Eso se propuso revisar Pablo Majluf con su libro: El pueblo bueno y sabio. Reflexiones sobre los linchamientos en México. Revisar, no resolver, porque es un ensayo y una conversación. Y es el tono que mejor le viene a Majluf. Su curiosidad, su oficio de prosa, y su inteligencia no van bien con las riendas del tratado académico. Y no digo que sea laxo en sus exigencias, ni descuidado de sus fuentes. Al contrario. Pero si hubiera apostado por el trabajo académico, este libro habitado por tantos temas, intereses, puntos de inflexión habría requerido mil tediosas páginas. Es un libro breve, muy claro, sobre un tema horrendo y espeluznante, en sí, y deprimente para cualquier lector. Se sostiene porque, pese a que uno quiere quitar la vista del objeto, la versatilidad del autor no renuncia nunca a la inteligencia. Incluso desde antes de comenzar, con el prólogo de José Antonio Aguilar Rivera.
Casi reconforta verse entre personas que habitan la civilización de modo consciente y responsable. Es el lugar correcto. Pero es artificial y adquirido. La barbarie sigue siendo el cuerpo; la civilización, la ropa. El recorrido de Majluf es un intento de emerger a los modos civilizados, habiendo entrado desde el cadáver linchado por un grupo, que se llama “pueblo” (pese a ser una muta de caza), y poner en marquesina, con luces neón, el hecho indudable: el pueblo puede ser, suele ser, no sólo malvado sino perverso, infinitamente cruel, vengativo y, encima, impune.
No voy a reseñar las vicisitudes argumentales en que se envuelve y desenvuelve. Majluf lo hace con maestría, y van desde el compinche indispensable (autoridades aviesas o incapaces), el lugar que transforma las tablas de escenario en patíbulo, los lazos sociales, las causas, las cegueras voluntarias (jurídica, institucional, académica y gubernamental) y, en primer lugar, la sorna frente al camelo aquel del “pueblo bueno y sabio”.
El libro recorre la historia del México y sus peculiaridades. Esa es una vertiente, sin duda, y la única visible. Hay otra, creo yo, pero es agua subterránea. La han visto muchos, pero solamente Richard Morse y, por vía de Morse, Enrique Krauze han descubierto que se trata no de repeticiones sino de un río de flujo constante. Es esa tradición de pensamiento escolástico y muchas veces tomista del que no se han alejado casi nunca las instituciones jurídicas, no sólo de México, sino del mundo de lengua española.
El diagnóstico del populismo que hace Majluf es estupendo. Pero queda la pregunta de por qué han fracasado los intentos liberales desde el siglo XIX, o por qué incluso los liberales se vuelven conservadores de facto, cuando se hallan en la posición del legislador. La columna vertebral viene desde el Medievo español, la herencia del Sacro Imperio Romano Germánico, se afina con Vitoria y fue durante siglos la más alta cultura jurídica del mundo. Es una estructura indestructible: Dios no da su legitimidad al Rey sino al Pueblo; del Pueblo emana, o dimana (o alguna de esas operaciones ultrametafísicas) y se deposita en el Rey. Y de él, la gente recibe sus derechos. Es lo contrario del contractualismo, donde los derechos de los ciudadanos anteceden a las facultades del estado y, por tanto, la primera persona jurídica es el individuo. En la vieja tradición hispánica, la primera persona jurídica es el Rey, o el Estado, que otorga o concede los derechos al pueblo.
Esa estructura de iure anima no sólo a Fuenteovejuna, la obra que Majluf conoce y cita, sino a centenas (de veras: centenas) de obras que comparten esa visión del mundo. Los dos Alcaldes de Zalamea, Peribáñez, El mejor alcalde, El Rey, Castigo sin venganza, sin salir sólo de Lope de Vega, y luego, hasta llegar a Los de abajo, La muerte tiene permiso, Agua envenenada. etc. Muchas veces se refieren a linchamientos, pero otras a ese fenómeno localizado perfectamente por Majluf: la siempre disfuncional autoridad inmediata: alcalde, policía, comendador.
Es el costado literario. Los otros, el sociológico, político, histórico, etc., están apenas comenzando a escribirse. Majluf es un lector generoso y discierne lo mejor de cada uno de los trabajos académicos que cita. Pero el asunto de los linchamientos existe en la mira académica desde hace unos cuantos años.
No, el asunto no queda resuelto. Ni de lejos. Pero en el camino, Majluf ha hecho otra vez esa cosa suya, que le admiro: convertir la incorrección política en una disciplina de aguda inteligencia.
AQ