“La vida es un hospital
en el que cada enfermo está poseído
por el deseo de cambiar de cama.
Éste querría padecer junto a la estufa
y aquél cree que se curaría frente a la ventana.”
Estos versos de Baudelaire
que abren el poema XLVIII
de sus Pequeños poemas en prosa,
“Any Where Out of the World”,
parecen decirlo todo.
¿Quién de nosotros no ha sentido
la tentación de la abeja de ir de flor en flor?
Un mejor lugar para vivir,
otro trabajo, otras relaciones, otro paisaje…
Es muy poca la gente que está contenta
con lo que tiene y con el lugar donde vive.
Quien se muda tiene en mente
una supuesta mejoría de su vida.
Pero lo que la naturaleza tiene en mente
(¿por qué no habría de existir
una mente de la naturaleza?)
es otra cosa: no el polen ni la miel,
ni la satisfacción del hambre ni el viaje…
sino la polinización de las plantas con flores.
Las abejas que parten en busca
de los mejores prados con flores
henchidas de hambre y deseos de vivir
y vuelven a sus colmenas con las alforjas
repletas de polvo dorado
saben y no saben lo que hacen.
La recolección de polen
es crucial para la alimentación
de la colonia, especialmente para las crías.
Las abejas obreras lo llevan a la colmena,
donde se almacena y se utiliza
para alimentar a las larvas y a la reina,
lo mismo que para la producción de miel.
Pero lo que en realidad están haciendo
—aparte de ver por sí mismas y su progenie—
es garantizar la supervivencia de las flores.
Podemos creer que los viajes ilustran
y que nos hacen crecer, y que cada cambio
de rumbo es para bien y nos acerca
a un mejor modo de vida…
pero tal vez se trata de otra cosa.
No hay a donde huir
sin que vayamos nosotros mismos.
La única manera de escapar
de una sociedad enferma
es estando sano.
AQ