Es inevitable detenerse en la imagen de la portada de la reciente colección de relatos de Pablo Brescia, ya que imprime una calidad irónica y nostálgica al título: La derrota de lo real (Suburbano Ediciones, Miami, 2017). Lo real es aquello que existe fuera e independientemente de nuestra percepción y experiencia. En cambio, la realidad es la experiencia empírica, la interpretación de lo externo. Este engañoso título es un juego de ambigüedades, que si bien puede referirse a un triunfo sobre lo real, también puede ser la forma en que lo real aplasta nuestras ilusiones. En cierta forma, el libro de Brescia ofrece zanjar las diferencias entre lo real y la realidad, es decir, explorar, a través de sus relatos, la colisión entre las vivencias y las expectativas.
La colección de relatos está dividida en tres partes que corresponden a tres derrotas. La primera, “Maneras de estar muerto”, tiene como tema la prueba más contundente de que lo real es imbatible y que la muerte es la única certeza. La segunda, “El resto es literatura”, corresponde a la derrota o la percepción de la misma que se experimenta cuando la literatura trata de capturar lo real. Y finalmente, “Sin moraleja” es un recorrido por los desatinos y fracasos de las buenas intenciones. El libro concluye con un bonus track que, a manera de epílogo, es una especie de síntesis de los temas y una summa de las inquietudes del libro.
Derrotar a lo real con la ficción es en gran medida una fantasía ingenua y, sin embargo, las historias que nos contamos para explicarnos el mundo son un elemento clave de lo que nos hace humanos. Derrotamos a la tragedia de la carne y la pesadilla de la supervivencia por medio de historias, recuentos fantásticos, visiones mágicas y relatos sórdidos que hacen soportable lo habitual. Muy significativamente, Brescia comienza su libro con la frase “Hay una historia”, cuando precisamente en ese relato, “Un problema de difícil solución”, se niega a entramar sucesos de manera convencional, lineal o lógica. La historia está ausente, dejando al lector atrapado en una imagen y una situación incoherente, obligándolo a comprometerse y recrear la narrativa. Del minimalismo extremo el autor nos lanza a un relato con tono épico que habla de un pueblo fundado literalmente sobre sus cadáveres, que al aislarse del mundo y negar la vida termina siendo exterminado por sus propios fantasmas.
Brescia emplea una variedad de estilos y formas narrativas, especialmente en la segunda parte. Se desliza entre géneros (ciencia ficción, fantasía y horror), con destreza y oficio. Al igual que en su anterior Fuera de lugar, se vale de citas y referencias (que van de Borges a Ionesco, pasando por Piglia y Calvino) al humor, al absurdo y artificios pop para establecer estados de ánimo, crear atmósferas y llevar al lector por una serie de laberintos y vertiginosos saltos temporales, para concluir que la tragedia de lo real puede ser tolerada mediante el absurdo de lo cotidiano.
Un libro con un título semejante, publicado en la era Trump por un latinoamericano que vive en Florida, podría ser imaginado como un testimonio del desamparo. Agradeciblemente, la literatura de Brescia ofrece un aliento lleno de ironía a la extrema crueldad y grotesca bufonería del poder actual.