De acuerdo con la ONU, el crecimiento de las industrias creativas se ha duplicado desde inicios del siglo XXI. Hasta hace un lustro, la contribución de este sector al PIB mundial era del 3 por ciento; según el Centro de Comercio Internacional, para el año pasado ya había ascendido a 7 por ciento.
Los países desarrollados son los que más exportan bienes culturales. En 2018, el Museo del Louvre superó los 10 millones de visitantes y cobró más de mil millones de euros por uso de nombre, préstamo de obra y servicios —como la organización de exposiciones temporales— por 30 años al hoy llamado “Louvre del Golfo”, en Abu Dabi. Se calcula que el intercambio de obra y su transportación mueven más de 50 mil millones de euros anuales: así se las gasta la “Ivy League de los museos”, mientras que el resto de las naciones apenas alcanza el uno por ciento de sus exportaciones.
México pertenece al club de las diez principales economías en desarrollo que han logrado estimular el comercio de bienes creativos. Tan solo el año pasado, el Museo Nacional de Antropología superó los tres millones de visitantes, apenas por debajo del Museo del Prado (Madrid) y del Centro Pompidou (París), y por encima del Rijksmuseum (Ámsterdam) y la Galleria degli Uffizi (Florencia).
En diciembre de 2019, el covid-19 llegó para frenar el crecimiento de más de 7 por ciento anual que China había mantenido en los últimos 13 años y a ese mercado del arte que —como había vaticinado Andy Carol— ya había convertido a los museos en grandes almacenes. Con el mundo en pausa y aunque en la web todos los museos están a nuestro alcance, sus realidades son inciertas.
El siglo XXI
En México, el Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey (MARCO) reabrirá tras seis meses de reinventarse en la virtualidad, primero a medios, miembros del consejo y a donantes de la campaña SOS MARCO los días 17 y 18 de septiembre, y a la sociedad a partir del 19, con ajuste de horarios, cupo y operación sometidos a nuevos protocolos; mientras que el Museo Amparo, en Puebla, aún está a la espera. Aunque las experiencias y las preguntas son distintas, la urgencia de reflexión es la misma.
Conversamos con Taiyana Pimentel, directora del MARCO, y Ramiro Martínez, director del Museo Amparo. ¿Qué les preocupa a estos espacios situados en las capitales de los dos estados con mayor afluencia a museos después de la Ciudad de México?
Como señala Pimentel, mucho se ha debatido sobre “qué ocurre con los grandes museos y sus colecciones, y eso nos lleva a pensar a qué apostamos los museos en el siglo XXI. Debemos entender que tienen que tomar una postura política frente a la construcción de la sociedad. Es decir, el museo no está alejado de las responsabilidades que tenemos como sociedad civil, como entes políticos, como institución. Hay que pensar que el museo no puede ser el espacio que repita las estructuras censoras de otras estructuras de la sociedad. Debe ser un lugar abierto, de debate crítico, de toma de posturas críticas, donde se reflexione sobre los problemas de género, de uso del espacio público”.
La creciente polarización de las sociedades es un asunto que ocupa a los profesionales de los museos. Su papel, lo saben, es crucial debido al impacto que los discursos tienen en la sociedad. Estos espacios son agentes de cambio confiables, he aquí su potencial. No por nada este 2020 el tema del Día Internacional de los Museos fue “Museos por la igualdad: diversidad e inclusión”. Una conversación que ya estaba en la mesa, como dice Martínez: “No todo se lo tenemos que achacar a la pandemia. Lo que hizo fue simplemente darnos un empujón y ponernos un ladrillo enfrente. Hay cosas que ya veníamos pensando y ahora nos damos cuenta que hay que acelerar los procesos. Debemos revisar cuál es nuestra relación con las comunidades. Siempre nos vemos el ombligo, hemos sido soberbios, porque no se trata de ayudar a nadie. Se trata de compartir”.
“Cuando uno piensa en el museo como la gran institución que se ha forjado desde el siglo XIX, uno tendría que pensar que nació como una de las instituciones más democráticas que ha conocido Occidente”, comenta la directora de MARCO. “Sin embargo, las colecciones que muestran muchos museos europeos y norteamericanos siguen bajo el debate que surgió con el postcolonialismo y con la necesidad asociada de acaparar objetos para ser exhibidos”. Asimismo, considera que el museo es también un cubo blanco que debe enfrentarse “al que está afuera, al que ocupa la acera de enfrente, al que está debatiendo en el espacio público. Esto tiene que estar contenido en el museo de forma tal que seamos las estructuras novedosas que la sociedad espera de nosotros. En el fondo, esta crisis nos ha puesto frente al espejo del otro. Estábamos encerrados en qué ocurría dentro de nuestro cubo blanco. Hoy los museos debatimos qué papel ocupamos no solo en la construcción de la historia de las exposiciones o de la construcción estética, sino de la sociedad misma, y qué papel ocupamos en la economía”.
Además, como indica el director del Amparo, hay que reflexionar a quién se le da voz en la institución. “Seguimos pensando en el mundo del arte como una cuestión de nombres, de dinero, de ciertos personajes, un grupo bastante pequeño frente al montón de gente que está trabajando muy duro no en aras de una exposición ni para vender obra, desde diferentes trincheras. Es importante incluir estas visiones porque son muy distintas a lo que hemos tenido y visto en el medio, miradas que son válidas y no menos importantes que otras. Hay que oírlas como las hemos escuchado en el encierro”.
En transformación
Lo aceptemos o no, el museo está en transformación. Más allá de la teoría y la práctica, hoy lo económico, como puntualiza Pimentel, “nos ha llevado a un espacio de quiebre en términos de repensar al museo como institución”. Apunta Martínez: “las instituciones hemos tomado la temperatura del lugar donde vivimos, de lo que sucede y, por supuesto, modificado en la práctica, aunque a la parte oficial, el ICOM, le esté tomando más tiempo. Me recuerda a la RAE, que años después acepta cambios ya integrados a nuestro lenguaje. En este sentido, el Amparo ha sabido leer su tiempo. Hemos tenido un interés particular por artistas y la obra producida en el país en los últimos 30 años, que tienen que ver con la situación nacional. Esto ha dado pie a diálogos importantes entre artistas, público, investigadores y con gente que no tiene que ver con las artes visuales, pues concebirlas desconectadas del resto de la sociedad ya es cosa del pasado”.
Añade Pimentel:
“Paradójicamente, el museo se fortaleció frente al debate que ha ocurrido desde la mitad del siglo XX hasta el presente, desde que la construcción artística postconceptual puso en jaque a la institución con sus discursos críticos y transgresores. Hoy el museo tiene la posibilidad de reinventarse, no en el sentido de partir de cero, sino pensando en la posibilidad de tomar una postura crítica frente al show business. Veámosle el sentido positivo: tenemos una nueva oportunidad de generar relaciones profesionales, de profundizar en cómo y con quién queremos dialogar. Así, veo la posibilidad de reposicionar a MARCO, ubicándonos en el lugar que debemos ocupar en la red de trabajo entre las instituciones del continente”. Además, busca retomar proyectos que analizaban la práctica artística del norte del país. “Lo pondremos sobre la palestra curatorial a futuro. Queremos darle espacio a lo local sin temor a caer en lo provinciano”.
¿Cómo será este diálogo? ¿Cambiarán las colaboraciones? “De que van a cambiar, van a cambiar”, asegura Martínez.
“Es crucial ir más allá de compartir gastos. Esta pausa nos ha dado pie para repensar eso que no habíamos visto, porque así lo hace la mayoría, porque funciona. No sé qué hubiera pasado si el cierre hubiera sido sin crisis económica. Habrá que ver qué tanto es una reacción y conceptualizar de otra manera. La situación también ha planteado cambiar la duración de las exposiciones y la disminución de proyectos anuales. Desde hace tres años empezamos a diseñar el montaje semipermanente de la colección, lo que reducirá el espacio de las temporales. Más allá de nuestro caso, habrá que esperar tres o cuatro años a que las cosas se equilibren para saber si vamos a regresar a lo mismo o lograremos una vuelta de tuerca. Existe un temor por regresar a lo local y dejar la parte global de los programas. Creo que a través de los medios digitales hemos descubierto otras formas de no perder la globalidad. No es que vayamos a hacernos virtuales en todo, pero se abre una ventana para discutir, por ejemplo, cuál es el objeto final de la obra física en un tiempo en el que esta experiencia se dificulta”
Colecciones privadas y educación
La incertidumbre rebasa las fechas de reapertura y el regreso de los públicos, y roza los programas para el próximo año. “MARCO apunta a un 2021 muy sobrio”, declara Pimentel. “Soy de la idea de que tenemos que evitar las aduanas internacionales. Estamos sometidos a la aparición de una vacuna o una cura para una enfermedad que ha demostrado ser virulenta y, por tanto, las aduanas se encarecerán notoriamente, pues las prevenciones serán mayores que las que existen. Afortunadamente, en México se puede armar una exposición internacional sin acudir a obras fuera del país. Estamos pensando que, a través del coleccionismo, MARCO pueda mostrar recorridos a través del arte contemporáneo que nos ayuden a educar al público sobre problemáticas contemporáneas en el arte. Mi idea es construir un 2021 basado en, primero, colecciones privadas que permitan dar una visión internacional del arte; segundo, construir exposiciones de algunos artistas que han jugado un papel trascendental en el discurso del arte contemporáneo en México: Mario García Torres, que nació en Monclova y se educó en Monterrey, y Miguel Calderón, un artista que desde muy joven generó ciertas transgresiones institucionales. Queremos generar nuevas colaboraciones con otros museos del país, pues este momento nos ha enseñado a tejer nuevas redes institucionales”.
Como afirma Ramiro Martínez: “Lo que hacen las crisis es reventar lo que ya se venía apretando. Ves si lo que venías pensando es una buena o mala idea para tomar decisiones… como exhibir la colección de arte contemporáneo mexicano que formamos hace más de una década y ante la cual preguntábamos: ¿estamos comprando para guardar o para qué?”. Es un proyecto que se espera inaugurar en febrero de 2021 para conmemorar los 30 años del Museo Amparo.
Quizá la oportunidad más grande que se abre sea el reconocimiento de los museos como parte del crecimiento y el desarrollo económico, y sacarlos del ámbito educativo al que los ha limitado la política cultural. “Tiende a pensarse que los museos no formamos parte de la construcción económica del país y que somos una pesadumbre para el sistema económico global, lo cual es una idea —cuando menos— errática”, subraya Pimentel. “Los museos y espacios culturales jugamos un papel muy importante en la construcción turística, uno de los principales ejes de la economía global de servicios. Es decir, no se puede concebir economía sin turismo y no se puede concebir turismo sin la economía de la cultura, particularmente de los museos. Ahora pensemos que los museos de arte contemporáneo nos hemos erigido en constructores de nuevas narraciones de la sociedad. Sin los museos de arte contemporáneo no entenderíamos qué ha ocurrido entre la época moderna y la actualidad en relación al ser humano, y esto forma parte de una estructura económica que el turismo también llega a consumir. Tenemos que hacer conscientes a los pares económicos del papel que juegan la cultura y los museos en la conformación de capitales. Podríamos paralizar al mundo sin la economía de la cultura y los museos”.
Contra el centralismo
La cultura sigue luchando por demostrar ya no su efecto multiplicador en otros sectores, sino en la necesidad de invertir en ellos, así como dejar de pelearnos con la idea de “entretenimiento”. Dice Martínez: “Debemos dejar de pensar que somos experiencias religiosas. Habrá quien venga a ver las torres de la catedral desde la terraza. Esa experiencia es tan válida como la del espectador al cual el video de tal artista le cambió la vida. Somos entretenimiento; por supuesto, hay bueno y hay malo, y queremos ser del bueno. Necesitamos partir de nuestras realidades, cada institución es diferente. Suena muy bonito la Tate, el Hermitage, ellos están allá y nosotros acá. Hay que ver qué nos funciona de ellos y también qué cosas de nosotros les funcionan. Algo que ha resultado muy interesante durante el encierro ha sido la capacidad de reacción de los museos pequeños. Siempre hablamos de las mismas 100 instituciones y todo se refiere a ellas, y olvidamos que hay 3 mil más que están haciendo cosas interesantes que quizá puedan tener más relación con nosotros”.
Y esto de los chicos y los grandes nos enfrenta a otro tema: la descentralización. Anota Pimentel: “Al comienzo de este sexenio, muchos nos sentimos esperanzados cuando se dijo que se iban a descentralizar las secretarías y fue esperanzador para los museos y para los públicos. Con esos movimientos también se desplazarían las economías de esas secretarías y los públicos que podrían aportar más al debate cultural en los estados. ¿Qué ocurrió? No se ha vuelto a hablar de eso y lo que vemos es más del centralismo que ha caracterizado a la historia institucional cultural en México. Si no nos enfrentamos críticamente al bloque centralista de la concepción de la cultura en México, los estados seguiremos sufriendo por la opacidad en las políticas públicas relativas al tema. La red cultural de los museos en los estados está sufriendo profundamente y no vemos una política pública que ayude a enfrentar este debilitamiento en el resto del país, que se ha hecho más notorio aún a raíz de la crisis derivada de la pandemia del covid-19. Es un problema económico que afecta a los museos de México y hay una responsabilidad enorme del gobierno federal para emitir programas financieros hacia nuestros estados que vayan dirigidos a favorecer y apoyar la economía de los museos. El gobierno federal debería implementar políticas públicas que fortalezcan el papel de la iniciativa privada y la filantropía en la cultura. En estos momentos, es vital preguntar si queremos que sobreviva una sociedad civilizada, pues nos estamos jugando el desarrollo de la civilización exactamente igual que nos estamos jugando la vida en materia de salud pública”. Y subraya: “Hemos sobrevivido en el encierro a través de la cultura, que ha sido un elemento de quiebre en el debate en las redes, diría incluso un elemento de sanidad mental; nos ha protegido de los efectos psicológicos que puede generar el confinamiento. Tenemos que hacer conscientes a quienes nos tienen que escuchar que es trascendental que los museos y las instituciones culturales sobrevivan a la pandemia”.
Con todo en contra, los museos mexicanos no solo nos han hecho más llevadero el confinamiento; han defendido a sus plantillas laborales, mientras que en otras partes del mundo se ha perdido la batalla. Tan solo el MoMA despidió a 81 freelancers y a 47 empleados fijos del departamento de educación, y el MET, en abril, en vez de anunciar los festejos por su 150 aniversario, anunció el despido de 81 personas del área de atención al público y ventas. Con las distancias guardadas, a cinco meses del cierre lo prioritario para el Amparo y el MARCO es conservar la estructura profesional.
Si, como dice Ramiro Martínez, “la pandemia nos dio una razón para experimentar”, también nos obliga a tomar conciencia de que, como subraya Taiyana Pimentel, “no podemos seguir generando estructuras verticales. Uno de los hechos que ha traído la pandemia del covid-19 es que la sociedad sigue operando verticalmente. No estamos considerando los horizontes ni los paralelismos. Eso tiene que ser deconstruido y la cultura tiene que jugar un papel trascendental en ello”.
AQ | ÁSS