José Eleuterio González, Gonzalitos: “el ángel tutelar de los enfermos”

El pueblo lo llamaba Gonzalitos, porque su ayuda fue vital para la cura necesaria en una época de cambios sociales y guerras; uno de los libros más completos es el que hizo Aureliano Tapia, en el que se basa la siguiente reseña

José Eleuterio González, Gonzalitos: “el ángel tutelar de los enfermos” . Foto: Especial
Israel Morales
Monterrey /

Investigador de la historia y de las ciencias médicas, escritor y publicista, maestro y amigo, médico y cirujano, a José Eleuterio González Gonzalitos se le considera uno de los más célebres personajes de Nuevo León.

Su vida la abordó Aureliano Tapia Méndez en un libro editado en 1975, uno de los más completos, de acuerdo al Instituto de Investigaciones Históricas de NL, y que en 2006 se hizo una segunda edición corregida y aumentada: “José Eleuterio González. Benemérito de Nuevo León”. Obra que incluye documentos, pinturas, fotografías o planos, para complementar los distintos pasajes de la vida de Gonzalitos.

José Eleuterio nació en la ciudad de Guadalajara el 20 de febrero de 1813. A los 12 años entró al Colegio Seminario donde se incentivó en las Humanidades. Ya decidido a estudiar Medicina ingresó al Instituto Literario. En 1830 hacía sus prácticas en el Hospital San Juan de Dios y llegó hasta ese lugar un sacerdote franciscano originario de Monterrey, fray Gabriel María Jiménez, aquejado por una enfermedad. José Eleuterio acompañó a fray Gabriel a San Luis, para beneficiarse del clima ante su padecimiento, y de ahí partieron a Monterrey en 1830. Regresaron a San Luis, pero ya enfermo, fray Gabriel le pidió a José Eleuterio que volvieran a su tierra, y así emprendieron su segundo viaje a Monterrey, a donde llegaron el 12 de noviembre de 1833: “El religioso para morir y José Eleuterio González para una larga vida de servicio abnegado y humilde en la tierra de su amigo” (pág. 34).

Fueron distintos los senderos que transitó José Eleuterio en Monterrey desde que empezó su carrera hasta su consolidación como figura pública. Desde el matrimonio fallido con Carmen Arredondo, quien lo engañó con el general Mariano Arista, hasta los datos de una rutina que se ganaba entre la atención a la gente, su reconocimiento siempre se iría por lo segundo.

Desde que llegó, Gonzalitos se dedicó a las actividades médicas en la comunidad, como sus ensayos en el Hospital de Pobres, para evitar el contagio de la peste, en 1840. En marzo de 1842, médicos de la Junta de Sanidad y el gobernador Santiago Vidaurri autorizaron que el pasante de medicina ejerciera la profesión de médico. En la epidemia de fiebres palúdicas de 1844 que azotó a la ciudad, José Eleuterio “fue el ángel tutelar de los enfermos, como lo había sido a su llegada a Monterrey, durante la epidemia del cólera morbo” (pág. 73).

En 1846, cuando el ejército norteamericano ocupó la ciudad de Monterrey, el doctor González se fue a la Hacienda de Santa Ana, y visitaba a los enfermos de Cadereyta y en Villa de Santiago. El 17 de marzo de 1855, el gobernador Agapito García Dávila lo nombró médico cirujano del Batallón Sedentario.

Desde 1853, tras el cierre del Hospital de Nuestra Señora del Rosario, el doctor González ya pensaba en la fundación de la Escuela de Medicina como anexa a un hospital, pero no será hasta años después, con la fundación del Colegio Civil el 30 de octubre de 1859 por el gobernador José Silvestre Aramberri, que va a encauzar su sueño, con el curso de Medicina. A él se le encomendaron las cátedras de Anatomía General y Descriptiva, Medicina Operatoria y Obstetricia: “Los alumnos siempre reconocieron en el doctor González, al maestro eximio, formador y orientador de vocaciones, y los catedráticos, muchos de ellos sus antiguos discípulos, lo veían como el primero entre todos, y recurrían a él en busca de consejo para orientar su pedagogía escolar” (pág. 81).

En el mismo año de la creación del Colegio Civil, nació el Hospital Civil por el empeño de Gonzalitos, que entró en funciones en 1860. El sueño se concretaba en tiempos difíciles, con la expropiación de los bienes de la Iglesia habían creado una situación tensa entre los dos poderes y la Guerra de Reforma estaba en su apogeo.

“Sin embargo, él, que con un tino especial y con una comprensión unificadora, sin ahondar diferencias de credo, había impulsado la creación del Colegio Civil, insistió y trabajó por la fundación de un hospital para el pueblo humilde, y llamó entonces a un hombre a quien trataba como si fuera su padre, por haber vivido junto a él más de 25 años, viendo y sintiendo su caridad cristiana: el señor Chantre de la Catedral, don José Antonio de la Garza Cantú (...) Don José Antonio lo alentó diciéndole: nunca es malo el tiempo para hacer el bien, y le prometió asociarse con él, apoyarlo y darle ayuda económica” (pág. 83).

Su reconocimiento como médico crecía, a la par de las anécdotas. Muchos que acudían a consultarlo, José Eleuterio los reconfortaba con la célebre frase: “a ver, creatura”. En la estancia de Benito Juárez en Monterrey, en 1864, le tocó atender el parto de su esposa Margarita Maza. El 27 de diciembre de 1865, la Ley de la Instrucción General del Gobierno de Maximiliano clausuró todos los colegios del estado y Eleuterio acogió a los estudiantes en su casa. El 9 de agosto de 1866, Mariano Escobedo, tras la victoria obtenida en Santa Gertrudis, ordenó la reapertura del Colegio Civil. El 20 de febrero de 1867, el gobernador Manuel Z. Gómez expidió el decreto y declaró Benemérito del Estado a José Eleuterio González. El 12 de diciembre de 1877 por ley se dispuso que se separara del Colegio Civil la Escuela de Medicina, y Gonzalitos quedó como director, en la anexa al Hospital Civil.

Entre la medicina, la escritura y la política

El doctor González fue un hombre político: fue diputado, gobernador una vez, electo en 1872, y gobernador interino dos veces. Fue un escritor: de asombrosa erudición, cultivó la historia, la poesía y los discursos patrióticos. Entre sus escritos destacan “Lecciones orales de cronología” (1869 y 1877) y una biografía que hizo sobre fray Servando Teresa de Mier. Y desde luego, José Eleuterio fue el hombre de medicina que dejó innumerables escritos sobre anatomía, el método curativo del cólera morbo, lecciones de anatomía topográfica, lecciones, estudios botánicos, los tratados los médicos y las enfermedades de Monterrey, lecciones orales de materia médica y terapéutica, entre muchos escritos sobre temas médicos.

En 1876 comenzó a cubrirle el velo negro, la ceguera, en su ojo izquierdo, y en 1881 lo atacó por completo, aun así seguía con la atención a sus discípulos y oía a sus pacientes. En 1881 realizó un viaje a Nueva York para buscar la recuperación de la vista de su ojo derecho. A su regreso lo esperaba mucha gente ante el júbilo de su llegada. Sobraban las palabras para enaltecerlo. A finales de 1887 se le presentó un padecimiento hepático que se le agravó con el tiempo. El 4 de abril de 1888, a los 75 años, murió José Eleuterio González. Todo Monterrey sufrió la pérdida. Se paralizó el comercio y los ciudadanos vistieron de luto:

“El 7 se celebró una solemne misa de cuerpo presente en la espaciosa capilla del Hospital en cuya portada pusieron los alumnos de la Escuela de Medicina un gran letrero, cambiando el título de Hospital Civil por el de Hospital Gonzalitos” (pág. 153). Un monumento en bronce de su figura yace en el frente del Hospital Universitario, que desde ese entonces lleva su nombre.

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