Justicia poética: John Rawls y el velo de la ignorancia

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El filósofo plantea la posibilidad de una "posición original" que permita al individuo ser más humano y aspirar a ligar su destino personal con el bienestar colectivo.

John Rawls, filósofo estadunidense. (Cortesía: Planeta)
Armando González Torres
Ciudad de México /

El pasado 21 de febrero se celebró el centenario del nacimiento del filósofo norteamericano John Rawls (1921-2002). Al contrario de muchos de sus colegas, enamorados de los reflectores y afectos a las declaraciones pirotécnicas, John Rawls era tímido y discreto y, pese a que su pensamiento sobre la justicia animó muchas de las discusiones contemporáneas más acaloradas, este autor pocas veces rebasó las fronteras del debate académico. Aunque en su adolescencia Rawls osciló entre varias vocaciones, desde la química y la historia del arte hasta la música, su trayectoria ulterior estuvo consagrada a la práctica y enseñanza de la filosofía, en especial a iluminar la pregunta sobre cómo propiciar una sociedad democrática justa donde se pueda desarrollar una vida digna.

Rawls estudió filosofía en Princeton, luego se alistó en el ejército norteamericano y participó por un par de años en el frente del Pacífico en la Segunda Guerra Mundial. Antes de su incorporación al ejército, Rawls quería hacer estudios de teología e incluso profesar el sacerdocio, pero la experiencia bélica minó sus creencias religiosas y lo regresó a las aulas universitarias. En 1949 Rawls se casó, tuvo un matrimonio feliz y procreó cuatro hijos. Desde los años cincuenta, este pensador comenzó a acuñar sus reflexiones en torno a la justicia distributiva hasta que un par de décadas después, tras de que el manuscrito se salvara milagrosamente de un incendio, apareció Teoría de la justicia en 1971.

En su libro más famoso, Rawls plantea una hipotética “posición original” en la que, gracias a un “velo de la ignorancia”, los individuos no conocen nada de sí: ni su raza, ni su posición social, ni su apariencia física, ni sus talentos. En esta circunstancia, se infiere que la elección racional llevaría a un contrato social en el que se buscaría minimizar los riesgos y no se tolerarían desigualdades, excepto cuando estas beneficien al conjunto de la sociedad. Así, el pacto social que emerge de esta imaginería tiene dos pilares: un esquema de libertades amplias para cada ciudadano y una acción sistemática para equilibrar oportunidades. Al Estado corresponde garantizar condiciones de equidad, pero sin imponer ninguna idea particular de bien. La sociedad justa sirve para promover la realización personal a fin de que los proyectos de vida respondan a las capacidades y preferencias de los individuos y no se vean truncados por situaciones ancestrales de desigualdad.

El estilo de Rawls es extremadamente metódico y riguroso, aunque la base de su argumentación se encuentra en un ejercicio de imaginación poética, ese “velo de la ignorancia” que propicia que el individuo desconozca los bienes y virtudes que le depara la herencia, y que lo vuelve más plenamente humano y dispuesto a ligar su destino personal con el bienestar colectivo. Así, el altruismo razonado de Rawls nace, como en algunos santos, al impulsar el olvido de lo contingente de sí y buscar el encuentro trascendente con los otros.

AQ

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