Alemania es ahora toda Beethoven. Bonn se ha enlazado con Viena para conmemorar el aniversario 250 de su nacimiento, y el análisis acerca de su genio creativo se reaviva: este año, la figura de Beethoven reaparece en conjunción con la de otro grande, Rafael, uno de los hijos mayores de Italia, de quien se conmemoran 500 años de su muerte.
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Denominado BTHVN2020, el programa cultural incluye más de mil actividades: conciertos simultáneos entre Bonn y Viena, exposiciones, simposios, lecturas, proyectos cinematográficos, la celebración del primer centenario del Festival de Salzburgo y la salida de un barco que navegará sobre el Danubio. El llamativo logo de aniversario se apoya en los cinco pilares que en vida sostuvieron la figura del compositor: ciudadano de Bonn (B), músico (T*), humanista (H), visionario (V) y amante de la naturaleza (N).
Con el Año Beethoven, la prensa alemana presume a su ídolo musical; se pregunta si el ámbito de la música realmente necesita un Año Beethoven, cuando el Titán de Bonn sigue omnipresente y es, junto con Bach, la exportación musical más exitosa de Alemania. Es cierto, dicen, que su única ópera, Fidelio, no compite en popularidad con La flauta mágica de Mozart ni con Carmen de Bizet; sin embargo, tanto Fidelio como su música de cámara y sus cuartetos de cuerda son“forraje para oídos analíticos especializados”.
Solo existe un bemol: en esta imperante era de comunicación global y cultura de masas, donde la “cantidad” es el criterio decisivo, cómo dar a conocer las grandes obras de la música clásica a las nuevas generaciones. Los especialistas en mercadotecnia han optado por actualizar a los artistas de antaño vistiéndolos con el ropaje de estrellas del pop. Así ocurrió con Der Spiegel en su edición del 7 de diciembre: “Bonn se viste de gala para el 250 aniversario de la estrella del pop clásico”, en la que también anuncia un proyecto de inteligencia artificial para completar con algoritmos la Décima Sinfonía.
“Siempre tengo un cuadro en mi mente cuando estoy componiendo”
Todo lo que se sabe de Beethoven proviene de sus diarios, más de 400 cuadernillos de conversaciones y un legado epistolar superior a 100 mil cartas. No existe un acta de nacimiento, solo un certificado de bautismo fechado el 17 de diciembre de 1770 en Bonn. Fue nieto del célebre Ludwig van Beethoven, maestro de capilla y director de orquesta de la corte. Su padre Johann se formó como tenor y profesor de música, pero nunca llegó a estar a la altura del nombre de la familia.
Beethoven vivió una infancia desdichada, subyugado por un padre culto pero alcohólico que no soportaba verse superado por su hijo. Consciente de la extraordinaria capacidad del pequeño Ludwig, reforzó su educación musical con clases de violín, flauta y una estricta rutina de ejercicios al piano. A menudo sostenían escenas violentas debido a la habilidad de improvisación que Beethoven empezó a desarrollar, “basura sin valor” a ojos de su padre, que le exigía respetar el canon de cada nota. Muchas veces, cuando llegaba alcoholizado, lo despertaba de madrugada y le ordenaba interpretar melodías al piano para impresionar a sus amistades. Cuando fallaba una nota, lo golpeaba y encerraba en el sótano.
A los 12 años daba clases de piano y compuso sus primeras obras: una marcha, tres sonatas de piano y una cantata fúnebre dedicada al emperador José II, piezas cuya originalidad y complejidad, en apariencia, no correspondían a la experiencia de vida de un adolescente. Su virtuosismo se hizo evidente cuando a los 13 años la corte lo contrató como segundo organista. Empezó a trabajar con músicos maduros y experimentados y a la par estudiaba las obras de Bach, Mozart y Haydn. En su diario anotó que a esa edad su musa le susurraba: “Trata de escuchar las armonías en tu alma”. Toda la ciudad hablaba de aquel joven; sus vecinos comprobaban que en lugar de seguir aquellos rígidos ejercicios pasaba horas delante del piano “fantaseando”.
No había dudas en cuanto a su talento, pero la vida en Bonn no lo llevaría muy lejos. A los 21 años decide mudarse a Viena; consigo lleva una carta de recomendación que le abre las puertas de los círculos aristocráticos y le permite continuar su preparación con Haydn, el más grande compositor vivo tras la muerte de Mozart. “Cuando estuve en Bonn me mostraron el manuscrito de la cantata. Me di cuenta de que con el tiempo ese joven daría al mundo mucho de qué hablar, y yo habría estado orgulloso de haber sido su maestro”, escribió Haydn es su diario.
“Me vengaré del destino; nunca me doblegará”
Beethoven llevaba una década en Viena cuando se manifestó su enfermedad. Según la prensa local, actuaba con asiduidad en las salas más prestigiosas de la ciudad. Un responsable del Ballet Kinsky afirmó: “Beethoven emana encanto y temperamento. Una vez más, este extraordinario pianista ha logrado emocionar al público hasta conseguir hacerles llorar. Siempre hay hombres con lágrimas y mujeres desmayadas”. Se conservan numerosos informes sobre la impresión que causaba ante su público y ninguno de ellos hace referencia a su sordera.
Por un tiempo consigue mantener sus problemas auditivos en secreto, pero se va convirtiendo en un hombre inválido. Evita a los amigos, deja de salir acompañado, la gente insinúa que es grosero. Beethoven prefiere pasar largas temporadas en el campo.
Su numerosa correspondencia con médicos muestra lo desesperado que estaba por hallar una cura. En junio de 1802, por sugerencia de uno de ellos, alquila una casa en Heiligenstadt, un pequeño pueblo en las afueras de Viena. Allí toma baños en un balneario con manantiales medicinales. Su rutina diaria incluye las dietas más extrañas, ingiere decenas de pastillas, le introducen en los oídos un ungüento hecho a base de rábano picante y aceite de almendras y le envuelven los brazos con cortezas ácidas para extraer la enfermedad. Lee libros sobre acústica, medicina y homeopatía. Está dispuesto a probar cualquier terapia, incluso peligrosos experimentos con choques eléctricos, considerados en la época una cura potencial para casos graves de sordera.
El 6 de octubre de ese año expresa su desesperación en una carta de despedida, su famoso testamento de Heiligenstadt, que por mucho tiempo permanece oculto en el compartimento secreto de un escritorio: “Aquellos que me consideran malevolente, testarudo y misántropo, qué injustos son y qué poco saben de los motivos por los que así me muestro. No fue mi elección apartarme de la sociedad y tener que vivir solo como un proscrito. Un poco más y habría puesto fin a mi vida”. Tenía 31 años.
Idolatrado por la aristocracia, adorado por los ricos, tuvo que aceptar que su audición no mejoraría. Sus acúfenos eran mucho más pronunciados y se sumió en una profunda depresión al sospechar que su enfermedad sería permanente: “Aquel demonio secreto, mi salud, está destruyéndolo todo. Mis oídos continúan con el zumbido noche y día. No me atrevo a hablar en público, porque, sencillamente, me es imposible decirle a la gente que me estoy quedando sordo”.
Sin eludir las terapias radicales, continúa luchando pero de una forma más agresiva, obsesionado con su misión creativa y disfrutando a toda costa de la vida: “Yo sería tal vez una de las personas más felices si el demonio no hubiera abierto su estancia en mis oídos. El destino quiere darme un golpe, pero yo me enfrentaré a él”. Con esta carta crea la metáfora de su renacimiento. Despidiéndose de sí mismo, emprende su nuevo camino: crear una música capaz de articular el poder indomable del espíritu humano, ser un artista bajo sus propios términos.
De vuelta en Viena, entra en una etapa de rebeldía y se embarca en la composición de la Tercera Sinfonía, su obra más sobresaliente hasta entonces, dedicada a su héroe político Napoleón. Aunque se inspirase en los ideales de la Revolución francesa, también fue víctima de ella, pues cuando se entera de que Napoleón se ha autoproclamado emperador, Beethoven se siente traicionado, arranca la dedicatoria, rebautiza la obra como Eroica y la transforma en la historia de su propia batalla. Es su respuesta apasionada y desafiante a los estragos de la enfermedad.
Una década después de su crisis existencial en Heiligenstadt, Beethoven es el compositor más famoso de Viena. En los siguientes 25 años compone 32 sonatas para piano, 16 cuartetos de cuerda, la ópera Fidelio y sus famosas nueve sinfonías.
“Aún estoy aquí, esta es mi esencia”
Beethoven era reacio a aceptar las restricciones sociales. Muchas de sus cartas muestran que se enamoraba apasionadamente y con regularidad de mujeres aristócratas, inalcanzables para su estatus de músico. Era un hombre amable y culto, con un muy alto sentido de la moralidad y, aunque las mujeres lo encontraban brillantemente talentoso, encantador y magnético, no les atraía su aspecto descuidado: “siempre con esos abrigos sucios, usando ropa que no es de su talla”.
La Europa de los 1800 era un caos. Las fuerzas de Napoleón marchaban por el continente y en 1805 ocuparon Viena. A pesar de estos actos de agresión, los ideales revolucionarios tocan una fibra sensible en Beethoven. En ellos encuentra inspiración para su ópera Fidelio (titulada originalmente Leonore), llena de fiebre revolucionaria e idealismo, en la que triunfan la libertad y la justicia, un pasaje de liberación en el que, por primera vez en la historia de la ópera, una mujer, Leonora, se convierte en heroína: representa su visión idealizada de las relaciones amorosas, su fe inquebrantable en el amor sacrificado.
Beethoven es el compositor más famoso de Viena, pero también el más triste. Tras su última ruptura amorosa, escribe una nueva sonata para piano, Appassionata. Con esta música de rabia violenta, trágica y desesperada se lanza a decir: “Aún estoy aquí, esta es mi esencia y no tengo pudor en exhibirla. Vean lo que cambié por el amor”.
En 1812, su enfermedad era de dominio público. El archiduque Rodolfo de Austria (alumno y mecenas) le pregunta cómo consigue componer. Beethoven le responde: “Sé de esa curiosidad sobre mí. Es cierto que nunca oigo muchas notas agudas. Tengo días buenos y días malos, pero eso no me afecta tanto como se piensa. Toda la música que escribo puedo oírla en mi mente. Conozco el sonido de cada instrumento”.
En 1814, en un esfuerzo por sacar el máximo provecho a su cada vez más deteriorada audición, solicita cuatro prótesis auditivas en forma de trompeta. También, se sabe, ataba un trozo de madera a su piano y sujetaba el otro extremo entre sus dientes; así podía sentir las vibraciones que viajaban del piano a su boca y de ahí a sus oídos a través de la mandíbula.
De 1819 en adelante, para poder comunicarse, utiliza cuadernos. La mayoría de estas conversaciones escritas tienen lugar en tabernas; en ellas se muestra lo mucho que anhelaba la compañía de sus conocidos. Tenía un gran sentido del humor, aunque a veces era impetuoso. Tras una época de guerra, se vino abajo toda esperanza de un cambio social. Napoleón fue derrotado y se redibujó el mapa de Europa. Después del Congreso de Viena, la aristocracia se volvió aún más poderosa, las leyes se hicieron más restrictivas, había soplones por todos lados y cualquier figura política podía ser objeto de espionaje. Austria se convirtió en un Estado policial.
Hay informes de que Beethoven expresaba su desaprobación en las tabernas. Sus amigos trataban de calmarle para impedir que fuese encarcelado, pero el hecho es que era tan famoso que nadie se atrevía a tocarlo. Beethoven ya no tenía que preocuparse por los convencionalismos, ni en términos de comportamiento ni de apariencia. En unas cartas enviadas a Bonn refleja su incomodidad: “Esperan que vista de forma más elegante y que me afeite la barba. ¡Es insoportable!”
Finalmente, cuando Beethoven pierde las esperanzas de recuperar la audición, se encierra en sí mismo y en su arte. El 7 de mayo de 1824 se estrena la Novena Sinfonía, pero Beethoven no puede escuchar la ovación del público.
En noviembre de 1826, al volver de una estancia en la campiña en un carruaje abierto, contrae neumonía. Estaba tan débil que al momento de entrar en su casa se derrumba, y desde entonces permanece en cama. En enero de 1827 sus órganos dejan de funcionar. Beethoven muere de un fallo hepático el 26 de marzo de 1827.
Sabía que tras su muerte registrarían sus pertenencias. En un compartimento secreto de su escritorio hallaron su testamento: “Hombres, cuando lean estas palabras, piensen que han sido injustos conmigo. Guarden este documento para que el mundo se reconcilie conmigo tras mi muerte”.
Aquel sótano, donde su padre lo encerraba cuando equivocaba una nota, conserva hoy sus miles de cartas. Hacia el final de su vida, escribió sentirse cada vez más cerca de su objetivo: “Seré feliz de nuevo, tan feliz como este mundo me lo permita”.
* En este caso, se tomó la última letra de la palabra compuesta “musikwelt”, cuyo significado es música del mundo.
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