‘Close’: una bucólica del siglo XXI

Cine

A través de la mirada de la infancia, Lukas Dhont nos enfrenta a un dilema: el amor la supervivencia.

Igor van Dessel y Eden Dambrine en 'Close'. (Vertigo Films)
Fernando Zamora
Ciudad de México /

La relación entre Sartre y Close (disponible en MUBI) ha sido ya pensada. El título remite a A puerta cerrada y a la frase “el infierno son los otros”. Pero, además, hay algo que sucede a la mitad, que está relacionado con la obra teatral. Para el existencialismo la vida ofrece tres opciones: aceptación, religión o suicidio. El director de Close descubre una más: la de un héroe de trece años que se niega a dejarse esclavizar por la culpa. ¿Cómo? Es necesario ver esta joya que ganó la Palma de Oro en 2022; es necesario meditar la constelación de interpretaciones que ofrece esta historia que es más bien un tópico que se remonta al inicio de la literatura.

Dos niños de trece años se han enamorado. Pero, comencemos con los valores fílmicos. Dhont nos sitúa en un valle en el que cultivan flores. Leo y Remi son inseparables. Juegan a ser caballeros en el medievo, que inventó el amor. Este valle belga ofrece al director la locación para el encuadre perfecto, pues aquí, en poco tiempo, hemos pasado del atardecer dorado a la noche lluviosa, esa noche oscura del alma de la que dice San Juan de la Cruz: “el rostro recliné sobre el amado”. Transcurre, además, un año escolar. Las estaciones cambian con el protagonista, como en Primavera, verano, otoño, invierno... y otra vez primavera de Kim Ki-Duk.

La foto en Close está íntimamente ligada a cada locación; al clima y al vestuario, al color de las paredes y al cielo. Las actuaciones de los niños, además, resultan tan inquietante que uno se convence de que el director ha conseguido hacerlos entrar en el mundo doloroso y ambiguo de un primer amor transgresor. Las lágrimas corren de verdad. Resulta evidente. Y es aquí donde entra Sartre, quien en su obra de teatro sostiene que los muertos miran desde el infierno de su encierro, lo que hacen los vivos cuando ellos ya no están.

Cuando tiene lugar el giro dramático, el punto de vista parece cambiar. El protagonista se siente observado. “Qué rápido pasa el tiempo en la Tierra”, dice Estela en A puerta cerrada. Aquí, en Close, un año pasa en diversas secuencias hiladas por la belleza de quien admira al amado desde un lugar en el que ya no puede vivir. Es un ojo que parece mirar al protagonista. Y el amor se transforma en culpa y algo más: un intenso deseo de vivir. Así se explica el cambio en el amante: debo sobrevivir.

Gilgamesh, el primer cuento que conocemos, habla de esta clase de erotismo y, en El Banquete, Platón discute de un deseo como el que se establece entre estos dos niños. Virgilio, en su segunda bucólica, escribe: “El pastor Coridón ardía por el hermoso Alexis”. En este lugar idílico, un campesino aprende a plantar flores. Su amigo toca el oboe. El campesino juega al hockey y sucede, como en Gilgamesh, que la muerte nos pone frente a la resolución de vivir. Por eso es necesario atender a todo lo que sucede en las últimas dos secuencias.

Tres obras de muy distinta naturaleza hablan de esto en distinto tenor. En Las amistades particulares todo sucede sin mencionar la palabra infame. En Novecento, Bertolucci llega a un extremo erótico que hoy sería imposible filmar. Close documenta estos amores desde nuestro tiempo. Descubrimos que el deseo no ha dejado de volvernos vulnerables. Como en Girl, de este mismo director, un artista extraordinario que ha filmado una bucólica del siglo XXI y, además, da a Sartre una posibilidad más para la náusea de existir: la de luchar por salvarse del infierno de los otros cuando encuentras que el amor no va a volverte inmortal.

Close

Lukas Dhont | Bélgica | 2022

AQ

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