Como una tradición de esta temporada, amigos y familiares suelen preguntar acerca de Cascanueces, el cuento de Hoffmann inmortalizado en un ballet con partitura de Tchaikovski cuya versión coreográfica más famosa es la compuesta por Marius Petipa.
De este ballet se han montado versiones acrobáticas, suites, sobre pistas de hielo, adaptaciones para la muñeca Barbie, y en estos días se proyecta una versión en cine titulada El Cascanueces y los Cuatro Reinos con la participación de la bailarina del New York City Ballet, Misty Copeland. La Compañía Nacional de Danza recién el año pasado renovó la versión que presenta en el Palacio de Bellas Artes y cuenta siempre con teatros abarrotados. Casi la totalidad de las compañías de repertorio en el mundo tienen como parte de su cartelera de temporada alguna de las versiones de este ballet, unas más actualizadas o renovadas, algunas más apegadas a la original, otras indagando en episodios del cuento que han quedado fuera de los libretos escénicos.
Me gustaría hablar de los elementos que constituyen la obra, desde las adaptaciones del cuento original hasta la configuración de los libretos actuales. El cuento escrito por Hoffmann en 1816 tiene una trama más compleja y oscura, pues hay dos historias cuyos relatos por momentos se encuentran y construyen un solo hilo narrativo para volver a desdoblarse y continuar cada una de manera autónoma.
Los protagonistas de una de las historias, Clara y su padrino Drosselmeyer —cuya interacción sucede en la noche de Navidad y por ello la vinculación con esta temporada del año—, tienen como lazo con la segunda historia al personaje motivo del texto: el príncipe Cascanueces.
En otro escenario espacial y temporal, se encuentran la princesa Pirlipat, la reina de los ratones, y un príncipe embrujado, Cascanueces, quien comparte este universo, mientras que en el mundo de Clara es solo un juguete. En el cuento confluyen personajes de un mundo “real” del que salen y entran para interactuar con un universo fantástico en el que existen maldiciones, el amor no es correspondido y se vive en penitencia hasta que el lazo entre los universos se restaura.
Es una narrativa difícil de llevar a una sucesión temporal de las escenas tradicionales en el ballet clásico. Por ello, Alejandro Dumas padre, y más tarde el mismo Petipa, junto a Iván Vsévolozhky, realizaron una versión que centra la narrativa en uno de los dos universos: el del mundo real. Dejaron el segundo espacio escénico como meramente ornamental, sin trama: el país de los dulces gobernado por un Hada de Azúcar y su caballero. El tema del amor quedó en la historia de Clara y Cascanueces y desaparece la historia de Pirlipat que da origen a la maldición lanzada por la reina de los ratones para quedar atrapada en un hechizo del que ya no sabemos su origen, y que es roto por el amor de Clara. El padrino Drosslemeyer se reduce al papel de narrador de la historia.
Un cuento lineal cuyo encanto se encuentra en las fantásticas danzas de dulces que desfilan. La música de Tchaikovski es, sin duda, mágica; pero de la complejidad literaria quedó muy poco. Un buen ejercicio es acercarse al texto de Hoffmann para después ver el ballet y recrear toda la complejidad del relato.