No es lo mismo un argumento que un modo de pensar. El argumento se compone de muchas palabras que se articulan de modo correcto, necesario y suficiente. Pero siempre requiere de un lenguaje cuyas reglas y formas no son parte del razonamiento, ni se eligen, ni están a disposición de la inteligencia o voluntad individuales.
Por ejemplo, aquel famoso entrampado en el que se vieron los filósofos latinos, romanos o medievales, cuando han querido poner en latín un concepto básico de la lengua griega: “el ser” (tò eînai; en participio: tò ón, que Aristóteles para precisar como objeto de análisis en la Metafísica pone como tò ti ên eînai). Un simple verbo en infinitivo y un artículo. Y la discusión filológica y sus traducciones pueden dar paso a mil páginas, pero me quedo con dos ejemplos: uno de Séneca, otro de Tomás de Aquino.
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El gran conflicto es que la lengua latina carece de artículos. Y resulta que esas piezas que nos parecen meras rondanas de la gran maquinaria de la lengua, nos permiten, en español y prácticamente en todas las lenguas romances y del resto de Europa, abstracciones fabulosas. Igual que en griego, le ponemos antes un artículo a un verbo en infinitivo y tenemos, además de un sustantivo, la raíz filosófica: el ser, el pensar, el amar… El latín se nos queda mirando con envidia. Dígalo Séneca: “Condenarás todavía más la estrechez romana cuando sepas que hay una sílaba que no puedo traducir. ¿Cuál es?, preguntas: tò ón. Te parezco duro de ingenio pues es sabido que se puede traducir diciendo ‘lo que es’. Pero veo que hay una gran diferencia: se me obliga a usar un verbo por un nombre”. (Cartas a Lucilio, 58, 7).
Todo se puede traducir, pero no siempre de modo equivalente. El uso de artículos permite ese juego de pequeñas piezas que dan juego a las más arduas abstracciones. Tomás ya no hablaba el mismo latín de Séneca, pero se las tuvo que ver con unas versiones de la Metafísica de Aristóteles referidas por Averroes y puestas en un latín medieval. ¿Cómo traducir la definición de “el ser”? No sé si recurrió a Séneca o lo hizo por su cuenta. Puso: quod quid erat ese (“aquello que era ser”). Un artículo convertido en argumento… Ya se ve que entre este circunloquio y un mero artículo hay una zanja inmensa. Pero no fue inútil: con el opúsculo Sobre el ente y la esencia comienza la ontología (y desaparece la proverbial claridad del santo aquinatense).
Tomás de Aquino topó con Aristóteles en una carambola de tres bandas: del griego al árabe (Averroes), y del árabe al latín. Cuando Tomás tuvo que vérselas con un infinitivo precedido de su artículo, terminó por inventar un circunloquio entero: quod quid erat ese. Y se puso a complementarlo con retorcimientos lingüísticos (el terrible vocablo quidditas, por ejemplo, que Manuel Fuentes Benot traduce por “quididad”).
Con el tiempo, la filosofía dejó el latín y puso distintas casas en lenguas vulgares, todas dotadas de artículos para subir a los aires luidos de la abstracción ontológica.
La otra tara latina sí que quedó en el completo olvido, por fortuna. Y es mucho más sencilla de mostrar: los números. Los números romanos son solamente representaciones de cantidades, pero es imposible operar con ellos. No tiene caso intentar la multiplicación de, por ejemplo, XLVI por CXIII. En cambio, 46 x 113 se resuelve muy fácilmente (= 5,198). ¿Cómo le hacían los romanos y los occidentales en general, hasta cosa del siglo XV con las operaciones? Usaban el ábaco. De hecho, hubo varias disputas entre aritméticos y abacistas (por ejemplo: G. Reisch, Margarita Philosophica, de 1503). La adopción de los números arábigos (de origen indio) tiene algo mejor que el artículo: el sistema que usamos para representar es el mismo que usamos para operar.
Una lengua sin artículos y unos números sin posible mecanización quedaron atrás. Ya luego nos metemos con las tremendas diferencias en los distintos modos en que las civilizaciones procesan sus residuos. La filosofía los recicla; la ciencia los descarta.
Estas abstracciones, las que vienen con el uso del artículo, o los números arábigos, son parte del sistema mismo que utilizamos para operar racionalmente. No son argumentos sino estructuras gramaticales, que hacen posible la articulación del pensar. Pero no son facultades de la naturaleza. ¿O cómo vamos a entender el salto a la aritmética cuántica, de bits a cubits, si ni siquiera queda bien la gramática, que en singular lleva tilde: “cúbit” y en plural, “cubits”, no?
AQ