Tras la publicación de El vendedor de silencio, novela sobre la vida del periodista Carlos Denegri, Premio Xavier Villaurrutia 2020, Enrique Serna vuelve al ruedo con una serie de cuentos bajo el título Lealtad al fantasma.
Fiel a su estilo, dotado de una prosa aguda y vibrante que se desliza entre lo trágico y lo cómico, el autor se mantiene leal a los temas que lo obsesionan. En esta entrega provoca al lector a través de siete relatos en los que coloca a sus personajes en la cuerda floja, es decir, en el momento cuando la voluntad titubea y, al ceder ante otras fuerzas, perdemos el control de nuestros actos, incluso de la propia vida. La maestría con la que Serna domina el cuento lo ha colocado entre los mayores exponentes de la literatura hispana contemporánea, al tiempo que mediante su pluma afilada, su sentido del humor y una imaginación desbordada, se revalora un género que con frecuencia ha sido menospreciado.
Desde Amores de segunda mano (1991), su primer libro de cuentos, las historias de Serna han seguido un eje temático en el que revisa las relaciones de pareja desde distintos ángulos. “Si en La ternura caníbal (2013) el eje fue la lucha de poder, Lealtad al fantasma es la derrota en esa lucha”, comenta el autor, “porque el tema central es la pérdida del albedrío, no solo en las relaciones amorosas, también por circunstancias sobrenaturales. Quise explorar los conflictos que ocurren cuando alguien se deja invadir por otra voluntad más fuerte, pero también ver la otra cara de la moneda que son los invasores de almas, y explorar cuáles son sus móviles y sus motivos para apoderarse de un ser humano. No creo que la pérdida del albedrío sea necesariamente negativa, sucede en cualquier relación amorosa. La entrega consiste en eso justamente, en ceder buena parte de tu voluntad, pero sí creo que ese trance puede ser muy angustioso. Los cuentos en este libro no solamente tratan de relaciones amorosas, también de posesiones. Me interesaba ver cuáles son los huecos del alma bajo esas circunstancias aprovechando mis experiencias vividas y mis experiencias literarias”.
—Joseph Conrad se refería a la frágil consistencia moral del hombre. También hay algo de esto en tus personajes.
Sí, lo frágil que es la voluntad. Hay mucha gente propensa a dejarse invadir y probablemente es la que más goza en esta vida, aunque también puede ser la que más sufre. Los que se acorazan en un egoísmo blindado llevan una vida más o menos inerte. Me interesa contar historias de personas que se arriesgan a ese tipo de invasiones.
—¿Te refieres a quienes desafían un sistema de valores o buscan una salida al tedio de la vida rutinaria?
Creo que eso pasa en los cuentos que hablan sobre maridos infieles. Hay tres en este libro. Ese tema me interesa porque las infidelidades provocan un parteaguas existencial donde entra en crisis la personalidad de un ser humano. Creo que en toda infidelidad, sobre todo cuando ésta conduce a la separación, hay una crisis moral. Me interesa ver qué pasa en el alma de otras personas, la zozobra a la que les puede llevar. Eso es particularmente claro en “El paso de la muerte”, un cuento que narra la incertidumbre en la que entra un hombre cuando se le presenta la posibilidad de dejar a su esposa para poder, por fin, conquistar al amor de su vida.
—Has escrito que “solo hay una aristocracia verdadera, la de los buenos amantes”. El sexo, por lo general, tiene un papel protagónico en tus cuentos y se revela desde múltiples ángulos.
Juega un papel muy importante que puede significar la infelicidad o la desdicha para la mayoría de los seres. Pero más que la sexualidad me referiría a la vida amorosa que incluye a la sexualidad. Cuando eso no camina, una persona puede hundirse. Es una necesidad existencial y la manera como cada uno vive su sexualidad es importante para definir a los personajes. No sé si en otras épocas, a causa de la censura, había que extremar la capacidad de sugerir, por ejemplo, en tiempos de Flaubert. En la actualidad somos más abiertos. Me parecía importante en varios de los cuentos, por ejemplo en “Abuela en brama”, porque al mostrar la enorme pasión que está viviendo esta mujer otoñal con un muchacho al que le lleva treinta años, se comprende la situación en la que ella entra. A veces es importante sondear el terreno de la literatura erótica para entender mejor a los personajes.
Si revisamos algunos clásicos, encontramos arquetipos que resurgen en distintas épocas. El cuento “Abuela en brama”, tiene algún eco de La primavera romana de la Sra. Stone, de Tennessee Williams, mientras que “El anillo maléfico” nos recuerda a ciertas nínfulas como Lolita, de Nabokov.
—¿Cómo eliges a tus personajes y qué los distingue?
Creo que el enfoque de mis personajes siempre es desde una visión irónica pero que al mismo tiempo se compenetra emocionalmente con ellos. Quizá lo que he podido aportar es esa ambigüedad que produce el hecho de ver a un personaje con cierto distanciamiento para mostrar su lado cómico y al mismo tiempo comprometerme sentimentalmente, que es lo que hacen los comediógrafos. Este es un libro de comedias condensadas porque a pesar de ser un escritor satírico, no lo soy completamente porque sí me tomo en serio las tribulaciones de mis personajes, sus angustias, incluso las llego a compartir y, justamente cuando noto que hay ese choque de sentimientos en mi percepción de un personaje, siento que ya les estoy dando vida a esos protagonistas. Creo que la literatura tiene que ser equívoca, porque las obras unívocas, que solo tienen un significado explícito, no muestran la complejidad de la condición humana. En el caso de “El anillo maléfico”, el profesor ha percibido señales de que le gusta a su alumna, hay un coqueteo descarado y eso hace que se él se atreva a lanzarse con una alumna que está a punto de terminar la preparatoria. El tema realmente no es el de los posibles abusos de profesores con sus alumnas, es un cuento pirandelliano en el que me gustó mostrar las dos caras ante una tentación, lo que puede pasar cuando alguien sucumbe a ella y lo que puede pasar cuando la evita. En este sentido va en contra de esa moral que trata de mostrar que el pecador siempre debe de ser castigado, en este caso el virtuoso también es castigado.
—¿Dirías que hay cierta dosis de moral en estos cuentos?
Creo que la moral va implícita en estas historias, pero cuando trato de construir un personaje y tengo en mente el argumento, no me importa mucho la moralidad que se pueda desprender de ella. Lo que me interesa es calar lo más hondo que pueda en los personajes y darles unas vueltas de tuerca interesantes a estas historias porque es en donde puede mostrarse mejor el conflicto en el que ellos caen.
—El machismo en sus distintas modalidades es un tema recurrente en tu literatura y surge en algunos de estos cuentos.
Hay una crítica de la masculinidad. En el caso de los maridos infieles o el Don Juan de Cuernavaca. Cuando hay un Don Juan victorioso eso puede hinchar enormemente su ego, entonces yo no resisto la tentación de ponchar también ese ego en mis cuentos porque creo que finalmente esa vanagloria masculina encierra una profunda ridiculez. Es algo que he hecho en varios de mis libros, por ejemplo, en La sangre erguida, un conflicto entre tres hombres con sus órganos genitales, que mostraba ese lado frágil, vulnerable de la masculinidad. La otra parte son esos sueños de imperialismo fálico que pueden tener los hombres cuando se sienten dominadores.
—En esta crítica de la masculinidad, ¿hay alguna intención de cuestionar el papel del cuerpo?
No de una manera consciente, aunque es probable que lo acabe haciendo en varios de los cuentos. En “El blanco advenimiento” hay un Don Juan provinciano que se tiene que retirar del donjuanismo cuando le quitan la próstata en una operación en la que además él no quería que se la quitaran. Ahí sí hay una circunstancia con el cuerpo del personaje que finalmente le cambia por completo la vida. En ese sentido puede que sí, aunque para mí no hay una división entre cuerpo y alma, sino que están íntimamente ligados y lo que ocurre en una de estas esferas siempre repercute en la otra.
—Otro tema al que vuelves es el de las corruptelas en las altas esferas del “mundillo” de la cultura. Lo vemos en “Abuela en brama”.
Ese cuento deja en la ambigüedad si le han jugado chueco esos grupos de poder cultural a ese joven poeta o si el poeta no tiene merecimientos para ser reconocido, yo no lo sé, pueden ser las dos cosas. Lo que importa para fines de la historia es que él cree que lo están excluyendo. Es una especie de “hombre del subsuelo”, de Dostoyevski que siente que todos los poderes se han confabulado en su contra empezando por el económico porque es un chavo pobre que viene de una familia de Ecatepec; ha sido un luchador, ha terminado su carrera, lee francés, ha escrito su libro de poesía, etc., etc. En mi cuento veía a ese personaje con simpatía. Espero que el lector lo vea así, pero eso depende de cada persona.
—Además de la pérdida del libre albedrío, sucumbir al fantasma implica una desintegración de la personalidad.
Sucede en varias historias. Por ejemplo, en “La fe perdida”. Aquí la fanática de una diva de Hollywood empieza con una personalidad totalmente desintegrada y dependiente de la mujer a la que admira y el cuento narra cómo ella se va construyendo una personalidad propia a medida que se independiza de ese ídolo que le impedía vivir su propia vida. En otros casos, vemos la intervención de fuerzas que pueden ser sobrenaturales, donde de pronto alguien se da cuenta de que no dirige su propia vida porque hay un artífice traicionero que determina lo que va a pasar con él. Ahí es donde se dispara esa idea de la invasión y la pérdida del albedrío a otro terreno.
—Seguramente el lector se va a identificar con más de una de estas historias.
Sí, por ejemplo, un cuento como “Paternidad responsable”, en donde una pareja tiene adoración por su mascota. Yo he vivido en circunstancias parecidas, es en parte autobiográfico. En este caso quien le arrebata la voluntad a los personajes es una mascota. Me parece que muchos se van a identificar.
—¿Qué requiere el cuento para atrapar al lector?
En el cuento la trama es la reina. En la novela son los personajes. Cuando concibes la historia ya sabes si será para novela o cuento. También he incursionado en un género híbrido: la novela corta o el cuento largo. En este libro hay ejemplos como “El anillo maléfico” y “Abuela en brama”. Esto es en parte por mi oficio de novelista, que siento que me tengo que extender porque me gusta hacer estudios de carácter en los personajes. Si me limito a decir: ‘Fulanito de tal hizo tal o cual’, el personaje no queda bien construido, por eso no escribo cuentos breves, aunque admiro ese arte que me parece muy difícil. Para mí el cuento es eso, una trama que pueda sorprender. El resto es tratar de condensar en una forma breve una idea compleja.
—En tu bibliografía, cada tanto se cuela un libro de cuentos después de una novela.
Los cuentos han sido una especie de patio de recreo porque después de concentrarme, por ejemplo, en novelas históricas. En la escritura de este tipo de novelas la imaginación tiene muchas restricciones porque uno se tiene que atener a reconstruir una época y hacer lecturas que no son gratas, sino que sirven para buscar información. Ahí me sucede que la imaginación se fuga y empieza a urdir otras ideas. Me pasó cuando escribí El seductor de la patria. Fue cuando se me ocurrieron las ideas de El orgasmógrafo. Cuando escribí El vendedor de silencio, fueron surgiendo varias ideas que no quise escribir en ese momento para no interrumpirme. Las anoté y, más tarde, en la pandemia, que nos dio una enorme calma, excesiva, creo, porque fue la paz de los sepulcros, me puse a desarrollar esas ideas, las que estaban más maduras. Así fue como se gestó Lealtad al fantasma.
AQ