¿Existe algún consuelo ante una desgracia súbita e incomprensible? ¿Cómo explicar que, a menudo, la maldad y la estulticia resultan premiadas mientras que se castiga la virtud? ¿Cómo confortarse frente a la finitud y al sentimiento de abandono cósmico y desolación?
- Te recomendamos Vecinos del pasado | Por David Toscana Laberinto
Michael Ignatieff, el conocido filósofo político emprende en En busca de consuelo (Taurus, 2023) un intento de respuesta a estas interrogaciones perennes que, señala, se vuelven más difíciles de responder a medida que el declive de la religión desvanece la noción de que todo sufrimiento tiene un sentido y una reparación ultraterrena. Para el autor, existe una tradición occidental de la consolación que han formado numerosos espíritus, los cuales, hundidos en los abismos de la desesperación, han buscado alivio a su pena, significado a su desgracia y esperanza para seguir adelante.
Tanto en la tradición religiosa de la consolación como en la secular pueden encontrarse diversos recursos emocionales e intelectuales para aproximarse al dolor y esa cadena de experiencias tiene la virtud de recordar que nadie es el único en sufrir la desventura y que el dolor identifica y hermana la especie. Por eso, si bien es posible una búsqueda individual del consuelo, la compartición del dolor y la solidaridad e identificación con el otro ayudan de mejor manera a sosegar las desdichas.
Desde el libro de Job y los salmos hasta el martirio de la poeta Ajmátova pasando por las penalidades de Hume, Condorcet, Marx o Weber, el autor ofrece estampas sobre experiencias límite de sufrimiento (la pérdida de seres queridos, la enfermedad terminal, la persecución política, la barbarie bélica, el fracaso intelectual o el abandono familiar) y búsquedas de consuelo (desde negar o suprimir el dolor hasta dejarlo desbordarse, desde prescribir la inquebrantable fe religiosa o concentrarse en la utopía política hasta buscar la cura artística o apostar por la plenitud del día a día).
La tradición de la consolación alude a la pervivencia de la ilusión y a la resistencia ante las más crueles realidades, pero también a la eventual caída, la desesperanza y la rabia. Por eso, la duda carcome a muchos de los integrantes de este elenco de resilientes y no todos sobreviven a su prueba. Con todo, sugiere Ignatieff, incluso en las situaciones más extremas de servidumbre, depauperación y humillación pueden vislumbrarse actos que preservan un resabio de dignidad y permiten ejercer un mínimo de libertad (tu mal me daña, pero no toca mi ser). Desde luego, no hay una receta única de la razón o el lenguaje para el consuelo y, a veces, el único alivio es la salida de las convenciones de la lógica y la palabra (de ahí su alusión a artistas como El Greco o Mahler). A través de estas visiones heterogéneas de la consolación, es posible observar las razones que sirvieron a muchos para seguir viviendo en un entorno caótico e injusto y para encontrar esperanza en el hecho de compartir un dolor o vislumbrar una dicha fugitiva.
AQ