Uno tiene la culpa por ser tan mitómano. Ya me pasó con Gabo, con Kapuscinski y con Talese. Puse en un altar sus obras periodísticas y me dediqué a adorarlas con devoción: qué manera de reportear, qué manera de contar, qué modelos a seguir. Aquí entre nos, un día fui a entrevistar a Kapu y poco me faltó para arrodillarme ante él. Otro día fui a hacerle preguntas al dandi y padre del Nuevo Periodismo y casi lamo el suelo por donde pasaba mi ídolo. Así hasta que… llegaron los críticos y los biógrafos y me quitaron la venda de los ojos: todos hacían a un lado la verificación de datos y adornaban o maquillaban o embellecían con pizcas de ficción un montón de hechos y personajes con tal de “cuadrar” crónicas maravillosas. Kapu, además (¡ay!), había realizado labores de espía para el régimen comunista polaco. Qué tragedia, me lamentaba, porque eso al fin y al cabo venía reforzar la desconfianza que buena parte del público tiene sobre los periodistas.
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De la decepción, sin embargo, pasaba a intentar comprenderlos, pues siempre he estado en contra de juzgar el pasado con los ojos del presente: ellos hicieron periodismo en una época y en un contexto mediático distinto al que nos ha tocado a nosotros. También, me consolaba, poseen las contradicciones y la picardía propias de un ser humano. Enseguida desmontaba el altar con sentimiento de culpa (¡oh, ingenuo de mí!) aunque, sinceramente, luego volvía sus textos (sólo “basados en hechos reales”, se entiende) por puro placer estético. Pues bien, hoy quiero confesar que me ha vuelto a ocurrir, que de nuevo ha sido una biografía (seria, rigurosa, bien respaldada por documentos y testimonios) la que ha derribado (snif, snif…) a otro de mis grandes mitos periodísticos: Manuel Chaves Nogales.
Leí Juan Belmonte, matador de toros y quedé encandilado. Continué con A sangre y fuego y todas sus crónicas sobre la Guerra Civil española y las de la Segunda Guerra Mundial y mi admiración se disparó de aquí a la luna, dos vueltas y de regreso. Su mirada aguda, su estilo sobrio y elegante (sin perder la gracia andaluza), su valor, su imparcialidad, su sensatez… tantas cualidades concentradas en la obra de este sevillano que no alcanzó a ver (y contar) el desembarco en Normandía nomás porque una peritonitis (y no una bala o una bomba) le quitó la vida. Varios académicos, periodistas, y su propia hija, se encargaron en la última década de poner en valor a “un pilar fundamental del reporterismo y del canon literario español”, y yo me uní a su cofradía. Ahora, no obstante, puede que su nombre y sus textos desciendan en la lista de los grandes.
Yolanda Morató, una prestigiosa profesora de Filología Inglesa en la Universidad de Sevilla, acaba de publicar Manuel Chaves Nogales. Los años perdidos (1940-1944), un libro que reconstruye la vida del autor de La defensa de Madrid tras su salida de París, un día antes de consolidarse la ocupación alemana, su viaje e instalación definitiva en Inglaterra y las claves de sus años londinenses como analista de política internacional al servicio del Ministerio de Información británico. O sea: los últimos cuatro años de su vida, Chaves Nogales hizo a un lado su oficio de “andar y contar” para dedicarse, desde el escritorio, a formar opinión en los países de habla hispana a favor de los Aliados y en contra del Eje. Es decir: ni fue un periodista neutral y/o imparcial ni independiente, como creíamos, y también falseaba los hechos.
Como demuestra la ardua investigación de la profesora Morató, el encumbrado reportero se inventó por completo la crónica sobre su salida de Francia, en la que además omitió contar la privilegiada ayuda que le brindaron los espías británicos, y en sus artículos ocultaba los destrozos de los bombardeos sobre la capital inglesa, resaltaba “el orden” que imperaba en ella y, de paso, la intacta solidez de los Aliados. Además, se documenta su participación en redes de informantes, espías y agentes dobles. Entonces, ¿al final Chaves Nogales traicionó al periodismo y no fue más que un simple propagandista? Ya he dicho que es injusto juzgar al pasado con los ojos del presente. Era un refugiado en medio de una guerra, necesitaba techo y comida, estaba en contra del nazismo, ¿qué haríamos nosotros en circunstancias como esas? Conclusión: los personajes ejemplares no son intachables. La obra del sevillano es, literariamente, estupenda. Y yo debería dejar de ser tan mitómano.
AQ