La figura del padre en la obra de Christian Peña

Poesía

Por su libro ‘Quirón’, el poeta originario de la CdMx obtuvo el Premio Xavier Villaurrutia 2023, lo que impulsa en el autor de este ensayo a una revisión de su obra, una de las más acabadas y propositivas de la poesía mexicana actual.

Christian Peña, poeta. (Foto: Octavio Hoyos)
Ernesto Lumbreras
Ciudad de México /

En su primer libro, Lengua paterna (2009), Christian Peña (Ciudad de México, 1985) escribe estos dos versos germinales y proféticos perteneciente al poema “Contrapunto”: “Yo recuerdo a mi padre llevándome en sus hombros. / Tú imaginas un árbol de poderoso ramaje”. Catorce años después anotará en los primeros versos de “Padre Centauro” del volumen Quirón (2023): “Mi hijo es la mitad de mi cuerpo: / cuando lo llevo en hombros me convierto en caballo”. En ese arco de tiempo, se ha construido una de las obras más acabadas y propositivas de los últimos tiempos de la poesía mexicana. Mi juicio no responde, como posible argumentación, a la extraordinaria recepción de sus libros, reconocidos con los premios de mejor historial y prestigio en el medio literario de México. Importa, por supuesto, la unanimidad de múltiples lectores que han distinguido y ratificado sus propuestas poéticas. Pero lo verdaderamente significativo, el ámbito del “furor y misterio” diría René Char, lo descubrimos en cada una de sus estaciones, auténticos tour de force donde la intuición, el oficio y una desaforada inventiva ponen en juego sus mejores estrategias para revelarnos puntos ciegos de la realidad, zonas oscuras de la condición humana, arenas movedizas para nuestras contadas certezas.

La poética de Peña no responde a las tentaciones de la aventura verbal o la extrañeza de paisajes sensoriales. Se trata de un ejercicio todo rigor de las formas expresivas —el dominio de la métrica española y del poema en prosa son notables en sus libros— sobre ciertos tópicos abordados sin cortapisas a los que impone una visión personalísima. En otras palabras, veo y celebro una conciencia de la composición poética, extrema en sus cuidados y en sus efectos de sutiles mecanismos. Por otra parte, la figura del padre, sus inacabadas metáforas, es tema cardinal en su bibliografía, asunto renovado en las necesarias variaciones de una suite que toca simas y cimas del entorno familiar. Al autor lo seduce la revisión de los mitos, de manera primordial los del panteón grecolatino —aunque también los del mundo prehispánico vía Sahagún—, puesto que aportan a su escritura una red de conexiones respecto del imaginario colectivo alumbrando el presente con las preguntas, las revelaciones y las encrucijadas del tiempo mítico. La edad de los comienzos marcando las hojas de nuestro calendario. La poesía cruel de los dioses en los días prosaicos de los mortales. El rapsoda Homero sonando en la radio o en un comercial para gafas de sol.

De esa fragua de combustiones temporales, Christian Peña ha forjado libros como Janto (2010). Heracles, 12 trabajos (2012) y ¿O es sólo el pasado? (2021), aunque también en sus otros libros una muy buena colección de poemas trae a cuento y a cuentas la colisión de lo divino y lo humano, inmersiones en el día a día a través del oráculo del poema. Si la vía paterna ha sido una constante en sus libros, también lo es el caballo, sus mitologías y sus simbologías. Esa misma dimensión protagónica la concede al poeta, ese ser sin identidad a decir de John Keats; a partir de esa fisura ontológica, Peña ha mirado el abismo de Paul Celan, Jorge Cuesta, pero espacialmente, las plenitudes y los enigmas de Ramón López Velarde y Xavier Villaurrutia que fueron abordados con maestría en Veladora (2017) y Expediente X.V. (2018).

Leídos en retrospectiva, me parece que cada libro escrito por Peña preparó las condiciones para la escritura de Quirón, una de sus piezas de mayor calado, empresa que desde mi lectura sólo es equiparable con Me llamo Hokusai (2014) y ciertos pasajes de El síndrome de Tourette (2009, 2015); en el primer título, además, está presente también la sagrada familia con los papeles estelares del padre y el hijo. Por supuesto, el libro que hoy reconoce el Premio Xavier Villaurrutia suma a un tercer miembro dado que el hijo ahora es padre. Triángulo de espejo donde coinciden por un instante las vías del tiempo. Un movimientos a tres bandas sobre el lomo del centauro Quirón bajo la bóveda de estrellas donde se deletrean destinos, catástrofes y estafas astrológicas.

Dividido en tres apartados, “Mitad caballo”, “Asteroide y/o cometa” y “Mitad hombre”, además de un conjunto de notas y glosas al principio y al final del libro, Quirón propone una serie de confrontaciones, alianzas provisionales, anhelos de concordia en el árbol familiar. La primera parte es la más visceral, y por lo mismo, la más entrañable. La zona intermedia, el poema del hijo del hijo, toca la fragilidad y lo incierto. En la tercera, menos Joseph Campbell y más Umberto Eco en la relectura del mito, Peña traza correspondencias con la cultura mass media, series de televisión y creencias populares, donde contrapuntea posibles referencias autobiográficas con ficciones literarias en torno de la imagen paterna. El arte de la confesión, la queja o la sinceridad no tienen dominio en la poética del autor. Mezcla y confusión de aguas en todo caso: ¿“Por qué escribo tanto sobre mi padre?, /es que no es mi padre, /es una figura literaria, /una figura o una sombra en la pared marcada con tiza, /mejor dicho/ una silueta, debí decir, desde el principio: /más que una sombra / mi padre es la silueta de un crimen en el pavimento.” La apuesta de Quirón reside en su condición de tocar la otra orilla, el envés de lo terrible y oscuro, la provisional plenitud de una belleza inevitablemente indómita y convulsa.

AQ

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