En días recientes ha surgido una acalorada polémica en torno a la imagen de Emiliano Zapata. La exhibición de un cuadro en el Museo del Palacio de Bellas Artes mostrando al general sobre un caballo, posando en tacones y con un sombrero rosa, ha desatado un sinnúmero de reacciones diversas entre las que reconocemos el retrato de una sociedad tremendamente polarizada, diversa y confrontada, no desde el diálogo, sino desde la violencia.
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La figura de Zapata, así como su historia e ideario, han puesto sobre la mesa no solo una infinidad de interpretaciones, sino que a través de la polémica generada podemos observar y reflexionar sobre una sociedad intolerante, clasista, racista, homófoba y poco o nada dispuesta a la escucha sobre la diversidad de ideas que la constituyen.
Pensé en la versión coreográfica que Guillermo Arriaga creó sobre la figura del Caudillo del Sur. La noche del 10 de agosto de 1953 se estrenó Zapata en el teatro Nacional Studio de Bucarest, con Rocío Sagaón encarnando a la Madre Tierra y al mismo Guillermo Arriaga en el rol de Zapata. El coreógrafo mexicano llevaba mucho tiempo pensando en la posibilidad de coreografiar la vida y lucha del caudillo, inspirado por la influencia de su bisabuelo Ponciano Arriaga, quien le compartió el ideario de Zapata y el Ejército Libertador del Sur.
En una primera etapa pensó en una obra épica cuya idea original incluía caballos, rifles, tiros, sombreros y bigotes. Sin embargo, con el cambio de régimen, este y otros proyectos se vinieron abajo. Arriaga debió revisar toda la naturaleza de la obra y hubo que echar mano de la creatividad para modificar los recursos coreográficos y mantener la idea de transmitir la esencia e ideario de Zapata. Así realizó la danza con dos elementos: la Tierra y el Campesino, de los que se pueden desprender distintas dicotomías con momentos profundos de comunión: El Hombre y la Mujer, La Madre y el Hijo, La Tierra y la Humanidad.
Un primer recurso escénico fue el de las cananas que en un momento climático de la pieza coloca la madre al campesino para exponer la decisión del caudillo de comenzar la lucha por la tierra para quien la trabaja, la consigna que aún hoy reivindica la lucha agraria. El segundo recurso fue el de las cadenas que mantienen atada a la tierra y de las que el campesino libera con su lucha, con su danza.
La generosidad de Clara Rodríguez del Campo, esposa de José Pablo Moncayo, y del propio Moncayo, también facilitaron que la pieza Tierra de temporal fuera la idónea para crear la coreografía, pues tampoco hubo presupuesto para una partitura hecha para la obra. La partitura tiene una gama de matices que Arriaga empató con los movimientos de sus bailarines y que confieren a toda la obra momentos de profunda ternura, amor por la tierra y comunión con ella; por otro lado, también nos lleva a momentos de éxtasis en los que es la propia madre la que prepara al campesino para la batalla y éste se asume como seguidor de un ideario.
Guillermo Arriaga contó a la periodista Adriana Malvido: “La obra no tiene grandes problemas de tipo técnico, solo hay tres o cuatro momentos difíciles, pero no es una obra virtuosa en el sentido del ballet clásico. El secreto es la modulación y los matices. Tienes que crecer, que dar un grito de repente y después un sollozo, tienes que dar una ternura especialísima frente a una patada tremenda; es una gama cromática de sentimiento más que de movimiento”.
Inspirada en la pintura La Piedad de Pedro Coronel, la imagen de la Madre-Tierra que sostiene a Zapata asesinado es de un profundo dramatismo al que es difícil mantenerse indiferente.
El trabajo del maestro Arriaga lleva del parto de la Madre a la conversión del Caudillo y la vuelta a los brazos de la Tierra que lo sostiene muerto, pero cuyo desenlace no es la resignación, sino la sentencia “¡Zapata vive!”.
RP | ÁSS