (FYJA 2025) en la que transforma el espacio público en un escenario de exploración y encuentro.
Pabellón FYJA se presentará en el Parque Lincoln (en Polanco) del 3 al 6 de abril. Se trata de un laberinto de muros con 24 puertas que invita al público a desplazarse libremente, convirtiendo el arte en una experiencia accesible e interactiva que explora la imposibilidad y posibilidad de la comunicación a través de formas no codificadas, planteando la experiencia como un proceso de desciframiento. En esta instalación, la noción de puerta y tránsito se vuelve central.
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“Es un hecho que habrá flores en su instalación, sin embargo, no será algo típico de este festival, ya que mi trabajo viene desde un punto de vista abstracto y conceptual conjugando floripondios con el concepto del tiempo. Es un pabellón, no una estructura arquitectónica tradicional que cuenta con 24 puertas”, comparte el artista que representó a México en la edición 57 de la Bienal de Venecia.
“No es que realmente pases de un cuarto a otro, o sí, pero no es claro de qué van esos cuartos. Más que un simple objeto arquitectónico, se convierte en un lenguaje propio que el público debe interpretar a través de la experiencia directa, descubriendo así su significado más allá de lo evidente. Es presentar algo que está abierto a ser descifrado, permitiendo que cada persona le otorgue su propio sentido’.
La dualidad entre belleza y mitos
Para su participación en el Festival FYJA 2025, Amorales ha elegido una flor con una fuerte carga simbólica y una reputación ambigua: el floripondio.
Esta elección no es casualidad sino el resultado de una inspiración que ha cultivado durante años.
“Siempre quise hacer algo con esta flor porque tiene forma de campana y me gusta su belleza, pero al mismo tiempo tiene una reputación muy negativa. El floripondio es conocido tanto por su atractivo visual como por su toxicidad. En la cultura popular, es una planta rodeada de mitos y advertencias. Me gusta mucho esa dualidad. Además tiene apodos que refuerzan esta ambigüedad: algunos la llaman ‘trompeta del diablo’ y otros ‘trompeta del ángel’”, comenta.
La relación de la flor con la música también jugó un papel clave en su elección: “A mí me interesa mucho la música y sentí que había una conexión natural con la instalación. Su forma de trompeta me remitió directamente a los instrumentos musicales y al sonido”.
Con esta instalación, Amorales logra integrar naturaleza, sonido y simbolismo en un solo espacio, invitando al público a reflexionar sobre la compleja relación entre percepción, mito y realidad.
El encuentro con el público
Carlos aborda su obra con una perspectiva profundamente inmersiva. Para el artista, el arte no adquiere su verdadero sentido hasta que entra en contacto con el público, un concepto que resalta especialmente en su instalación.
Este planteamiento se manifiesta en esta obra, que trasciende la simple representación estática del floripondio. El laberinto de puertas y paredes invita al espectador a recorrerlo y a vivir la experiencia de la obra en su totalidad.
“Es como un libro, cuando alguien lo empieza a leer se vuelve algo mágico. Lo mismo ocurre con las obras de arte, tienen un sentido público, es esencial”, comenta.
El laberinto no solo es una estructura física sino también una metáfora del proceso de interpretación del espectador.
“Las obras de arte se activan cuando la gente empieza a ver, oler, usar y transitar a través de ellas. De esta manera, la instalación se convierte en un espacio de juego, donde el espectador no es un simple observador, sino un participante activo que da forma al sentido de la obra”.
Para Amorales, el arte cobra vida en el momento en que entra en contacto con la comunidad, convirtiéndose en una experiencia colectiva y compartida, comenta.
La democratización del arte
“Lo que me parece muy interesante, como artista, es que no quiero limitarme a un pequeño círculo dentro del mundo del arte. Quiero conectar con la gente en general, no solo con mis vecinos, sino con personas de todo tipo”, continúa el artista.
La instalación se presenta como un laberinto minimalista, con seis patios que simulan los pétalos de una flor vista desde arriba. En cada uno de estos espacios, los floripondios cuelgan, repitiendo la misma figura en distintos lugares.
En el centro de esta propuesta está el movimiento del público que, al transitar por los diferentes espacios, genera una interacción casi coreográfica con los demás visitantes.
“Me imagino que cuando haya mucha gente transitando surgirá una relación casi como un baile entre las personas. Tú quieres pasar, pero otra persona viene del otro lado y tienes que negociar el espacio. Eso es lo que me interesa, cómo se usa el espacio”, reflexiona el artista.
Las macetas de José García Antonio
Carlos Amorales ha incorporado las macetas del maestro artesano oaxaqueño José García Antonio, un creador invidente cuya obra aporta una carga simbólica y artesanal al proyecto. Estas piezas, con rostros de ojos cerrados modelados a mano, dialogan con la atmósfera onírica que el artista busca generar en su pabellón.
“Una vez José me mostró las macetas que hace y me encantaron. Fue como un ‘¡guau!, esto es algo realmente especial’, porque él es ciego. Conocer su historia, su amistad y la forma en que trabaja sin ver me pareció profundamente impactante”, comparte Amorales, quien en el pasado fue residente en el Atelier Calder.
La integración de estas macetas en el espacio no es meramente estética sino que refuerza la dimensión sensorial y conceptual de la obra.
“Él hace estas macetas con rostros grandes y los ojos cerrados, lo que me hizo pensar en los sueños, la imaginación y lo surrealista. Su trabajo tiene esa dimensión onírica, que también está presente en los floripondios, porque estas flores tienen un lado mágico, casi alucinante”, explica el artista formado la Academia Rijksakademie de Ámsterdam.
Además de las macetas, otro elemento clave en la instalación son las máscaras de bronce colocadas en las puertas del pabellón, inspiradas en el dios Jano, símbolo de la dualidad y los comienzos.
“Me gustó la idea de vincular las máscaras con las macetas, porque juntas le dan a la pieza una cualidad menos fría, más evocadora, que despierta la imaginación”, señala el artista.
Con esta combinación de elementos, Amorales crea un espacio donde la naturaleza, la imaginación y el simbolismo convergen, ofreciendo una experiencia sensorial y reflexiva al espectador.
La conexión con el sonido
Como parte de la instalación, músicos tocarán instrumentos de viento dentro del pabellón, generando un efecto envolvente.
“Los músicos se irán moviendo dentro de este círculo, como si fuera un reloj. A veces los podremos escuchar más claramente y otras menos, dependiendo de la posición y de cómo el sonido rebote en la estructura; serán tonos y sonidos más que nada”.
Este componente sonoro será parte central de la experiencia, especialmente en la inauguración y en los atardeceres.
“El día de la inauguración será en la mañana, como a las 11 y media o 12, pero después se repetirá cada día al atardecer, justo en el momento de la transición entre el día y la noche”, comenta el artista.
El diseño de la instalación también refuerza esta relación con el tiempo: “Extrañamente la pieza se volvió mucho sobre el tiempo. Si la ves desde arriba parece un reloj. Está dividida en seis espacios y tiene 24 puertas, como las 24 horas del día. Tiene muchos simbolismos que te hacen pensar en la transición del tiempo”.
La obra está pensada para ser experimentada en silencio, excepto por un momento del día en el que se activa con la música, como si fuera el toque final de un pastel. Pero la idea principal es que la gente la transite, la negocie y decida libremente cómo recorrerla.
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“Imagino que habrá quienes la observen desde afuera, otros que se adentren y, al moverse, choquen con las puertas y tengan que negociar su paso. Eso es lo que realmente me interesa: ver cómo la gente la usa, qué sucede con ella. En ese sentido, funciona casi como un laboratorio experimental”, dice el artista.
Al integrar naturaleza, simbología, música y una estructura interactiva, Amorales nos invita a repensar nuestra relación con el arte y el espacio público. En su obra, el tiempo se convierte en un protagonista crucial, no solo como concepto, sino como una experiencia vivencial que se despliega ante el espectador con cada paso que da dentro del laberinto de puertas.
La inclusión de elementos como los floripondios, la música, y las macetas de José García Antonio nos sumerge en una atmósfera sensorial que, lejos de ser pasiva, es activada por la presencia y los movimientos del público.
Amorales dice que está preparando exposiciones en Croacia, Honduras y Viena. “Después de desarrollar esta pieza, me interesó mucho explorar otras versiones más pequeñas para espacios expositivos. Ha sido un proceso revelador porque descubrí un nuevo espacio de exploración que quiero seguir desarrollando”.
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BSMM