Este libro permite entrar en una cueva que es un ropero y también un cofre, o un armario. Nos deja atravesar escondrijos donde encontramos a una niña sorprendida por su doble, una mujer adulta, en el acto de cobrar conciencia del mundo.
La infancia es tierra de aventuras, lo sabemos, reales o inventadas, pues no hay mayor fabulador que una niña o un niño. Los niños son grandes creadores, lo cual es un secreto a voces; son inventores naturales, espontáneos. A la hora de pensar sobre lo que les rodea, son los más grandes filósofos. Nadie los iguala en perspicacia y sinceridad. No por algo los adultos añoramos volver a los días de infancia, a esos días en que nos hemos sentido seguros de nuestros pensamientos y fuertes en nuestras emociones, incluso cuando la realidad no tarda en mostrarnos su rigor y sacude nuestra vulnerabilidad.
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En La edad terrible (Universidad Autónoma de Sinaloa, 2024) la poeta Enna Osorio ha buscado a la niña que fue, y sigue siendo, porque el niño o niña que hemos sido, en realidad nunca nos deja. Está ahí, si ponemos atención, acechando, recordándonos, a veces en momentos inesperados, que hubo una vez en que supimos de las maravillas de la existencia, y, al mismo tiempo, vislumbramos sus abismos.
La infancia es tierra de aventuras, pero es cierto que muchas de ellas esconden misterios hirientes. Las peripecias sostenidas en el pasado hacen sentir su eco en la edad adulta. A veces nuestros juguetes de infancia nos remontan a lugares donde hubo batallas y pérdidas tan reales y profundas, que al día de hoy podemos tocar las cicatrices que nos dejaron.
Entrar a La edad terrible de Enna Osorio es saber eso, y que un día se perteneció al mar. Al mar se le dijo adiós, y el equilibrio se perdió. Pero hubo un instante de gran descubrimiento: la boca, como ostra, mostró la perla que depura el habla. A partir de ese hallazgo la poeta pudo excavar en la memoria y crear su cueva de artificios.
La edad terrible lo es porque en toda vida adulta hay una infancia tutelada por el ángel de la belleza; y todo ángel es terrible, nos lo dijo hace poco más de 100 años, en sus Elegías de Duino, el poeta Rainer Maria Rilke.
Enna Osorio señala en La edad terrible los senderos de la niña hipersensible que fue; nombrarlos es rendir homenaje a las casas de muñecas que forjó con sus primas, y se derrumbaron; perseguir el rumbo de las cometas que ambicionó sostener entre sus manos, pero fueron incontrolables.
En el tránsito de hurgar en su memoria la voz poética halla una riqueza que alivia la aridez de los días. Sus descubrimientos revelan algunos secretos de su genealogía; dan con bisabuelos, abuelas, padre y madre, familia. Les reconoce a cada uno como “todos los que he sido”. Son una herencia que muestra los símbolos de sus costumbres y los signos de sus enfermedades.
Una vena mística recorre algunos poemas de La edad terrible. El vislumbre de algo superior que se escapa con el viento; algo llamado hermosamente “campos de hastío”. Es una idea que recuerda a ciertos textos de la escritora brasileña Clarice Lispector: esto es, entre hastío y hastío sucede la vida. Enna Osorio lo hace sentir en momentos de inestabilidad cuando el lenguaje se fragmenta o expande y el léxico se amplía para que el lector integre lo sugerido. Ahí la infancia es un lugar de rituales; el espacio para hacer tierra. No importa que sea su playa un reloj de arena sin equilibrio. Hay tempestades en las cabezas infantiles; resistencia a la uniformidad que sólo el habla puede conjurar.
Al abrir roperos o armarios la poeta se encuentra con los vestigios que dejaron de sus vidas las mujeres de la familia: madre, abuelas, bisabuelas, tías. Las abuelas aparecen con aura de santas y muñecas; aura que se deshace ante la determinación implacable de la voz poética: “Irritar hasta la sangre. / En el escándalo rojo repetir el sueño donde dreno todas las herencias; / y al amante, sea el padre, el hijo, Dios o un náufrago entre las piernas”.
La madre siempre es faro que orienta; regazo para guarecerse, aun en la cama de la enfermedad. A su vez, a la genealogía patriarcal le corresponde un desglose minucioso: “Papá, eres una bestia de mar anquilosada”.
Ante las ausencias, los abandonos, tan frecuentes del lado masculino, se dice: “La oscuridad extendió sus vicios/ invitando a la violencia”. También: “El coraje ha hecho del silencio una mejor tierra/ y la piel restante/ abrasa”.
Al final se anuncia algo en lo que es fácil reconocerse:
“—No es posible el museo, pero sí una pasión: l e v a n t a r m u r a l l a s”.
En La edad terrible, Enna Osorio ha ido en busca del pasado, inframundos incluidos. El libro termina con un conmovedor poema que nos confirma la capacidad de fabulación de la poeta. Tras el “Circuito del cisne” podemos imaginar una analogía: la poeta ha devorado su infancia al estallar en recuerdos. Después de eso, habrá de surgir de nuevo, porque, no lo olvidamos, una perla en su boca es el don; depura con ella el habla, que debe continuar.
AQ