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La voluntad es conciliar la vida y la muerte

Ensayo

La voluntad es más amplia que el entendimiento, por eso necesita ser educada.

Elena Enríquez Fuentes
Ciudad de México /

Cumplió ochenta y siete años, unos días después del festejo la llevamos de madrugada al hospital, a urgencias, no podía respirar. Al ver sus primeras radiografías su médico dijo: “tiene agua en los pulmones”. Le hicieron más estudios y el diagnóstico fue EPOC, enfermedad pulmonar obstructiva crónica. La causa probable: desde muy pequeña, hasta los dieciocho años, estuvo al pie del fuego, cocinó con leña, después, el aire de la Ciudad de México hizo el resto.

Hospitalizada me insistía: “¡llévame a casa!, me siento bien, ¡aquí me van a matar! Cuando la cánula está en su nariz, y el oxígeno entra en su cuerpo, siente energía, el malestar baja. Fueron doce días en cuidados intensivos, la llevamos de regreso a su casa en una ambulancia, para no desconectarla del oxígeno. Los camilleros la acomodaron en su lecho casi a las dos de la mañana, se aseguraron del buen flujo del gas vital, le pusieron con sumo cuidado la manguera en la nariz, sus pulmones están débiles. Al día siguiente, despertó cerca de las nueve, muy tarde para su horario habitual. Se quitó el oxígeno y se puso los zapatos, odia las pantuflas, la hacen sentir insegura. No nos escuchó, me apartó casi con violencia, tomó su andadera de aluminio y caminó con determinación. No hubo forma de convencerla de usar el oxígeno de manera continua y guardar reposo. Nos dijo enojada: “¡estoy harta de sus sermones!, resolveré mis problemas a mi manera.”

Durante la pandemia, en una caída, se fracturó la cadera. A pesar de sufrir dolores terribles no quería operarse, fue una tremenda odisea internarla para colocarle una prótesis. No aceptó hacer fisioterapia, sus rodillas son endebles, se apoya en la andadera, por momentos la deja, practica para no usarla. Hizo lo mismo con el oxígeno, midió cuánto tiempo podía estar sin él. Se enoja si le hacemos recomendaciones.

Veo con miedo, asombro y admiración su arrojo, ¡me asusta! ¿Qué la anima?, ¿de dónde viene su fuerza y energía? Me regaña cuando le pido tener cuidado. A pesar del dolor en sus piernas y demás limitaciones, hace, va, viene, afirma: “¡No me daré a la enfermedad!, ¡la muerte me va a encontrar de pie!”. Su impulso de vida es temerario, yo diría mortal, encarna la contradicción. La miro desplazarse y pienso: a eso le llamó Arthur Schopenhauer voluntad.

Los filósofos existencialistas, Kierkegaard, Sartre, Camus y demás, exploraron los caminos de la libertad, para ellos nace en la falta de sentido de la vida, emana de nuestra única certeza: vamos a morir. Somos libres porque no existe un destino, fin o propósito predeterminado para la existencia. Decidimos, escogemos, aunque a veces sin conciencia, cómo y en qué utilizar nuestro tiempo de vida. Somos el resultados de nuestras decisiones. El sentido de la vida es el significado que cada uno elige darle a su existencia, es un acto libre y personal. Las decisiones no transforman las circunstancias, pero sí inciden en los hechos, dan rumbo, aunque no siempre es el previsto: “la vida nos da sorpresas, sorpresas nos da la vida”, cantamos con Rubén Blades. Un pequeño acto desencadena infinitos efectos, abre multitud de opciones, para nosotros, para todos, para todo. No tenemos control de nada, de nadie, ni de nosotros mismos.

¿Qué es la voluntad?

René Descartes consideró a la voluntad una fuerza poderosa, pero también ambivalente, caprichosa. Se le atribuye a Albert Einstein la siguiente frase: “Hay una fuerza motriz más poderosa que el vapor, la electricidad y la energía atómica: es la voluntad”. Vale la pena preguntarnos con seriedad: ¿podemos autogobernarnos?, ¿nuestros deseos e intenciones nacen de un impulso genuino, personal?, ¿cuán libres somos al ejercitar la voluntad?, ¿cuánto el impulso de hacer surge de necesidades reales y/o ficticias?, ¿la voluntad es expresión de deseos? y, si es así, esos deseos ¿vienen de un acto sin condicionamientos?

La voluntad es acción. La identificamos con autodominio, con capacidad de cumplirnos a nosotros mismos y a otros, requiere tomar decisiones. Implica energía, determinación, fuerza. Se nos recrimina cuando no tenemos voluntad pero, si la resolución para obtener o lograr algo rebasa los límites de lo habitual o aceptable, nos llaman voluntariosos.

Aquí algunas connotaciones contradictorias de la voluntad: es al mismo tiempo necedad, disciplina, perseverar y/o capricho. Lo anterior no lo digo yo, lo dijo Descartes, pero también lo sé por experiencia propia, soy voluntariosa. Si estoy convencida de algo necesito llevarlo a sus últimas consecuencias, no escucho alarmas, aunque eso implique un revés y después, más de uno me recuerde: “te lo dije”. Eso pasa cuando las cosas salen mal, pero a veces, gracias a mi obcecación, los resultados llegan a ser buenos. Decido seguir mi intuición, lo sé, no es infalible, pero acepto la incertidumbre, para mí, no sé si para otros, nada puede sustituir a la experiencia. La prueba y el error son un medio para conocer y conocerme. Les comparto algo muy personal, invertí en inmuebles de un modo inseguro; se sabe: no existen inversiones sin riesgo, los negocios son el territorio de la incertidumbre. Algún tiempo tuve buenos rendimientos, durante la pandemia todo cambió. Gracias a las dificultades a enfrentar, ahora puedo distinguir mi límite entre precaución y temor irracional. Es algo demasiado subjetivo, mi experiencia no puede ser receta para nadie, pero para mí es muy útil.

Descartes recriminaría mi proceder, y por supuesto, el de mi madre. Para él la voluntad debe guiarse solo por la razón. El filósofo nos dice en sus Meditaciones metafísicas: “¿De dónde nacen, pues, mis errores? Sólo de esto: la voluntad es más amplia que el entendimiento…”, por eso necesita ser educada. Blaise Pascal, en su libro Pensamientos, nos revela: “Cuando alguna vez me he puesto a considerar las diversas agitaciones de los hombres, y los peligros y trabajos a los que se exponen (…) he comprendido que toda desdicha se debe a una sola cosa, la de no saber permanecer en reposo en una habitación.” Si bien la supervivencia es una inagotable fuente de voluntad, no lo son menos los placeres, las ideas, el deseo sexual, la vanidad, la búsqueda de poder y fama, en fin, la lista es interminable. Más allá de sobrevivir ¿para qué hacer?, la mayoría de las especies vivas dedican largos periodos de tiempo al descanso, al reposo, sobre todo después de satisfacer sus necesidades básicas, o cumplir con sus deberes como parte de una comunidad, en tanto, nosotros ¿por qué nos cuesta tanto parar?, ¿por qué necesitamos la acción?

La voluntad es conciliar

En la década de los sesenta del siglo veinte, arrancó un debate aún álgido: nuestro cuerpo decide antes de informar a la mente, entonces ¿somos libres? En diversos experimentos se vio al cuerpo actuar antes de procesar la información con la mente. ¿Cómo sucede? las respuestas son muchas y variadas, es un proceso aún por descifrar. Las neuronas están en todo el cuerpo, no sólo en el cerebro, trabajan en redes, controlan la respiración, la vista, los pensamientos, la movilidad, a través del sistema nervioso central y el periférico.

El cerebro está formado por dos hemisferios en comunicación por un cuerpo calloso, las ideas, emociones, experiencias, fluyen libremente entre ambos. Cada hemisferio tiene funciones específicas, pero algunas tareas requieren trabajo en equipo. Se considera al hemisferio izquierdo lógico, analítico; busca el orden, las repeticiones en el tiempo, los patrones, el método, la disciplina. En tanto, el derecho, es intuitivo, asocia de manera disruptiva, es el campo de la subjetividad, crea, es disperso. Al resolver problemas, por decirlo de alguna manera, los hemisferios izquierdo y derecho necesitan ponerse de acuerdo, conciliar, porque sus percepciones son muy diferentes. Al trabajar de manera conjunta integran, concilian sus discrepancias. En ese proceso echamos mano de experiencias personales, información genética, educación, cultura, condicionamientos, etcétera. El resultado es propio de cada individuo, somos únicos, impredecibles.

Los hemisferios cerebrales pueden desarrollar una conciencia independiente, o bien dominar el uno al otro. Cuando eso ocurre, habitan dos voluntades en un mismo cuerpo, separadas, su coexistencia no es pacífica. Hay quien ha sufrido ese trastorno, está documentado. Es como el síndrome del Dr. Strangelove, el personaje de la película de Stanley Kubrick: Dr. Insólito o: cómo aprendí a dejar de preocuparme y amar la bomba. En una escena hilarante, Strangelove, un asesor nazi, experto en armas, a quien se le hizo una lobotomía, padece un conflicto entre sus manos, ellas pelean entre sí, cada una tiene voluntad propia, Strangelove carece de control.

Instrumentar lo necesario para una decisión, ejecutarla, resolver un problema, son ejercicios de voluntad. Nacen de conciliar en nosotros mismos posturas opuestas, implican un conflicto interno, lidiamos con contradicciones, es un gran esfuerzo armonizar las discrepancias interiores. La voluntad es el resultado de esa conciliación.

La voluntad como expresión de necesidades y deseos

“El agua la aprendemos por la sed”

Emily Dickinson

Cada acto nace de un entramado complejo. Para Arthur Schopenhauer la voluntad es la totalidad de lo vivo, somos parte de una unidad, por eso la voluntad lo habita todo. Se materializa en necesidades y deseos. Schopenhauer estudió con cuidado la filosofía de Kant y el hinduísmo. Encontró puntos de convergencia entre ambas posturas, algunos son: todo está interpenetrado, todo es uno, sólo percibimos fenómenos, no conocemos nada tal cual es. Si Schopenhauer estuviera vivo, se sorprendería de cuánto coinciden con él científicos dedicados a la física cuántica, la teoría del caos y el pensamiento complejo.

Para Schopenhauer la voluntad es un impulso continuo, irracional, un esfuerzo incesante por conservar la existencia, los instintos son el medio para lograr ese objetivo. La voluntad quiere alargar la vida con el menor dolor y esfuerzo. Las neurociencias le darían cierta razón, hoy lo sabemos: el cerebro busca hacer uso eficiente y eficaz de la energía, simplifica tareas, sistematiza ¡es un gran administrador!, por eso tenemos hábitos, costumbres y nos cuesta cambiarlos. Nos aferramos a lo predecible para no gastar energía, diría Doris Lessing, elegimos nuestras cárceles.

Las necesidades corporales están al servicio de preservar la vida, la mente dicta sin descanso acciones para no sufrir, evitar el dolor y seguir vivos, esa es la voluntad. Para el filósofo alemán la voluntad es lucha por la vida. Buscar sin descanso cómo evitar el dolor nos provoca sufrimiento. Podríamos simplemente sentirlo y padecer, pero le tememos a la muerte. La satisfacción, la calma, son temporales, volvemos a tener hambre, sed; el gozo se extingue, necesitamos nuevas experiencias, cada vez más intensas, para atenuar el vacío y el aburrimiento. Los profesionales del marketing lo saben, ya no venden productos, ofrecen experiencias. El capitalismo nos hizo creer en la felicidad como sinónimo de placer. La explotación de necesidades, prolongar la vida, colmar los sentidos, buscar intensidad, aventura, favorecen el consumo, sin esos impulsos la rueda de la economía giraría de un modo distinto. El mercado cuenta con nuestra insatisfacción, la fomenta, se alimenta del vacío existencial. Si fuéramos seres iluminados ¿quién iría de vacaciones, compraría un perfume, comería en restaurantes o examinaría las mil variedades de un mismo producto?

Schopenhauer retoma del hinduísmo la idea de libertad, somos libres si doblegamos las necesidades sin ignorarlas, así se trasciende la voluntad. Las vías para lograrlo son el ascetismo o el arte. Ambas prácticas ofrecen un camino y entrenamiento para la contemplación. Contemplar permite sentir la unidad, en la atención plena, dirigida, somos parte y uno con el todo. Estar absortos ante un atardecer, un paisaje; sentarnos en calma y seguir el ritmo de la respiración sin engancharnos a ningún pensamiento; escuchar con atención buena música; entregarnos a la lectura; ser espectadores de una película u obra de teatro; observar con placer una obra plástica, son experiencias de vida intensas. Imbuidos en ellas, por instantes, hay plenitud, la demanda de las necesidades cesa, ¡sentimos paz! Contemplar contribuye a la serenidad, da condiciones para construir un estado de consciencia donde el temor desaparece, aceptamos el fin, dejamos de insistir en prolongar la vida. No todos los organismos vivos mueren, existe la vida eterna. Solo los seres multicelulares, entre ellos nosotros, tienen un fin. Esos seres complejos somos quienes desarrollamos consciencia y voluntad.

Hemos satanizado a la muerte, la identificamos con el mal, dolor, angustia, le damos un sin fin de atributos negativos. Pero es liberación, descanso, cierre de ciclo, inicio y más. ¡Cuánto por conciliar! impulso de vida y aceptación de la muerte.

Búsqueda de unidad y sentido de vida

“Creo en la voluntad contra el destino”

Antonio Machado

Ella creció en la Sierra Norte de Puebla, en un lugar llamado Huehuetla. Su medio era muy hostil con las mujeres, por decirlo suavecito. Se llama Luz María, escogió su nombre y fecha de nacimiento, fue una de tantas formas de rebelarse a las imposiciones. De cariño sus familiares le dicen Lucha, al escuchar su apelativo sonríe y replica: “Lucha por la vida”. Al dejar plantado en la puerta de la iglesia a un novio, porque la traicionó, cambió su vida de manera radical.

Salió de aquel pueblo donde no había electricidad, ni agua potable y se llegaba a lomo de mula. Quería una vida mejor. Vino a la Ciudad de México, no sabía a qué, pero sí tenía claro qué quería dejar atrás. Fue diferente al resto de su familia, una oveja negra. Sabe cuánto se equivoca y se recrimina por ello, pero eso no la detiene. Su manera de enfrentar el dolor es no dejar de hacer, defiende con rabia su independencia, su actitud la coloca a veces al filo de la muerte.

Sus certezas no se las da el razonamiento, si no lo vivido, pero al cambiar las circunstancias sus aprendizajes se volvieron obsoletos, le cuesta aceptarlo. Soy como ella, mi cerebro, en su deseo incesante de ahorrar energía, se niega a rectificar, ¡me cuesta obligarlo a hacerlo! En mis cambios gasto mucha energía. Cada peligro o reto, para ella y para mí, son gasolina para hacer, no tenemos plena consciencia de las consecuencias de cada decisión.

Luz María, Lucha, está convencida de que su voluntad la llevará al buen morir, quiere una muerte bella, en paz consigo misma, con nosotros y con el mundo. Me llamó hace unos días para decirme: “ya devolví el tanque de oxígeno, cancelé el servicio, no lo necesito”.

AQ

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