En 1968 ser universitario era sinónimo de comunista

Con una cauda de luchas sociales durante muchos años de ese siglo XX, la UAP, sus alumnos y maestros eran el centro de un clima anticomunista, en el cual el arzobispo Octaviano Márquez y Toriz era fundamental en la campaña que gritaba “¡Cristianismo

Comunismo El concilio de 1961, que concluyó en 1965, sirvió para que Cencos, con Álvarez Icaza, y Vicente Leñero, dieran un giro total y dejaran de se
Moisés Ramos Rodríguez
Puebla /

Ser estudiante en la Puebla de 1968 era ser alumno del antiguo Instituto Normal del Estado (INE), fundado en 1879 por Juan Crisóstomo Bonilla, cuyos integrantes eran conocidos como “nahuales”. 

Aquella era una escuela oficial, mantenida por el Estado en cumplimiento del Artículo 3o Constitucional que habla de la obligación de proporcionar educación gratis a la población. 

Además de no tener costo para los mexicanos, la formación en el INE era laica, como lo era en otra de las instituciones emblemáticas de la educación en la antigua Ciudad de los Ángeles en ese año: el Centro Escolar Niños Héroes de Chapultepec (Cenhch), fundado en 1957, en el cual se impartía e imparte educación preescolar, primaria y preparatoria, esta última no ofrecida por el INE (hoy benemérito), pues los alumnos, al concluir la secundaria podían iniciar sus estudios para ser profesores. 

A la par de esas escuelas oficiales estaban las particulares, la gran mayoría de ellas ‘confesionales’, que contravienen el citado artículo constitucional y, con base en sus propios libros imparten clases basadas en la religión católica o cristiana. 

Ejemplos de las anteriores, en 1968, eran el Instituto (Militarizado) Oriente, de jesuitas; el Colegio Benavente, de lasallista; los femeninos Esparza, Calceta, Puebla y otros, generalmente sólo de niños o de niñas, cuya “innovación” de hacerlos mixtos se realizó hasta casi finalizar el siglo XX, y algunos hasta el actual XXI. 

Para la formación de sacerdotes católicos existía el seminario, y con ellos convivía la única escuela religiosa no católica: el Instituto Metodista (hoy Mexicano) Madero (IMM). 

Alfonso Yáñez Delgado, investigador y periodista de 81 años, revela en entrevista que, siendo niño y estudiante de una escuela católica, a él y a sus compañeros los llevaron a apedrear el templo metodista de la Calle 5 Norte número 201 el cual, en el siglo XX “se quemó” sin que hasta hoy se sepa quién y por qué lo incendió. 

La única universidad poblana en el 68 era la Autónoma de Puebla (UAP) y la que se autonombraba Universidad Femenina, que como su nombre lo indica, impartía clases sólo para mujeres, en la cual sólo se podía acceder hasta la preparatoria. Hoy ocupa “su” edificio la prepa Zapata. 

La UAP era la única en la cual se impartían clases de licenciatura y de maestría; poco después, de doctorado. Su población rebasaba los diez mil estudiantes, casi eran once mil y contaba con una preparatoria, la Benito Juárez García; su edificio central era el Carolino y estaba a unos diez años para que adquiriera el grueso de los edificios que forman su actual “barrio universitario”. 

En ese 1968 en Puebla, ser universitario era ser comunista. Con una cauda de luchas sociales durante muchos años de ese siglo XX, la UAP, sus alumnos y maestros eran el centro de un clima anticomunista, en el cual el arzobispo Octaviano Márquez y Toriz era fundamental en la campaña que gritaba “¡Cristianismo sí, comunismo no!”. 


Analfabetismo 68 

En 1968, el estado de Puebla apenas rebasaba los dos millones de habitantes y la capital poblana tenía cerca de 300 mil habitantes. “Hacia 1950 en el país había 6.4 millones de analfabetas. Fue hasta la década de los setenta cuando se notaron más los esfuerzos por tratar de disminuir el número de analfabetas, tanto en términos relativos como absolutos; en 1970, llegamos a la cifra máxima de 6.7 millones, que representaban 14 por ciento de la población total y más de la cuarta parte de las personas de 15 años y más. A partir de esa fecha y hasta el 2010, la cifra disminuyó en 1.3 millones” afirman en “Analfabetismo en México: una deuda social” José Narro Robles y David Moctezuma Navarro publicado por el Inegi en septiembre de 2012. 

“No saber leer ni escribir constituye una de las más grandes desventajas personales y sociales que una persona puede tener. De hecho, se puede decir que esa condición margina, aísla y demerita a los individuos, incluso en su propio medio social. Sus implicaciones en la integración social y productiva de las familias son muy importantes, justo por ello la educación es reconocida como un derecho humano desde la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948), porque es una de las condiciones necesarias para establecer relaciones de igualdad con los semejantes” afirman. 

“El índice de analfabetismo en México se redujo notoriamente de 44 por ciento en 1950 a 26 por ciento en 1970”. En 1968, Puebla era uno de los estados del país con mayor falta de alfabetizados, con todo y las escuelas y colegios que presumía en su capital. Y los letrados universitarios eran considerados “una amenaza” comunista. 

Anticomunismo sí, educación no 

“En 1968 se vivía un clima anticomunista, en el cual el arzobispo de Puebla de 1955 a 1975, Octaviano Márquez y Toriz era fundamental en la campaña que gritaba ‘¡Cristianismo sí, comunismo no!’”, asegura en entrevista exclusiva el investigador y escritor Nicolás Dávila Peralta.

Agrega: “La Iglesia católica, como institución, siempre fue y sigue siendo anticomunista, pero el anticomunismo se fortaleció a partir del papa Pio XI, no sólo cuando publica su encíclica contra el comunismo, sino cuando publicó otra dedicada exclusivamente a México, donde identifica el conflicto religioso desde Obregón, Calles y Cárdenas como obra del comunismo”. 

Asegura: “Lo anterior hizo que las organizaciones secretas que ya existían desde que estalló la Revolución Mexicana, fortalecieran su tendencia anticomunista; por otro lado, me atrevo a decir, el anticomunismo se vuelve parte de la doctrina de la Iglesia”. 

Recuerda: “Por la encíclica del papa Pío XI dedicada a México, a partir de los años cuarenta y cincuenta, el anticomunismo es esencial en la Iglesia mexicana. Y es en los años cincuenta cuando se crea el Centro de Comunicación Social (Cencos) y el Secretariado Social Mexicano (SSM), también circulaba una revista de miles de ejemplares, “Señal” que dirigía el periodista Vicente Leñero: las tres son anticomunistas, el primero dirigido por José Álvarez Icaza, padre, fundador del Movimiento Familiar Cristiano; la dirigía y era anticomunista”. 

Detalla: “El SSM se supone que era la iniciativa de los obispos para empezar a ver la cuestión social. Su dirigente, Manuel Velasco, fue el creador de la frase que se gritó en Puebla ‘¡Cristianismo sí, comunismos no!’ en los años sesenta, pero también se imprimió, se pintó en las calles…” 

Agrega: “Es importante señalar esto porque el concilio de 1961, que concluyó en 1965, sirvió para que Cencos, con Álvarez Icaza, y Vicente Leñero, dieran un giro total y dejaran de ser anticomunistas y pasaran a la parte de la lucha social de algunos miembros de la Iglesia, de donde nació la Teología de la Liberación, excluida de la tercera Conferencia del Episcopado Latinoamericano (Celam) en Puebla, a la que vino exclusivamente el papa Juan Pablo II en 1978”. 

Rememora: “Una orden religiosa mantuvo a las organizaciones secretas, desde la Unión de Católicos fundada en 1915, hasta El Yunque: la Compañía de Jesús, porque los jesuitas decían que la estrategia frente al Estado laico, ateo, eran esas organizaciones; fundaron y dirigieron, por ejemplo, la Liga Defensora de la Libertad Religiosa; las Legiones, la Base. Crearon los Tecos en la Universidad de Guadalajara y El Yunque”. 

Revela: “Un investigador afirma que el Yunque fue fundado en 1953 por un jesuita de apellido Figueroa que llegó a Puebla como director del Instituto Oriente; y el Frente Universitario Anticomunista en Puebla, y el Movimiento Universitario de Renovadora Orientación (MURO) en la UNAM son hijos del Yunque. Eran organizaciones ‘fachada’ de los yunquistas, para reclutar gente. Desde su fundación hasta cerca de 1964 fueron dirigidas por los jesuitas”. 

Pero, agrega, “a los jesuitas también los afecta el concilio de esos años y dan toda la vuelta: empiezan a ver que lo que están haciendo no es lo que ellos persiguen, y la mayoría de los jesuitas adquieren un compromiso con las clases más desprotegidas y empiezan a abandonar esas organizaciones. Fue entonces cuando los lasallistas comenzaron a asesorar, pero no a dirigir al FUA y al MURO, de donde se entiende que estudiantes carolinos apedrearan el Benavente, pues empezaron a identificar a la ultraderecha también con los lasallistas”. 

Detalla: “Ese concilio de los años 1961—1965 en Roma, logra cambios en la Iglesia mexicana, que había sido muy ordenadita, con miembros centrados en sus labores religiosas, con muy buenas relaciones con los gobiernos desde Ávila Camacho en adelante; se rompe, hacia la izquierda con Méndez Arceo y Octaviano Márquez hacia la derecha, por lo que el 68 va a encontrar una Iglesia dividida en tres corrientes: la fanática anticomunista dirigida por Márquez y Toriz, con el Yunque y los Tecos, con el apoyo del arzobispo de Guadalajara José Garibi Rivera. Y El MURO en la Ciudad de México trató de allegarse al entonces obispo Darío Miranda, quien lo rechazó por ser él de la corriente del centro de la Iglesia”. 

Por eso, asegura “se entiende que, cuando los universitarios poblanos empiezan a solidarizarse con los universitarios de México, el FUA empieza una campaña con volantes, marchas, en periódicos señalando que se trata de un movimiento el comunismo internacional, porque éste grupo, como el MURO y los Tecos, tenía como objetivos preservar la fe católica, combatir ‘la amenaza del comunismo internacional’ y enfrentar ‘la conspiración judeo—masónica’. Y eso era lo que el obispo Octaviano pensaba en Puebla”. 

Finaliza: “Cuando los estudiantes tomaron el Zócalo de la Ciudad de México en agosto de 1968, Octaviano Márquez formaba parte de la delegación mexicana del segundo Consejo Episcopal Latinoamericano (Celam), en Medellín, Colombia, quizá el más revolucionario de esos consejos. Octaviano, la noche de la toma del Zócalo por parte del ejército, le mandó un telegrama al presidente Díaz Ordaz para solidarizarse con él, diciéndole que un grupito de comunistas no podía desestabilizar a todo el país. Abiertamente muestra su apoyo a todo lo que se estaba haciendo”.

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