Medicina institucionalizada como amenaza para la salud

Bichos y parientes

En su libro de 1974, el pensador Ivan Illich propone que "el impacto del control profesional sobre la medicina ha alcanzado las proporciones de una epidemia".

Personal médico atiende a un paciente con covid-19 en Italia. (Foto: Flavio Lo Scalzo | Reuters)
Julio Hubard
Ciudad de México /

Hay un video en YouTube que viene al caso hoy, aunque a contrapelo: “Ivan Illich - Medical Nemesis: The Expropriation of Health!”. Es de mala calidad, blanco y negro, y peor de audio. Y aun así, los que se preguntan si vale o no la pena esto de guardar cuarentenas para luego salir a una quiebra, deben verlo. O mejor, leer su libro, Némesis médica de 1974, que abría con un desafío bárbaro: “La medicina institucionalizada ha llegado a ser una grave amenaza para la salud. El impacto del control profesional sobre la medicina, que inhabilita a la gente, ha alcanzado las proporciones de una epidemia”.

Analiza la enfermedad iatrogénica, la causada por el médico, e incluso la llamada pandemia. Propone un esquema de autonomía (lo que yo hago por mi salud) y un esquema de heteronomía (lo que hacen otros por mí). Repite el modelo que solía explicar con la herramienta y el sistema: yo uso una herramienta, pero el sistema usa a las personas para sostener el funcionamiento de una maquinaria. Así, los mecanismos de salud usan a las personas para producir un beneficio de escala, no humana, sino estadística. La eficacia de un sistema de salud es numérico, cuantitativo; mide proporciones.

El sistema institucional de salud es mucho menos eficaz, dice Illich, que la autonomía. Ni más ni menos: la naturaleza nos trata mejor que la tecnología de los hospitales. Suena disparatado y bastaría mencionar Guayaquil o Estados Unidos, en su primera estrategia, y quisiera no decir México, pero…

“El dolor, las disfunciones, las incapacidades y la angustia que resultan de la intervención médica técnica rivalizan actualmente con la morbilidad debida a los accidentes de tráfico y de la industria, e incluso a las actividades relacionadas con la guerra, y hacen del impacto de la medicina una de las epidemias de más rápida expansión en nuestro tiempo”, decía Illich.

Peor, esos datos resultaron no sólo comprobados sino incrementados por Nassim Nicholas Taleb, en 2001, en un estupendo libro que previene contra el exceso estadístico, Fooled by Randomness

“Actualmente, en los Estados Unidos, los errores médicos matan entre tres veces (y esto, aceptado por los doctores) y diez veces más personas que los accidentes automovilísticos... y muchísimas más que cualquier forma de cáncer”. 

Ambos autores acuden a cerros admirables de datos. Illich acopia una bibliografía de varias decenas de títulos, pero Taleb, con instrumentos estadísticos que ni soñarlos en el siglo pasado, confirma los datos sospechados por Illich y los muestra mucho más graves.

Ivan Illich, filósofo y pensador austríaco. (Wikimedia Commons)

De modo que la medicina institucionalizada es una causa de enfermedad y muerte mucho mayor que la del covid-19. Los hospitales matan, pero la falta de hospitales deja morir a la gente sin atención. Sin embargo, estamos obsesionados con la idea de generar un mayor sistema de atención médica. Se nos ha instalado en la cabeza y en la consciencia pública una relación directa entre el número de camas, de ventiladores o de médicos, y el grado de civilización: nos queda claro que Oslo no es Guayaquil. Es verdad que, si bien la salud no es un derecho, sí que lo es el acceso a las instituciones públicas, y un Estado que atiende con suficiencia a su población es mucho más deseable que uno que esparza desprecio.

Lo interesante en esta forma actual de pandemia es la decisión de la gente de aislarse, distanciarse, salir de la danza del contagio. Algo que quizá no vio Illich y no contabiliza Taleb es que la sociedad civil inició la cuarentena por propia cuenta, mucho antes de que los funcionarios decidieran hacer como que ellos habían servido para algo. Pero la viabilidad de la cuarentena también depende de condiciones materiales específicas, y en México hay demasiada gente que necesita salir a ganarse el sustento.

Quizá la atención médica sea un mero sucedáneo del cuidado; quizá sea un negocio y el lugar en que una producción industrial se vende con un servicio y ambos sean, en suma, fraudulentos. De cualquier modo, es una apuesta irrenunciable, una medida de civilización y una necesidad anímica. No es del todo racional nuestra fe en las ciencias médicas y la capacidad de atención pública, pero el camino de la política tiene ya, desde ahora, a la salud en el lugar más prominente de la exigencia social que nos espera al volver a las calles. Y se necesitaría algo de locura, o una integridad de espanto para aceptar la muerte sin buscar ni recibir atención médica, como Ivan Illich.

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