La constelación Nerval

Reseña

Una nueva edición de Las Quimeras, publicada por El Tucán de Virginia, recupera la obra cumbre del poeta francés.

Gérard de Nerval se suicidó el 26 de enero de 1855. (Montaje: Ángel Soto)
Evodio Escalante
Ciudad de México /

Considerado el último de los románticos y a la vez el primero de los simbolistas franceses, la herencia de Gerard de Nerval se agiganta con el paso del tiempo. No es sólo que Bretón lo haya considerado la piedra fundamental del surrealismo, ni que los estudiosos convengan en afirmar que fue el puente mágico que conectó a los escritores de Francia con la rica tradición alemana que contaba ya para entonces con un Goethe, un Novalis, un Heine y un Hölderlin. También su valor como poeta se aprecia cada vez más, al punto que los doce sonetos de Las Quimeras, pese a sus toques esotéricos y su reconocida dificultad, tienen hoy el estatuto de una pieza maestra cuya riqueza de ideas no hemos acabado de recoger. Mejor que un poema de genio escrito en los umbrales de la locura, me atrevería a decirlo, Las Quimeras es un tejido de símbolos y una piedra filosofal, un lance de dados hermenéutico-pitagórico donde todo resuena con todo. La invitación, en suma, a entender de otro modo nuestro destino en el universo.

Por ello me resulta más que plausible que el poeta, crítico literario y editor Víctor Manuel Mendiola haya rescatado la traducción de este poema que había publicado Ulalume González de León en 1980 en las páginas del suplemento Sábado del periódico Unomásuno, anexándole además de un estudio preliminar a cargo de la traductora, una selección de textos en prosa debidos a las plumas de Xavier Villaurrutia, Antonin Artaud, Luis Cernuda, Tomás Segovia y el propio Mendiola que sirven, la mayoría de ellos, para dar una idea del enorme impacto que ha tenido Nerval en la tradición poética mexicana del pasado siglo XX. Complementa la edición un abanico de distintas versiones de “El desdichado”, sin duda el más célebre soneto de la lengua francesa, a cargo de los escritores Tomás Segovia, José de la Colina, José Emilio Pacheco, Octavio Paz, Gabriel Zaid, Juan José Arreola y Salvador Elizondo.

No ha sido Ulalume González de León la única, por cierto, que se ha atrevido a verter estos sonetos. También lo ha hecho entre nosotros con enorme destreza el fallecido Tomás Segovia, pero las versiones de la primera destacan porque no sólo respetan la métrica del alejandrino en que se escribieron los originales, sino que se las arregla para mantener, casi en todos los casos, las rimas consonantes a las que obliga el soneto. En este punto, Segovia optó por una versión más laxa que no se siente constreñida a conservar las rimas.

Tenemos de tal suerte dos versiones del más alto nivel para comparar y para tratar de entender el complejo jeroglifo que nos legó Nerval. Las Quimeras comienza con la famosa experiencia de la caída (“El Tenebroso —el Viudo— soy, el Desconsolado, / príncipe de Aquitania de la Torre abolida”), se sigue con la “escisión” originaria y culmina con los portentosos “Versos dorados” que proclaman la unidad y la armonía profunda del universo, no sin antes pasar por la dramática escenificación de la “muerte” de Dios (los cinco sonetos de “Cristo en los Olivos”), inspirada en textos de Jean-Paul Richter. Incluso la crítica francesa tendría que rectificar ante este prodigio de composición, pues la idea de las “correspondencias”, si se ve bien el asunto, no es de Charles Baudelaire, como luego se cree, sino del propio Nerval en sus finales versos pitagóricos que proclaman que la piedra está viva, que ¡Todo es sensible…! y que la sustancia participa del logos. Materia para pensar, pues.

Encomio la aparición de este libro, por supuesto, espero que tenga muchos lectores, pero a la vez me veo obligado a formular un par de reparos que le tendría que hacer a su editor Víctor Manuel Mendiola:

  1. Al incluir diversas versiones de “El Desdichado” de Nerval, se omite que el iniciador de lo que pareció ser una “fiebre” de traducciones acerca de este soneto la inició el colaborador de Laberinto José de la Colina en 1975, al publicar su traducción de este poema en las páginas del antiguo Plural e invitar a otros escritores a intervenir en la liza. La figura, ya entonces dominante de Octavio Paz, alentó de modo notable esta “competencia”
  2. Al comentar un texto del propio Nerval dirigido a su amigo Alexandre Dumas en que le refiere la dificultad de sus sonetos, “compuestos en un estado de ensoñación supernaturalista”, y le afirma que “apenas son más oscuros que la metafísica de Hegel o las Memorables de Swedenborg, y [que] perderían parte de su encanto al explicarlos, si la cosa es posible”, Víctor Manuel Mendiola, dejándose llevar por aseveraciones tanto de Luis Cernuda como de González de León, exagera la nota para sostener que los versos de Las Quimeras “no requieren explicación”, que la de Nerval es una poesía “que no necesita decir nada porque dice todo”, y que sus versos “representan una música vidente y dramática que carece de historia y de enseñanza”. Clara invitación al irracionalismo. Remata Mendiola su argumento expresando: “esos versos, sin explicación posible, son la explicación perfecta de nosotros —como observó muy bien Octavio Paz en su nervaliano ensayo Los hijos del limo”.

Repaso una y otra vez el autorizado libro de Paz y no encuentro en ningún lugar la idea de que los versos de Nerval sean “inexplicables”, como si escaparan de plano a cualquier intento de elaboración racional. El mismo Nerval, si atendemos su texto a Dumas, no afirma que sus versos lo sean, sino muy otra cosa: que perderían parte de su encanto “al explicarlos”, si tal cosa fuera posible. El matiz es pequeño pero hace la enorme diferencia.

ÁSS

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