No al Nobel

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Cuando Jean-Paul Sartre rechazó el premio de la Academia Sueca, desató una controversia entre quienes aplaudían su gesto como una muestra de congruencia y quienes lo condenaban como un desplante de soberbia, esnobismo o envidia.

Jean-Paul Sartre fue galardonado “por su obra rica en ideas y llena del espíritu de libertad y búsqueda de la verdad”. (Archivo)
Armando González Torres
Ciudad de México /

El 14 de octubre de 1964, ante los insistentes rumores de que le sería concedido el Premio Nobel de Literatura, Jean-Paul Sartre envió una carta a la Academia Sueca explicando que, por razones tanto personales como objetivas, no podía, ni quería recibir tal reconocimiento, ni ese año, ni posteriormente. La Academia no hizo caso de la misiva (al parecer no llegó a tiempo) y el 22 de ese mes anunció que el ganador del galardón era Sartre.

El escritor ratificó su rechazo al Premio señalando que siempre había declinado los reconocimientos oficiales de toda índole; que un autor debía basar su influencia en su propio instrumento de trabajo, que es la palabra escrita asumida individualmente, y que todos los honores agregados a un nombre literario someten a los lectores a una presión indeseable. Agregaba que la aceptación del Premio podría verse, por algunos, como una rehabilitación de su trayectoria por parte de Occidente, introduciría claroscuros en sus afinidades políticas y afectaría su lucha por la coexistencia pacífica de las dos culturas y bloques antagónicos de la Guerra Fría.

El rechazo desató una controversia entre quienes aplaudían su gesto como una muestra de congruencia y quienes lo condenaban como un desplante de soberbia, esnobismo o envidia. Para sus defensores, Sartre era coherente con su filosofía de vida, con su credo antiburgués y con su divisa libertaria; para sus detractores, Sartre había calculado que le daría más notoriedad rechazar el Premio que aceptarlo y, además, muy probablemente albergaba un resentimiento con la Academia Sueca pues, mucho antes que a él, le había concedido el Nobel a su antagonista Albert Camus.

Cabe señalar que Sartre no ha tenido una posteridad feliz, que la ascendencia que ejerció en vida se ha convertido, a veces, en indiferencia o animadversión póstuma y que mucho se le reprocha su gusto por los aparadores intelectuales, su disimulo con las tiranías y su palabrería. Es imposible determinar con certeza las motivaciones de Sartre al rechazar el Nobel; sin embargo, las razones que adujo son impecables. Los premios, como el Nobel, pueden ser vehículos para el reconocimiento de autores y géneros y para ampliar el orbe literario; sin embargo, a menudo también son instrumentos en una disputa sorda por la fama, el dinero y la influencia geopolítica.

Sartre, pese a su extroversión e inclinación por los oropeles, rechazó de manera consistente integrarse a las instituciones establecidas. Por eso, acaso Sartre reaccionó con las vísceras a lo que consideraba un reconocimiento tardío, pero tal vez, también, rechazaba una honrosa petrificación y recordaba a ese niño enclenque (él mismo) que aparece en el que, para mí, es su libro más bello e intimista Las palabras; ese niño que deambula a tientas en un mundo de adultos y que descubre en el universo de la lectura y la escritura un medio de autoconocimiento y afirmación; ese niño cuya soledad y marginalidad son un don agridulce, pero imprescindible e irrenunciable.

AQ​

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