Jack London (1876-1916), el irredento aventurero, el torrencial y atormentado escritor, el aguerrido socialista y valiente distopista desarrolló una empatía extensiva con el mundo. En efecto, su exaltación de la aventura y el sufrimiento no se limita a los hombres, sino que abarca a las bestias y, como pocos escritores, London habla desde “dentro” de los animales.
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Varias de sus narraciones tienen como protagonistas a animales, aunque sin duda la más intensa es El llamado de la selva, una contra-épica perruna donde se pasa del estado de civilización a una jubilosa prehistoria. Buck, un perro gigantesco que vive cómodamente en la casa de un juez en California, es hurtado por un sirviente que, durante la fiebre del oro, lo vende como perro de tiro para los exploradores (London mismo persiguió, sin éxito, la quimera del oro en su juventud y se dice que entre sus escasas pertenencias llevaba un ejemplar de El origen de las especies de Darwin). En su tránsito del apacible hogar al hostil clima del Valle del Yukon, Buck vive una “novela de aprendizaje” en la que para sobrevivir debe desplegar tanto sus más salvajes instintos como su más refinada astucia. Tras una sucesión de amos crueles y ambiciosos, diestros en el arte de latiguear e imponer jornadas agotadoras de trabajo forzado, Buck es vendido a un trío de exploradores más crueles e ineptos que todos los anteriores.
Luego de un inmisericorde y errático recorrido, el trío y sus perros se hospedan en un campamento donde su propietario, Thornton, les advierte que proseguir el camino sería suicida, estos no lo escuchan y pretenden armar nuevamente el trineo, pero Buck se niega a levantarse y es brutalmente golpeado hasta que, indignado, Thornton se interpone en el castigo y hace huir a los agresores, los cuales a los pocos metros se hundirán en el hielo. Con Thornton, su salvador, Buck vive una relación de solidaridad, camaradería y amor por el peligro que nunca, ni en su etapa de perro consentido, había experimentado. Buck acompaña a su nuevo amigo a la búsqueda de un mítico yacimiento situado en los linderos del ártico.
En esos atrayentes parajes blancos, Buck descubre las reminiscencias de su origen y perfecciona su fortaleza e instinto depredador: mata a un oso ciego y a un gigantesco alce. Sin embargo, cuando regresa al campamento Buck descubre que su amo ha sido asesinado por los indios y desata una matanza contra los agresores; luego, se une a los lobos y se convierte en un legendario jefe de manada, dejando sembrados relatos de terror entre los indios, así como numerosos descendientes.
Las vertiginosas descripciones del paisaje, la aguda incursión en la psicología de hombres y perros y el sentido del suspenso hacen verosímil esta saga y aclaran la filosofía vitalista del autor: que, en los estados límite, tanto el humano como el animal acuden a sus más ocultas, atávicas y sorprendentes aptitudes y que la mera lucha por la supervivencia es ya un placer.
ÁSS