Huellas, de David Farrier (Crítica, 2021) es un libro de especulación, con mucho de prospectiva científica e imaginación literaria, que se plantea la forma en que los sedimentos, fósiles y detritus de la civilización contemporánea serán recordados por la humanidad, o las especies que la sucedan, en los milenios futuros.
Para Farrier, el ser humano, absorto en su propia finitud, piensa compulsivamente en el corto plazo y difícilmente alcanza a visualizar ese tiempo profundo, esas eras casi inconmensurables que ha vivido la tierra. Debido a esta falta de perspectiva, sugiere el autor, en el poco tiempo que ha estado en el planeta la humanidad se ha dado el lujo de inaugurar y dar nombre a una nueva unidad de tiempo geológico, denominada antropoceno, que se caracteriza por la involución del conjunto de la naturaleza a causa de la acción humana. Por eso, dice, desde la perspectiva del futuro, la intervención humana, en particular la dinámica económica, los modelos de consumo y las rutinas destructivas de los últimos tres siglos, habrá sido escandalosamente nociva y habrá impuesto al planeta una ominosa cicatriz de mutaciones y extinciones.
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Ciertamente, muchas de las grandes hechuras humanas responden a una mezcla de desmesura y azar, acuñan paraísos que anidan infiernos y plantean severas problemas intergeneracionales de distribución de recursos y supervivencia. Hay un estrecho entrecruzamiento, como observa el autor, entre civilización y barbarie, entre grandeza y miseria, entre ambición y delirio que caracteriza las grandes edificaciones y proyectos como las ciudades, las carreteras, los complejos industriales o la manipulación de la energía nuclear (que en el curso de una generación puede alterar la historia planetaria de 4 mil 500 millones de años).
El autor, con una escritura palpitante de poesía, superpone eras e imágenes lejanísimas, datos científicos y referencias literarias, imaginación apocalíptica y denuncia realista, y describe algunos de los saldos más peligrosos de la civilización industrial. Se solaza entonces en la biografía de una botella de plástico y su efecto devastador en el ambiente; en la descripción de las tan vulnerables como impresionantes megaurbes, edificadas sobre alfileres; en la crónica de la destrucción de los arrecifes y su belleza y biodiversidad o en la depredación del mundo animal, vegetal y hasta microbiano. Muy a menudo el autor transmite una sensación de vértigo e incertidumbre ante las consecuencias desconocidas de nuestros excesos; algunas veces; sin embargo, cae en un pesimismo abstracto que no discrimina entre beneficios y males del proceso civilizatorio y que parece criminalizar todo avance humano.
Al final de cuentas, en sus mejores momentos, esta escritura tan bella como incómoda invita a cultivar la experiencia de lo sublime, esa sensación simultánea de horror y pertenencia a un todo más vasto; y, a partir de ahí, recuperar el sentido de las proporciones y apelar a la responsabilidad con el mundo.
AQ