Búsqueda en el pasado
El de cáncer es uno de los diagnósticos más sobrecogedores que puede escuchar una persona. Aunque la ciencia ha avanzado en los tratamientos, aparece irremediablemente asociado a la palabra muerte y eso, sin duda, complica aún más el proceso médico y la adaptación a una realidad que no se esperaba y, mucho menos, se deseaba.
En Perseguir la noche, el escritor Rafael Pérez Gay comparte cómo fue su experiencia con esa enfermedad que llegó cuando tenía 50 años, las reflexiones que le llevaron a recorrer el pasado y cómo su vida profesional y familiar recibió una sacudida.
Pero, al fin hombre de letras, en esta obra también recupera y relata una historia ocurrida hace más de un siglo a partir de una anécdota difícil de creer, un homenaje a la amistad y la admiración.
Así, entre las reuniones de un grupo de poetas modernistas que pueden tener relación con un asesinato, el narrador se adentra en las calles del Centro Histórico de la Ciudad de México para toparse con lugares que ya no están, pero que pueden ser una posibilidad para recuperar el presente y anclarse en él desde una óptica distinta.
“¿Qué buscamos en el pasado? Una sombra de lo que pudimos ser, un fantasma de nosotros mismos”, argumenta el autor al describir las oscuras noches de bohemia que congregaron a escritores como Juan José Tablada, Bernardo Couto, Alberto Leduc, Julio Ruelas y Ciro B. Ceballos.
Perseguir la noche es también el cierre de una trilogía introspectiva que Rafael Pérez Gay inició con Nos acompañan los muertos, sobre la experiencia de perder a sus padres, y El cerebro de mi hermano, Premio Mazatlán de Literatura 2014.
Rafael Pérez Gay: Perseguir la noche, Seix Barral, México, 2018.
Confusión
A partir de un riguroso análisis histórico y teórico, y con una claridad que no exceptúa el rigor, el profesor de Historia en The New School for Social Research responde a las preguntas ¿de qué hablamos cuando hablamos de fascismo y populismo?, ¿en qué se diferencian y qué características comparten? Estos términos, es justo recordarlo, se han confundido erróneamente a lo largo de 70 años.
FRAGMENTO
En una nueva era de liberalismo, el populismo ocupaba el lugar del fascismo y se convertía, después del comunismo, en el retador más importante de la democracia liberal. Como el fascismo, el populismo era y es difícil de definir. En mayor medida que el fascismo, el populismo de posguerra formó coaliciones que transgredían los límites tradicionales del espectro político, incorporando sectores que hasta entonces se oponían entre sí. La historia explica por qué las categorías y esquemas convencionales no logran explicar sus distintas fisonomías. ¿Es de derecha? ¿Es de izquierda?
Evocando el título del gran libro sobre el fascismo del historiador Zeev Sternhell, Neither Right nor Left [Ni derecha ni izquierda], me parece que el populismo, en términos conceptuales, no es ni una cosa ni la otra. Pero diría que históricamente, en tanto concepción intolerante de una democracia que permite el disenso pero lo despoja de toda legitimidad, ha sido las dos cosas. Por lo general, los populismos se han diferenciado enormemente entre sí según los modos de promover y combinar formas de participación y exclusión. De hecho, una característica distintiva del populismo moderno es la fluidez con que se desplaza de derecha a izquierda y viceversa.
El populismo es un péndulo ideológico, pero algunos rasgos centrales se mantienen constantes: una visión de la política extremadamente sacralizadora; una teología política que considera que solo los seguidores de un líder iluminado son miembros verdaderos del pueblo; la idea de un líder que esencialmente se opone a las élites; la idea de que los antagonistas políticos son enemigos del pueblo, traidores potenciales (o consumados) de la nación, pero no todavía objeto de represión violenta; el concepto de un líder carismático que encarna las voces y deseos del pueblo y la nación en su totalidad; un brazo ejecutivo fuerte combinado con el desdén discursivo, y a menudo práctico, de los brazos legislativo y judicial del gobierno; los esfuerzos constantes por intimidar al periodismo independiente; un nacionalismo radical y un énfasis en la cultura popular o incluso la cultura de la fama contrapuestos con formas de expresión distintas, que no representan el “pensamiento nacional”; y, finalmente, un apego a una forma autoritaria de democracia electoral antiliberal que sin embargo, al menos en la práctica, rechaza las formas de gobierno dictatoriales.
, Taurus, México, 2018.
Da Vinci monumental
Issacson ha escrito una biografía monumental, ilustrada con imágenes de los cuadros y los bocetos del genio italiano. El calificativo monumental no es gratuito pues en su factura se encuentran las miles de páginas que componen los cuadernos manuscritos de Leonardo, así como los cientos de estudios que se han dedicado a su legado y a su figura.
FRAGMENTOS
Sobre la sexualidad de Leonardo: En abril de 1476, una semana antes de cumplir 24 años, Leonardo fue acusado de incurrir en sodomía con un prostituto. Sucedió más o menos en la misma época en la que su padre tuvo por fin otro hijo, un heredero legítimo. La acusación anónima contra Leonardo fue depositada en un tamburo, uno de los tambores que hacían las veces de buzones de denuncia contra atentados a la moral, y en ella aparecía un joven de 17 años llamado Jacopo Saltarelli, que trabajaba en un cercano taller de orfebrería.
Sobre su inventiva: La ballesta gigante y los tanques tortuga de Leonardo, con su prodigiosa inventiva, demuestran su habilidad para lograr que la fantasía guiara a la invención. Sin embargo, no consiguió poner su imaginación al servicio de la práctica. Ninguna de sus grandes máquinas sería empleada en el campo de batalla por Ludovico Sforza, que no tuvo que enfrentarse a una amenaza militar grave hasta que los franceses invadieron Milán en 1499, momento en el que huyó de la ciudad. Al final, Leonardo no participaría en actividades militares hasta 1502, cuando entró al servicio de un señor más difícil y tiránico: César Borgia.
Sobre Miguel Ángel: Resulta tentador pensar en lo que podría haber sucedido si Miguel Ángel lo hubiera tratado como a un mentor; pero eso no sucedió, sino que, según Vasari, Miguel Ángel mostró “gran enemistad” hacia Leonardo. Un día, Leonardo paseaba con un amigo por una de las plazas del centro de Florencia vestido con una de sus inconfundibles túnicas rosadas cuando los miembros de un pequeño grupo que discutía acerca de un pasaje de Dante le preguntaron a Leonardo su opinión sobre su significado. En ese momento llegó Miguel Ángel y Leonardo propuso que fuera él quien se lo explicara. Miguel Ángel se ofendió, como si Leonardo se estuviera burlando de él. “Explícaselo tú —respondió—, que hiciste un modelo de caballo para fundirlo en bronce, no pudiste fundirlo y, para tu vergüenza, lo dejaste correr”.
Sobre las matemáticas: Leonardo cada vez era más consciente de que las matemáticas constituían la clave para convertir las observaciones en teorías; eran el lenguaje que la naturaleza empleaba para escribir sus leyes. “No hay certeza allí donde no se pueda aplicar alguna de las ciencias matemáticas”, afirmó. Tenía razón. El uso de la geometría para comprender las leyes de la perspectiva le enseñó cómo las matemáticas pueden extraer de la naturaleza los secretos de su belleza y revelar la belleza de sus secretos.
Debate, México, 2018.
Weber sobre Hitler
No es la primera vez que Thomas Weber se adentra en la vida de uno de los hombres más abominables del siglo XX: Adolf Hitler. Además de haber colaborado con Ian Kershaw en la elaboración de su biografía sobre el führer y de haber escrito más de un centenar de artículos sobre el tema, en 2012 publicó La primera guerra de Hitler (Taurus), un libro en el que desmontaba el mito del soldado valeroso que se había levantado en torno a la figura del líder nazi. Sin embargo, la escritura de aquel ensayo, así como la lectura de la bibliografía existente sobre el personaje, le hizo comprender que aún existían muchas lagunas en torno al líder alemán.
FRAGMENTO
Cuando me hice historiador, jamás pensé que acabaría escribiendo tan exhaustivamente sobre Adolf Hitler. Como estudiante de posgrado fue todo un honor, y aún lo es, desempeñar un pequeño papel en la confección del primer volumen de la magistral biografía de Hitler escrita por Ian Kershaw, para el que me encargué de recopilar la bibliografía. Pero, teniendo en cuenta el gran número de excelentes estudios sobre esta figura publicados entre los años treinta y finales de los noventa —cuando apareció la biografía de Kershaw—, dudaba seriamente que pudiera decirse algo nuevo y relevante sobre el líder del Tercer Reich. Como alemán crecido en los años setenta y ochenta me preocupaba, además, al menos de forma inconsciente, que escribir sobre Hitler pareciese una disculpa. Es decir, me inquietaba regresar a mediados de siglo, cuando muchos alemanes intentaron culpar de los numerosos crímenes del Tercer Reich únicamente a Hitler y a un número reducido de personas en su entorno.
Sin embargo, cuando terminé de escribir mi segundo libro, a mediados de la primera década de este siglo, empecé a ser consciente de las taras que había en nuestra comprensión de Hitler. Por ejemplo, ya no estaba tan seguro de que supiéramos realmente cómo se convirtió en un nazi y de que pudiéramos, por tanto, sacar de su metamorfosis alguna lección adecuada para nuestros tiempos. No es que los historiadores precedentes carecieran de talento. Más bien al contrario; algunos de los mejores y más incisivos libros sobre Hitler se escribieron entre los años treinta y los setenta. Pero todas esas obras solo podían ser tan buenas como lo permitían las pruebas y las investigaciones al alcance en esa época, ya que todos estamos, necesariamente, sentados sobre hombros de gigantes.
En la década de los noventa, la idea establecida de que Hitler ya se había radicalizado siendo aún muy joven, en Austria, se reveló como una de sus propias mentiras interesadas. Los investigadores llegaron entonces a la conclusión de que si Hitler no se había radicalizado durante su adolescencia en la frontera entre Austria y Alemania, ni en su juventud en Viena, la metamorfosis política, por tanto, debió de ocurrir después. La nueva teoría sostuvo que Hitler se había convertido en un nazi debido a sus experiencias en la Primera Guerra Mundial, o a la combinación de estas con la revolución que transformó la Alemania imperial en una república. A mediados de la primera década de este siglo, esa teoría ya no tenía mucho sentido para mí, puesto que era incapaz de obviar sus muchos puntos débiles.
Así que me dispuse a escribir un libro sobre los años de Hitler durante la Primera Guerra Mundial y el impacto que tuvieron en el resto de su vida. Mientras me abría camino entre archivos y colecciones privadas en desvanes y sótanos de tres continentes, me di cuenta de que el relato que Hitler y sus propagandistas urdieron sobre sus años en la guerra no solo era una exageración con una base de verdad, sino que esa misma base era perversa. A Hitler no lo admiraron sus camaradas del ejército por su valentía fuera de lo común, ni fue tampoco el resultado típico de las experiencias bélicas que habían vivido los hombres del regimiento en el que servía. No era la personificación del soldado desconocido de Alemania a quien sus experiencias como correo en el frente occidental habían empujado al nacionalsocialismo y cuya única diferencia con sus camaradas eran sus extraordinarias dotes de mando.
Thomas Weber: De Adolf a Hitler, Taurus, México, 2018.
—G. O.