Animalismos: de la empatía al humor involuntario

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Las demandas de este movimiento suelen tener un tono anti-sistema que condena mecánicamente el progreso y plantean dilemas irresolubles, desde médicos hasta económicos y filosóficos.

Vinicius Junior sonríe durante una conferencia de prensa en Doha, Qatar. (Foto: Andre Penner | AP)
Armando González Torres
Ciudad de México /

Hace unos días, en una rueda de prensa en el mundial de futbol, un gato se trepó a la mesa donde hablaba Vinicius Junior, delantero del equipo brasileño, y de inmediato un asistente intervino para arrojar al suelo al felino. Este incidente provocó una demanda por maltrato de un foro de Protección y Defensa Animal contra la Federación Brasileña de Futbol, que podría culminar en una multa millonaria.

El animalismo puede definirse como una serie de movimientos heterogéneos en favor de los animales, cuyas posturas van desde los llamados a limitar la crueldad hasta los más diversos tipos de activismo. La referencia fundamental del animalismo contemporáneo es la obra de Peter Singer, para quien la tradición antropocéntrica del “especismo”, es decir la propensión a instrumentalizar otras especies argumentando una superioridad intelectual y moral de los seres humanos, carece de bases éticas. Para Singer, la existencia de un sistema nervioso central en diversas especies implica una semejanza esencial entre seres vivos, que debería llevar a establecer una especie de contrato social entre especies, que incluye los derechos animales.

El animalismo ha hecho visibles fenómenos como la brutalidad de la moderna industria alimentaria o la barbarie de ciertas prácticas, espectáculos o deportes que usan animales. Por lo demás, entraña un sano llamado a ejercer cotidianamente la empatía con los demás seres vivientes, a ensanchar las fronteras de la justicia y a conservar la biodiversidad. Con todo, las demandas del animalismo suelen tener un tono anti-sistema que condena mecánicamente el progreso; plantean dilemas irresolubles (desde médicos hasta económicos y filosóficos) y, a veces, entrañan un toque de absurdo y humor involuntario.

Tengo la impresión de que muchas vertientes del animalismo, más que amor por otras especies, reflejan un marcado antihumanismo. Por lo demás, la postura animalista abunda en alegatos, pero escasea en relatos concretos sobre la afinidad entre animales y humanos. Al respecto, la literatura ha documentado, con mucha más hondura, la nobleza de los animales y la multiplicidad de relaciones que pueden entablarse con ellos.

En la literatura, los animales no sólo han desempeñado funciones alegóricas, sino que han representado existencias individuales, significativas e intrínsecamente valiosas. Así, desde el fidelísimo Argos, el perro de Ulises en la Odisea, hasta la conmovedora biografía canina del Flush de Virginia Woolf, pasando por el Soy un gato, de Natsume Soseki o el Platero y yo de Juan Ramón Jiménez existe una variada fauna incrustada en la imaginación literaria. Las peripecias de los perros de Jack London me conmueven y me llaman a la acción más que las prédicas de muchos filósofos animalistas pues, antes que disquisiciones abstractas, exponen similitudes y vivencias concretas, hacen experimentar verosímilmente la comunión con otros seres e indagan en la incertidumbre vital y la condena a la finitud que enfrentamos todas las especies.

AQ

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