Cuando emprendas tu viaje a Ítaca
pide que el camino sea largo.
Kavafis
El viaje ha sido una metáfora recurrente para intentar ilustrar el significado de la vida. Algo tan imprevisible como la llegada de un espermatozoide a la superficie de un óvulo se traduce en muchas ocasiones en una escena que podemos comparar con quien sale galopando de una venta en busca de aventuras. El viaje como experiencia corporal, imaginativa, filosófica y estética ha sido desde hace varios siglos una manera de narrar e intentar entender el recorrido que hacemos desde que nacemos hasta que morimos.
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El poema de Gilgamesh, el mito de Abraham, de Moisés o el viaje del pueblo mexica a la gran Tenochtitlan son sólo algunos ejemplos de cómo, a través del lenguaje, encontramos en el desplazamiento de un territorio a otro, la caminata que separa una salida de una llegada, como espacio para dar sentido a nuestra vida.
Sin embargo, la metáfora se ha convertido también en un lugar común que vale la pena analizar.
No pocas ocasiones mencionamos que alguien atraviesa una odisea por el simple hecho de estar inmerso en un recorrido complicado —navegando en medio de un mar picado— dejando de lado que en realidad Odiseo, lo que hacía era volver a casa.
Muchos artículos periodísticos han sido titulados utilizando la figura de la odisea para hablar del éxodo terrible que atraviesan millones de migrantes en el mundo. La guerra de Siria o el tránsito de la caravana migrante de Centroamérica son fenómenos envueltos por términos como éste sin ser del todo precisos sobre lo que está sucediendo. Más allá de volver a casa, las personas que migran en esas condiciones están huyendo de ella para salvar su vida.
En esa tesitura se presenta una pregunta interesante: ¿Sigue siendo válida la metáfora entre el viaje y la vida? ¿Hemos agotado la posibilidad de utilizarla como una manera palpable para explicar algo como la vida misma? A lo largo de los siguientes párrafos trazaré un breve recorrido, como quien mece su dedo para encontrarse en un mapa, para analizar esta peculiar relación.
I
Quien se va de casa carga con la bendición y la condena de saber que —de volver— regresará cambiado.
Finalizada la guerra, el héroe de la batalla, Odiseo —o Ulises en el texto griego— emprende su viaje de vuelta a casa, extraviándose en el camino. Penélope, su mujer y su hijo Telémaco lo esperan dudando sobre su posible muerte en el campo de batalla, mientras Odiseo emprende una vuelta en donde la aventura es, precisamente, el regreso.
La accidentada pero triunfal vuelta de Odiseo a casa encarna ese relato en el que depositamos el optimismo metafórico del viaje. Un relato que se resuelve de manera positiva para el protagonista y en el que observamos de manera clara la relación semántica entre el viaje y la vida.
A propósito de ello, los versos de Ítaca del poeta egipcio Constantino Kavafis son un universo de imágenes palpables y complementarias, escepcionales para ver de manera clara la vuelta de Odiseo y al viaje como epopeya de vida.
Al volver a casa, a Odiseo sólo le reconocen los mendigos y los perros del pueblo. Para recuperar el amor de Penélope, Odiseo se ve obligado a asesinar a todos los pretendientes de su mujer. Su vuelta no deja de estar cargada por un halo de violencia que traerá consigo quien vuelve de un viaje. Uno cambia al regresar, pero el mundo al que se vuelve también ha cambiado, en menor o mayor medida. La vuelta atenta contra el recuerdo que mantenían congelado quienes se quedaron en el lugar de origen. Ahí, quizás se encuentre el nacimiento de la melancolía.
II
La relación simbólica que comparten estas dos palabras, viaje y vida, prosperó desde siglos atrás en muchos de los relatos fundacionales y culturales del mundo. El uso de metáforas y el enriquecimiento que brindan a los significados hizo que muchas de las historias que contamos estén atravesadas por la metáfora del viaje.
En su texto Verdad y mentira en un sentido extramoral, Nietzsche define a “la verdad” como:
“Una hueste en movimiento de metáforas, metonimias, antropomorfismos, en resumidas cuentas una suma de relaciones humanas que han sido realzadas, extrapoladas y adornadas poética y retóricamente y que, después de un prolongado uso, un pueblo considera firmes, canónicas y vinculantes; las verdades son ilusiones de las que se ha olvidado que lo son; metáforas que se han vuelto gastadas y sin fuerza sensible, monedas que han perdido su troquelado y no son ahora consideradas como monedas, sino como metal”
La idea es muy clara y establece la inevitable relación que existe entre el lenguaje y el movimiento de la vida; el lenguaje como un ente vivo y en constante transformación. Un espacio en el que nos otorgamos la posibilidad de nombrar las cosas, aunque en estricto sentido no exista en las palabras un contenedor exacto de lo que vemos. Al mismo tiempo, el lenguaje nos muestra la distancia que tenemos con la realidad.
Según su etimología, el término viaje llega al castellano como herencia del catalán. “En las lenguas provenzales, incluida en ellas el catalán, parece que el término se forma como una fonetización propia del término viaticum, presente en el Latín” (Úbeda, 14). Viaticum, que refiere a todos los preparativos y pormenores que se realizan para quien transita una vía, retoma la noción de las caminos en la cultura romana. Aquellas vías y caminos que conectaban las ciudades del imperio con su inmenso mapa y en el que se movían no solo personas sino también mercancías.
Como el lector bien sabe, el cristianismo —así como muchas culturas y religiones— apropió una inmensa serie de prácticas y términos, mismas que se manifestaron en los ejercicios de evangelización y que ayudaron a que se pudiese predicar y asentar la palabra de Dios. La noción de sumo pontífice —que hay quienes traducen como el puente entre el mundo terrenal y el reino de Dios— así como el término viaticum fueron incluidos en la retórica cristiana como mecanismos de sincretismo que facilitaron la transmisión de los valores del cristianismo en el mundo. Viaticum se convirtió en “un término para designar el pan de la eucaristía que se daba a los moribundos” y que, inmeditamante transformó su significado metafórico”. (Úbeda, 15)
Este proceso gramatical y semántico ilustra de manera clara la condición dinámica del lenguaje. ¿Cómo podríamos ponderar si la metáfora del viaje sigue ilustrando a la vida o si, en su defecto, se ha convertido en ese obsoleto óvalo de cobre que menciona Nietzsche?
En el ensayo La vida como viaje: exámen de una metáfora, el filósofo Jorge Úbeda, recupera tres momentos muy puntuales para asegurar que, en efecto, el viaje ha muerto como metáfora explicativa de la vida.
III
Úbeda observa tres manera de entender el viaje que se yerguen como fronteras metafóricas en la noción posmoderna del viaje: el lado sombrío del viaje contemporáneo, el viaje imposible y el viaje a las estrellas.
Afectado por los ciclos del capital, como cualquier práctica que realizamos hoy en día, es evidente que la noción del viaje se ha transformado drásticamente.
No es el mismo viaje entre quién compra un boleto de avión para terminar subiendo una foto en Instagram posando frente al Taj Mahal y quien sale de El Salvador por la inseguridad provocada por las maras.
Es cierto que tampoco utilizamos el término viajar, cuando realizamos alguno de nuestros desplazamientos cotidianos. No solemos considerar como un viaje al trayecto que hacemos en un taxi o en el metro.
Parece que el viaje se ha convertido en una actividad reducida a las clases con el poder económico y adquisitivo para realizarlo. Incluso, con la revolución que ha supuesto internet, viajar se ha convertido en una rara esfera en la que ya no es necesario desplazarse del todo para conocer lugares que antes sólo se podían visitar asistiendo a ellos. La comunicación instantánea y conectivdidad del mundo ha supuesto una cercanía de fronteras que, a su vez, ha trastocado la noción espacial y temporal que teníamos del viaje.
Es curioso que para un universo como el digital utilicemos una amplia terminología naval —como quien asegura que navegamos una página web— siendo que muchos de esos términos y palabras están ligados al viaje.
Úbeda, consciente de todo ello, recupera un texto del escritor norteamericano David Foster Wallace, en el que sus reflexiones sobre un viaje en crucero terminan siendo máximas de la creación artística y los síntomas de nuestro tiempo.
Motivado por su editor, Foster Wallace realizó un viaje en el crucero de lujo Celebrity 7NC, en el que escribió Shipping out. Haciendo una radiografía meticulosa del texto, Úbeda bautiza como sombrío a un viaje en el que Foster Wallace encuentra los límites que tiene el viaje en nuestros días.
A bordo de un barco en el que, supuestamente, se atienden todas las necesidades y comodidades que uno necesita para viajar, Foster Wallace se percata, a través de la escucha, que los clientes —que no tripulantes del barco— en realidad viajan buscando un espacio de descanso. “Nadie parece viajar por el placer del viaje, por conocer nuevas lenguas y culturas nuevas, por abrir la mente. La razón fundamental está consensuada: viajamos para relajarnos” (Úbeda, 33).
Con la mirada y la escucha atenta a todo lo que ofrece en su discurso el Celebrity 7NC, Foster Wallace concluye en su texto que en realidad el viaje que supone un crucero de lujo no ofrece absolutamente nada al viajero. En este escenario es evidente que el uso de la metáfora queda escueta para ilustrar el significado vida. La metáfora pierde el peso de su significado en una lectura amplia de nuestro horizonte.
Asimismo, y como respuesta al lado sombrío del viaje, Úbeda retoma las ideas de Marc Augé para asegurar que viajar se ha vuelto imposible.
La posibilidad de viajar como mecanismo de comprensión cultural y de transformación personal se ha desvanecido debido a los ciclos de la posmodernidad en la que Foster Wallace navega. Ambos encuentran en “los modos de producción, de pensar, de intimidad y de estar en el espacio y en el tiempo” (Úbeda, 36), elementos transformativos de un todo en el que la metáfora del viaje ha cumplido ya su función y se ha marchitado.
Sin embargo, Augé acuñó la definición de no-lugar, misma que se convierte en una propuesta revolucionaria y en la que parece que se presenta una luz de luciérnaga esperanzadora para el uso de la metáfora. Un desfibrilador como última oportunidad para que palpite de nuevo.
Si el trobellino de la posmodernidad nos mantiene inmersos en ciclos y rutinas en las cuales el viaje carece, inclusive, de significado es en espacios a-históricos, a-relacionales y a-identitarios donde se puede presentar la experiencia del viaje. “Los no lugares son una condición de posibilidad de los actuales lugares pues no están marcados ni por la historia ni por las relaciones ni por las identidades: en ellos pueden hacerse todos estos sentidos: el metro, los centros comerciales, los aeropuertos, los cruces de caminos, las autopistas, las estaciones de servicio son no-lugares que hacen posible el viaje, al mismo tiempo que vuelven a dotar de sentido a la metáfora que venimos analizando”. (Úbeda, 36).
Estas islas imaginarias emergen como espacios en los cuales podemos reflexionar sobre el viaje para recuperar y experimentar su condición metafórica. Pero ¿no es un centro comercial, o el metro, un espacio marcado intrínsecamente por las relaciones y las identidades? Aunque su función y construcción no ha sido histórica,es inevitable que su presencia tenga una carga cultural ligada a lo identitario.
Para concluir su ensayo, Jorge Úbeda encuentra en el viaje a las estrellas un último momento para recuperar la quintaesencia del viaje. Aunque muerta y desgastada la metáfora, Úbeda se convierte en una especie de Geroges Méliès que voltea a ver la luna como el lugar en el que se pudiese revivir la noción del viaje como espacio de reflexión y transformación.
Sabiendo que ninguna mujer ha hollado aún la superficie de la Luna y con la intuición de que la metáfora se conserve lejos de la fuerza de gravedad que mantiene a la especie humana como bípeda, Úbeda ensaya: “El viaje al espacio sigue alimentado nuestro imaginario y nos permite seguir comprendiendo nuestra vida gracias a su poder metafórico” (Úbeda, 38).
Me gusta pensar que también existen otros viajes posibles para refrescar la vigencia de la metáfora. Si obedecemos a la corriente científica que defiende que somos habitantes del antropoceno y escuchamos las exigencias que nos hace la tierra para no desaparecer, creo que se vuelve muy interesante voltear a las profundidades del mar.
Así como hay aún muchos escenarios por descubrir y esclarecer hacia fuera de la atmósfera, también es cierto que no hemos tocado el fondo de los mares. No hemos logrado desarrollar la tecnología para poder sumergirnos y observar el punto más profundo del globo. La metáfora, en ese sentido, me parece bastante ilustrativa y digna de psicoanálisis.
El viaje que supone entender los ciclos y necesidades que demanda nuestro planeta para no colapsar, mismo que implica un cambio drástico en las costumbres que tenemos —incluido el lenguaje mismo—se convierte en el viaje trascendental de la vida. Si no observamos, entendemos e intentamos sumergirnos en nuestro propio mundo, en realidad no lo conocemos del todo.
El Popol Vuh —libro sagrado del pueblo k’iche’ maya— narra la historia de la creación del hombre. Dios juega con materiales para moldear el cuerpo de los habitantes de la tierra encontrando en el maíz la planta sagrada que termina dando forma, equilibro y fuerza al cuerpo de los hombres. En una planta que florece en la milpa la especie humana se fusiona con el mundo terrenal para poder habitar la tierra. Quizá ahí radique nuestro último viaje y la metáfora, como el maíz, vuelva a florecer.
Bibliografía
ÚBEDA, Jorge: 'La vida como viaje: examen de una metáfora', en 'El viaje', Esles de Cayón, Santander, 2018.
NIETZSCHE, Friedrich: 'Verdad y mentira en sentido extramoral', Tecnos, Madrid, 2010.
FOSTER WALLACE, David: 'Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer'; Debolsillo, Madrid, 2014
AUGÉ, Marc: 'Los no lugares, espacios del anonimato: una antropología de la sobremodernidad', Gedisa, Barcelona, 1993.
'Popol Vuh'. (Versión y prólogo de Ermilo Abreu Gómez). Ediciones Oasis, S.A. México 1999.
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