Y un siglo después, el jinete del apocalipsis volvió. La 'gripe española' en México

En el otoño de 1918, alrededor de 500 mil mexicanos murieron a consecuencia de la pandemia de la llamada “gripe española”, causada por un brote del virus de la influenza tipo AH1N1.

La pandemia de influenza de 1918 ocurrió durante la Primera Guerra Mundial. |EFE
Carlos Arellano González
México /

Por más difícil e insólito que resulte, las pandemias han estado presentes a lo largo de nuestra historia. Y debemos aceptarlo. Hoy en día, entre la cotidianidad y la relativa estabilidad en el mundo occidental, hemos soslayado estos problemas, por ello es necesario mirar al pasado y reflejar nuestro presente para poder aceptar y enfrentar mejor nuestra realidad.

Por más difícil e insólito que resulte, las pandemias han estado presentes a lo largo de nuestra historia. Y debemos aceptarlo. Hoy en día, entre la cotidianidad y la relativa estabilidad en el mundo occidental, hemos soslayado estos problemas, por ello es necesario mirar al pasado y reflejar nuestro presente para poder aceptar y enfrentar mejor nuestra realidad.

En 1916, el escritor español Vicente Blasco Ibáñez publicó su bestseller, Los cuatro jinetes del Apocalipsis, una novela sobre la Primera Guerra Mundial. Sin preverlo, la humanidad vio cómo al primer jinete -la guerra- le seguiría dos años después otro más mortal: la peste. Como muchos sabrán, la última pandemia que cruzó el mundo fue la llamada gripe española (la influenza tipo AH1N1) en tres oleadas: en la primavera y otoño de 1918, y en la primavera de 1919. En aquel entonces esta enfermedad ocasionó cinco veces más muertes que la guerra europea al haber segado la vida de 50 millones de personas alrededor del mundo. Aunque se cree que surgió en las bases militares de Estados Unidos, también hay estudios que proponen su brote en los campos de batalla europeos e incluso que fue llevada por coolies (trabajadores) chinos que laboraron en las trincheras francesas en 1918.

Como aún no se descubrían los virus, los especialistas creían que la influenza se originaba por el llamado bacilo de Pfeiffer (Haemophilus influenzae) y que al combinarse con otros microrganismos se desarrollaban complicaciones en el enfermo. Además, la suciedad y las condiciones de hacinamiento de las comunidades potenciaban el peligro de contraer la enfermedad, de acuerdo con las ideas de aquellos años.

Estimaciones indican que en el mundo la influenza de 1918 causó la muerte de al menos 50 millones de personas. |EFE

Para 1918, México se encontraba debilitado tras una violenta revolución que destrozó la infraestructura, dividió a la sociedad y fracturó las actividades económicas del país, además de haberse recuperado de una epidemia de tifus.

Ante las noticias alarmantes de la enfermedad en Estados Unidos y la respuesta de las autoridades mexicanas, el periódico El Demócrata publicó a finales de octubre de ese año que "México no estaba ni remotamente preparado, desde el punto de vista sanitario, para evitar [la] pandemia actual". Al final, entre 300 mil y 500 mil mexicanos perecieron en el otoño de 1918.

Se presume que la influenza entró principalmente por el norte del país y por los puertos del Golfo a principios de octubre de 1918.

Originada en Estados Unidos y no en España, la epidemia llegó a México en tres oleadas, una de las más intensas en noviembre de ese año. |EFE

Por gripe española, en México ordenaron cerrar teatros, iglesias y restaurantes

Los barcos detectados con casos de gripe española se pusieron bajo cuarentena, y cuando el norte fue azotado por la pandemia se acordó el cese de las comunicaciones ferroviarias con las poblaciones contagiadas. También se ordenó el cierre de teatros, iglesias, restaurantes, pulquerías y otros lugares conglomerados, aun cuando las escuelas continuaron sus actividades y buscaron agilizar los exámenes, se ocasionaron varios contagios entre jóvenes.

El cuadro sintomático en lo general consistía en jaquecas intensas, dolor corporal, inflamación en la garganta y fiebre de 38 a 40°C. Si la situación se complicaba podía llevar a vómito, diarrea y hemorragias nasales, faríngeas y gástricas, así como a dificultades respiratorias, razón por la cual se le confundía con bronquitis, neumonías y bronconeumonías.

En este sentido, los tratamientos médicos consistieron principalmente en el uso de quinina y aspirinas, en tanto que para las hemorragias se empleó la emetina, el cloruro de calcio y la ergotina de Boujean.

Conforme la enfermedad empeoró y la medicina escaseó, los medicamentos aumentaron sus precios (la quinina pasó de 80 pesos a 400 pesos en unas semanas), razón que llevó a los más pobres a utilizar remedios como el té de canela con alcohol, aguardientes con limón y otros remedios a base de yerbas.

(Shutterstock).


El Consejo Superior de Salubridad (CSS) fue el órgano encargado de vigilar la sanidad del país, dirigido por el general y médico José María Rodríguez, originario de Saltillo, Coahuila, y quien, como diputado constituyente, promovió en 1917 la creación del Departamento de Salubridad Pública (DSP).

Recomendaciones de autoridades en 1918

  • Evitar conglomeraciones


  • No usar platos o toallas empleadas por otras personas a menos de que hayan sido previamente esterilizadas en agua hirviendo


  • No poner la boca en la bocina del teléfono


  • Evitar cambios bruscos de temperatura


  • Caminar en vez de usar el transporte cuando no se tuviera que ir muy lejos


  • Lavarse la cara y las manos al llegar a la casa y cambiar de ropa si fuere posible antes de estar entre los miembros de la familia.


  • El DSP extendió además las recomendaciones de no saludar de mano ni de beso, ventilar las habitaciones y taparse con pañuelo al toser o estornudar.

El CSS dispuso la desinfección diaria de vecindades, el barrido y regado de las calles, la limpieza y desinfección de los teatros, restaurantes, cantinas y pulquerías con azufre y cianuro de mercurio, en tanto que los sectores menos favorecidos podían hacerlo con sosa y criolina.

Las autoridades llevaron incluso a personas “desaseadas” a los baños que se instalaron en la antigua prisión de Belén, creyendo que la mala higiene era causa fundamental de contagio.

En la capital del país se asistió a muchos enfermos en el Hospital General de México, donde se dispuso un pabellón exclusivo para ellos, pero rápidamente el sistema sanitario se vio rebasado y se ordenó el confinamiento total de los enfermos en sus domicilios bajo pena de multa, donde los más pobres tuvieron que recurrir al cuidado personal de sus familiares valiéndose de remedios tradicionales y muchas oraciones al no poder contratar a médicos por su costo (comprar una aspirina costaba 70 centavos y contratar un médico, 10 pesos).

A lo largo de octubre, la prensa mexicana reportó diariamente cientos de casos nuevos a través del país y la incapacidad de muchas entidades para afrontar la enfermedad, habiendo localidades como San Felipe y Dolores, en Guanajuato; Calpulalpan, Puebla, y la villa de Guadalupe donde más del 80 por ciento de la población había caído enferma y los muertos se contaban por decenas diariamente.

La Cruz Roja y la Cruz Blanca fueron enviadas a distintas partes del país en apoyo a la falta de médicos en las zonas más aisladas de la república. Sin embargo, debido al poco éxito de los tres niveles de gobierno, se recurrió al apoyo de la beneficencia, donde las élites y algunos grupos de clase media se organizaron y formaron juntas benéficas que lograron recolectar recursos para la compra de medicamentos, camas, ropa y alimentos para las personas menos favorecidas.

​En esta lucha, una de las más relevantes fue la emprendida por asociaciones altruistas de mujeres. El 15 de noviembre, el periódico El Pueblo afirmó que una agrupación de mujeres en Estados Unidos decidió apoyar a México con los mejores medicamentos, comunicándoselo a la esposa de Venustiano Carranza, Virginia Salinas de Carranza, quien fungía como presidenta de la Sociedad de Caridad de la Ciudad de México y quien llevó a cabo las negociaciones.

Conforme noviembre avanzó, la influenza aumentó su letalidad. Según datos del CSS, entre el 27 de octubre y el 5 de noviembre fallecieron en la capital del país mil 563 personas, y se estimó un contagio en hasta 200 mil personas.

Dos de los estados más afectados por la pandemia fueron Puebla y Chiapas, pues se estima que más del 50 por ciento de su población fue infectada. La muerte diaria de cientos de personas ocasionó la saturación inminente de los cementerios, y mientras que algunos cadáveres tuvieron la fortuna de reposar eternamente sobre el camposanto, en otras partes del país se autorizó el entierro dentro de las haciendas o en fosas comunes. La tendencia de muerte ocasionó también que muchos féretros permanecieran en las calles a la espera de santa sepultura.

En opinión médica expresada en el periódico El Pueblo, las muertes se daban por complicaciones ocasionadas por la imprudencia de los enfermos al no seguir las prescripciones de los doctores, no descansar lo suficiente y consumir alimentos y bebidas que no tenían permitidas. Lo cierto es que ni los médicos se ponían de acuerdo en cómo atender una enfermedad que no comprendían y muchas personas creyeron que más que por enfermedad, el paciente moría por la mano del médico.

A principios de diciembre, la prensa parecía optimista al informar que los decesos se habían reducido en las oficinas del Registro Civil: el 2 de enero, un diario nacional informó sobre la muerte de alrededor de 400 mil perdonas y reportó que los estados más afectados fueron Michoacán (48 mil), Puebla (45 mil) y Guanajuato (40 mil); la capital del país registró 12 mil fallecidos, con los barrios y colonias de Tacuba y Azcapotzalco, entre lo más afectados, así como Tlalnepantla, en el Estado de México.

Los adultos jóvenes y en su mayoría mujeres, fueron las víctimas principales.

Aunque el gobierno dispuso el cierre de espacios públicos, promovió la adecuada higiene de las personas y desinfectó calles y establecimientos, la mortandad y el contagio resultaron letales, en parte, a la respuesta tardía de las autoridades en el país.

La lamentable situación de pobreza y el hacinamiento en vecindades y barrios aumentó también la mortalidad, habiendo casas de hasta 14 miembros donde todos habían contraído la peste y la mitad había fallecido.

Hoy, la situación es otra, y el terror y pánico desatado en aquellos años debería hacernos valorar las medidas preventivas adoptadas en el mundo para evitar repetir los horrores de 1918, que abuelos y bisabuelos vieron con sus ojos.

Conforme el jinete de la peste recorra el país como hace cien años, vendrán los muertos, y serán muchos. Pero su cantidad y el de los contagiados se pueden reducir.

Del pasado no tenemos control ya, pero sí del presente y de nuestras acciones. Del éxito o fracaso de las medidas preventivas depende el respaldo de los ciudadanos, "tal campaña es obra laboriosísima y requiere la cooperación y buena voluntad de todos para ayudar a la magna labor de la salubridad pública”, expresó el doctor Carlos Dublán en el periódico El Pueblo en medio de la pandemia. Sólo nos queda escuchar el eco de los mexicanos de hace cien años.


LAS MÁS VISTAS