Cuando se interrumpió la normalidad

Reseña

“¿Qué se hace cuando se acerca una pandemia provocada por un virus para el que no hay defensa? Debíamos aprender a cuidarnos de un enemigo invisible”, cuestiona Enriqueta Lerma Rodríguez en su libro Los reptilianos.

Portada de 'Los reptilianos y otras creencias en tiempos de covid-19: una etnografía escrita en Chiapas', de Enriqueta Lerma Rodríguez. (UNAM)
Silvia Herrera
Ciudad de México /

La antropología y la etnografía parecen exclusivamente un asunto de círculos académicos, pero un libro como Los reptilianos y otras creencias en tiempos de covid-19: una etnografía escrita en Chiapas (UNAM, 2021), de Enriqueta Lerma Rodríguez, nos hace ver que se halla más cerca del hombre común de lo que creemos. Etnografía y antropología están íntimamente ligados y a la primera se le considera un método de trabajo de la segunda, como se ilustra en este caso. Claudio Lomnitz cuenta en El jurista y el antropólogo —que firma junto con José Ramón Cossío—, que la etnografía moderna nace con los estudios de Bronislaw Malinowski, quien la define como “una forma de generar datos a partir de interacciones y observaciones directas, que se producen gracias a una inmersión de larga duración por parte del investigador —frecuentemente de uno o más años—, en las que se aboca a aprender la lengua y las prácticas cotidianas de la gente con quien trabaja, además de fijarse muy especialmente en los temas específicos que le puedan interesar. Religión, economía, ritual político, o lo que sea”.

La presentación de Los reptilianos…, a cargo de Citlali Quecha Reyna, se vuelve relevante porque precisa aspectos en este sentido que son importantes en la investigación. En principio, la pregunta “¿investigación de quién, y para quién?; en segundo lugar, el papel de internet, redes sociales, televisión y radio durante la pandemia; por último, el problema de la reflexividad, que ocurre en dos momentos: “1) el proceso de subjetivación del investigador (autorreferencia), y 2) la subjetivación de los sujetos que participan en la investigación”. Acotando más, el estudio cae en la llamada autoetnografía, la cual, en palabras de la autora, “pondera el contexto social, es decir, la importancia no sólo de describir procesos y experiencias particulares vividas por el(la) autor(a), sino la vinculación entre lo personal y lo cultural”.

Esta autoetnografía escrita en Chiapas ocurre específicamente en un vecindario de San Cristóbal de las Casas y los hechos que cuenta corresponden a las distintas fases iniciales de la pandemia de covid-19, que van de marzo a septiembre de 2020 (esa cuarentena que se fue extendiendo hasta volverse insoportable).

Lerma Rodríguez se aboca inicialmente a describir las características de San Cristóbal antes de la pandemia. Se trata de un lugar atractivo tanto a los nacionales como a los extranjeros, en primera instancia por ser un pueblo mágico y poseer un aura místico-espiritual. El levantamiento zapatista ocupa asimismo un espacio importante porque igualmente se identifica a la ciudad a nivel internacional como un sitio de resistencia y dignidad; aparte, su interés antropológico no es menor. Es un sitio que invita a quedarse o a turistear. El vecindario o fraccionamiento donde habita Lerma Rodríguez —su “aleph reducido”, lo llama—, desde el cual dio cuerpo a estas páginas, contando su experiencia, la de sus vecinos y la de gente de afuera —nacional y extranjera—, reforzando la autoetnografía con la etnografía multisitio, está conformado por “migrantes por estilo de vida”. Es decir, no se trata de los migrantes habituales —jornaleros o gente que tuvo que salir de su lugar de origen debido a la violencia o la pobreza—, sino de “extranjeros europeos y sudamericanos que llegaron a San Cristóbal de Las Casas atraídos por la diversidad étnica de la ciudad, por la posibilidad de relacionarse con modelos híbridos entre modernidad y tradición; aspirantes a mejorar su calidad de vida en un sentido espiritual y en un ambiente equilibrado con la naturaleza”. Este dato es importante porque se trata de una población con cierto nivel educativo de la que no se espera que pudiera caer en ciertas creencias como las que hace referencia el título del libro.

Como se recuerda en las páginas iniciales de su exposición, desde que apareció sobre la faz de la Tierra el ser humano bien pudo haberse extinguido por una pandemia. En todo este tiempo que hemos estado a merced del covid-19, se ha hecho un repaso exhaustivo de las que hemos padecido: peste, influenza, ébola, sida, por mencionar algunas; por mera inconsciencia, amparada por nuestro avance tecnológico, el ser humano del siglo XXI (y más el occidental) simplemente creyó que había alcanzado la inmunidad total, que ya no había enfermedad que pudiera dañarlo. Como ha sucedido siempre, el covid llegó por sorpresa y no estábamos preparados para ello. “¿Pero qué se hace cuando se acerca una pandemia provocada por un virus para el que no hay defensa? Debíamos aprender a cuidarnos de un enemigo invisible”, señala la autora.

En este reportaje, como también lo llega a calificar, Lerma Rodríguez efectúa un recuento de las diversas etapas del desarrollo de la pandemia a partir de que el gobierno decretó que encerrarse en casa era esencial y la manera en cómo la población en general, y su vecindario en particular, fue reaccionando. Cuenta el momento en que ella se da cuenta que el mal ya está acechando cuando una persona se niega a saludarla; cuando los vecinos comienzan a organizarse ya anunciado el encierro para tratar de evitar que el bicho (como llegará a nombrarse) entre al fraccionamiento y la problemática para que los acuerdos a los que se llegan se cumplan (pero si ellos se esfuerzan por cuidarse, fuera, en el pueblo, salvo los lugares que obligatoriamente debían estar cerrados, la gente local continúa aglomerándose); cuando empieza a recibir noticias del exterior. En este punto, para tratar de explicarse cómo es que la enfermedad arribó a nuestras vidas, hubo varias teorías que caían en el absurdo: que apareció por la violencia ejercida contra los animales, por lo que no había que consumir embutidos (ésta atribuida a Noam Chomsky); que las antenas G5 afectaban el sistema inmunológico; y la que nos lleva al título del libro, acaso la más delirante, defendida por algunos vecinos de la autora, que había un complot contra Donald Trump porque no era reptiliano y los reptilianos querían recuperar el poder (los reptilianos son un tipo de extraterrestres). Pero en San Cristóbal los nativos no se quedaron atrás y ellos estaban convencidos de que la enfermedad solo afectaba a mestizos y extranjeros, por eso es que salían tan campantes.

Pero el punto que a mi parecer es el más relevante del libro y con el que puede identificarse cualquier persona es el que explica cómo la pandemia interrumpió nuestra cotidianidad o normalidad. Un suceso como éste, sobre todo por el tiempo que duró el encierro, inevitablemente iba a traer consecuencias psicológicas. Al preguntarle sobre el asunto al neuropsiquiatra Jesús Ramírez-Bermúdez, me contestó que todos caímos de un modo u otro en la depresión; esta dura prueba cada uno la iba a tener que superar según sus mecanismos de defensa. Así presenta el asunto Lerma Rodríguez: “Escribo sobre la vida cotidiana y sus transformaciones, sobre el espacio y el tiempo, las primeras instancias sociales en las que notamos cambios con la llegada del virus y de las que nadie quedó exento”. En el encierro, la percepción sobre el espacio y el tiempo, fundamentos de nuestra vida física, y podemos decir que de nuestra cotidianidad, sufrió diferentes transformaciones: “En unos, al principio, el tiempo se alargó y el espacio se comprimió. Después pasó lo contrario: las redes sociales virtuales nos ampliaron el espacio y el tiempo se redujo. En mi caso, a los tres meses ambos se habían comprimido”.

Más allá de las teorías conspiracionistas, las manifestaciones en diferentes ciudades del mundo para pedir a los gobiernos la abolición de las prohibiciones fue lo más destacable. Comprensiblemente, porque nunca se está realmente preparado para una situación de excepción como la que se padeció, lo que quería la gente era recuperar su cotidianidad, tanto la ligada al trabajo como la que tiene que ver con la diversión, mucho más importante pues el estrés sale de ese modo.

Los declamadores, como los bautizó Fernando Savater, hablaron de que la pandemia iba a “transformarnos profundamente” en un sentido moral haciéndonos más buenos. Desgraciadamente eso es una utopía. La violencia creció durante la pandemia y en tiempos pospandémicos no se ha detenido. Por otra parte, a los políticos y empresarios, quienes imponen el sentido de lo “real”, concluye con pesimismo Lerma Rodríguez, solo les “Importaba (y les importa, agregamos) preservar la normalidad de la explotación, de la marginación y de la desigualdad social”, no generar mejores condiciones para los excluidos en la normalidad anterior y la actual.

AQ

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